Pinos

Pedro García
Lippo por Liebre
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4 min readSep 15, 2015

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Gira la piedra del encendedor y lo acerca al cigarrillo, el fuego enciende las primeras hebras de tabaco del viejo cigarro.

Hace mucho frío. Desde que llegó este mediodía que lo sufre. Ahora, a la noche, el frío es más intenso. Pese a todo, el aire libre y el viento le sientan bien, el humo lo engaña con una pequeña ola de calor y lo ayuda a pensar, su mente se pierde en el horizonte negro y estrellado, repasando las muchas cosas que ocurrieron en tan poco tiempo. Con ese pensamiento se da cuenta que es el primer momento en que está tranquilo y sereno las últimas 48hs.

Cuarenta y ocho horas de locura, desde que el celular sonó, como no lo hace nunca, siempre son mensajes, sonidos cortos para anunciar un mail de los cientos que recibe por día, un mensaje de esa chica con la que se estaba viendo o algún mensaje del grupo de los pibes. Pero no, esta vez los sonidos se mantuvieron, sonó un llamado. Era la vieja, para confirmar lo que no quería que pase, pero que sabía que tarde o temprano iba a llegar. El abuelo había muerto.

No hizo falta más, cortó sin pensar, sin saludar, sin responder siquiera una palabra. Se quedó en shock y así se fue a la cama. El sueño nunca llego. Toda la noche fue recorriendo, recuerdo tras recuerdo repasando su relación con su abuelo, las mañanas en Córdoba, las tardes en el bosque del campo, las constelaciones y sus estrellas. Los recuerdos no lo dejaron hasta que el despertador dejó escuchar a Varsky hablando del momento qué está pasando Boca. Apagó la radio y se levantó.

La mañana fue silenciosa, no había ni tele, ni radio, ni música. El cansancio pesaba y el desvelo de la noche se hacía sentir. Además los recuerdos seguían dando vueltas en su cabeza. Hoy, no quería más que terminar el día para volver casa a seguir en su silencio .

Pidió café oscuro para llevar en el Bar de planta baja y se unió a la peregrinación hacia el subte. El andén atestado de gente demostraba algún retraso en el sistema. Sin mirar nada ni nadie, sin siquiera estar allí, tomó el café en medio de la densidad de pasajeros que esperaban poder entrar. Cuando los empujones lo hicieron ingresar al vagón, recibió los murmullos de desaprobación de quienes venían en el tren. Su café terminó en el traje de un señor de bigotes grises, que desesperado, pero sin poder moverse, lo insulto durante 3 estaciones. Sus únicas palabras en todo el trayecto fueron “Mil disculpas”.

En la primer estación que el tren empezó a liberarse, lleno de rabia y liberado de la presión de la muchedumbre, empezó a golpear en la cara, a quien venía insultándolo. Enseguida se hizo espacio en el medio del vagón, y el señor de bigotes salió por la puerta algo a gatas instantes antes de que estas se cierren

Todos los ojos del vagón se detuvieron en él durante todo el trayecto entre Diagonal Norte y Catedral.

Al llegar al trabajo, se sentó en su lugar sin saludar, se encerró en sí mismo, con ayuda de sus los auriculares, ignorando toda charla que surgía en el ambiente. A media mañana, ignora el llamado del gerente, una hora después la del equipo de desarrollo y más tarde nuevamente al gerente.

Un toque en el hombro lo alertó, y por acto reflejo se sacó sus auriculares. Al darse vuelta vio la cara de su gerente, que se movía y gesticulaba pero no emitía sonido. O sí lo hacía? él no escucho sus palabras pero entendió debía acompañarlo a su oficina.

En esos pasos que seguía el traje a rayas del gerente, recordó cuando seguía a su abuelo entre los pastizales del campo de Córdoba. Su recuerdo se esfumó al escuchar el sonido de la puerta detrás de él. De repente oyó nuevamente a su gerente, pero de nuevo sin escuchar. Fue cuando empezó a decidir. Él no quería estar ahí, no quería escuchar lo que tenía para decirle su gerente, que no dejaba ni por un segundo su cara de enfado. Salió de la oficina, ignorando por completo los gritos a sus espaldas, tomó el pasillo hacía la sala de recursos humanos, abrió la puerta y anuncio ‘Hoy es mi último día, renuncio’. Los cuatro empleados no tuvieron tiempo ni de responder, los agarro completamente de sorpresa. Nada más ni nada menos el Gerente de Marketing les acababa de renunciar en seco y a los gritos.

Con algunas cosas que tenía en la oficina, emprendió la última vuelta a casa. Compró un pasaje de micro a Córdoba y apago el celular, no tenía intenciones ni de dar explicaciones, ni de volver, ni de nada.

A las 8 de la mañana del otro día llegó su micro a la terminal de Santa Rosa de Calamuchita, 2 horas después tomó la primer combi que salía para Yacanto. Para el mediodía, luego de una hora de caminata desde el centro de Yacanto, llegó a la tranquera del campo de su abuelo, al fondo del camino se veía la casa de madera tal cual la recordaba.

En los 200 metros que caminó desde la tranquera hasta la puerta de madera, planificó la distribución de la huerta, vio la montaña de herramientas al costado de la casa y sonrío al recordar su tacto.

La última pitada, se agachó para apagar el cigarrillo contra una piedra y se lo guardó en el bolsillo. Al levantarse volvió a mirar la copa de los pinos que tenía delante, que junto al cigarrillo fueron testigos de su primer momento de serenidad de su nueva vida.

A mis abuelos.

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