El intento
Recuerdo tu aliento en mi oído susurrando palabras incomprensibles -tal vez demasiado comprensibles para mi lenguaje- tu mano posándose en mi cara, tratando de acariciarme, mientras mi cuerpo se tensaba ante el roce de otra piel. Nunca fui una mujer normal, siempre pedí más, más de lo que incluso cualquiera podía dar, mi alma era inmensa, irradiaba luz desde su interior, mis ojos transmitían amor -los ojos son la ventana del alma- siempre amando como si el día de mañana fuera a desaparecer.
Muchas veces cuestionaste esto -¡Estás loca! Nunca estás conforme con nada- ¿Cómo sentirme conforme con menos? No se puede, la gente cuestiona tu modo de ser, yo cuestiono el egoísmo y la poca empatía, es imposible vivir siendo egoístas en un país, en un planeta, en un universo con miles de millones de personas.
Trataste de abrazarme, pero sentí un frío en mi estomago, sentí tu hartazgo de la situación de la que salías, trate de curarte, pero fue imposible.
Trataste de besarme pero mis labios eran hielo, mi lengua viperina no reaccionó. Me tomaste de la cintura y me apretaste contra tu pelvis, pero mis piernas temblaron al punto de caer.
Trataste de ver mis ojos, de fijarlos en los míos, pero una luz se reflejó sobre tu sien y vi lo que eras realmente, tus ojos ya no eran como dos castañas, eran dos uvas negras sin un punto de resplandor.
Trataste de amarme, pero ambos sabemos que no soy un ser al que se pueda amar, mi alma es un diamante en bruto que aún no ha sido pulido y que resplandece en una memoria de violencia eterna.
Trataste de tomar mi cuello con suavidad, pero mi piel se erizó, sentí la falta del aire entrando a mis pulmones, mis ojos se cerraron y lo vi, resplandeciente extendiendo su mano hacia mi… nunca quisiste amarme, sólo tratabas de asesinarme.