Inmensidad.

Soledad Castro
Literatura Descalza
2 min readMar 23, 2015

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Al abrir mis ojos vi los tuyos mirándome fijamente, tus pupilas estaban dilatadas, irradiabas un sentimiento extraño, mi estómago estaba comprimido, giré mi cabeza para ver que había a mi alrededor, pero tu pesada mirada no me lo permitía. Trate de balbucear que te detuvieras, pero mi boca estaba seca, sellada por la falta de hidratación.

Te acercaste aún más y me besaste la frente, un rasgo de sonrisa se asomó en tus mejillas, y te levantaste.

Me moví hacia la derecha, abrí un poco más mis ojos para enfocar aquello que veía, levanté mi mano para sentir su tacto, pero mis músculos estaban atrofiados, no tenía fuerza, comencé a desesperarme, sentía la necesidad de llorar, pero no existían lágrimas. Volviste hacia mi y me desataste, murmuraste algo que no logré entender, comprendí en ese momento que algo había sucedido la noche anterior, pero no recordaba qué.

Me levante con las pocas fuerzas que tenía, fui hasta el baño y mojé mi rostro, me miré al espejo y vi el reflejo de una mujer triste, ojerosa, la piel seca. Abrí la llave de la ducha, me refresqué lo que más pude con agua helada -congelada-. Mi cuerpo tiritaba inconcientemente, el frío del líquido se adentraba en mis huesos, mi respiración cada vez era más agitada, mi piel estaba erizada, mis vellos tensos. Dejé el agua acumularse en la tina y me sumergí en ella, hundí mi cabeza, recuerdos afloraban en mi mente…mi madre estaba vestida de blanco y extendía sus brazos hacia mi — Vas a estar bien a mi lado, pero no puedes aún, debes solucionar tus problemas y luego volver — sentía el agua congelada en mi cuerpo, pero ya no sentía frío, trataba de moverme pero posiblemente el frío me imposibilitaba hacerlo. Mi padre gritaba — ¡Necesito que vengas en este mismo instante! ¡Mira la cagada que te haz mandado! — Comencé a llorar, pero ya no se distinguían mis lagrimas, ni lo tibio ni lo salado, me sentía cansada y debía dormir. Nuevamente quise levantarme pero no pude, todo estaba oscuro a mi alrededor, la figura de mi hijo creciendo en mi vientre era cada vez más nítida — ¿Por qué me estaría sucediendo esto a mi? — fue entonces cuando me dormí.

Cuando desperté había un cúmulo de gente a mi alrededor, me hacían preguntas en un idioma extraño, la pesadez de mis ojos me imposibilitaba a tener una imagen nítida de sus rostros — ¡Debemos salvar al crío.. !— pero ya era tarde, ahora comprendía todo, el aborto no había funcionado, el agua era mi propia sangre y mi madre sólo me trataba de alentar para quedarme en esta inmunda sociedad, pero ya no había salvación ni para mi ni para mi hijo. Era el momento de unirnos en un abrazo y volar hacia la inmensidad.

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