Llegaste.
El día que llegaste hacia un frío que calaba los huesos, el sol iluminaba débilmente el planeta tierra y existían muy pocas nubes que opacaran tu alegría. Comenzaste a hablar sobre tus gustos musicales, muchos acordes de guitarra sonaban alrededor de tus palabras santas, movías las manos como si quisieras espantar los mosquitos que en esta época eran casi imperceptibles, sonreías de forma tímida y asustada. Alguien preguntó tu nombre y lo miraste como si no entendieras su lengua, no contestaste, — ¿¡Acaso este mocoso no habla español?!- gritó la que te haría la vida imposible. Te limitaste a mirarla por unos segundos y luego cerraste la boca por muchos años. Sufriste todo tipo de maltratos a causa de tu mutismo voluntario, pero nunca abriste la boca ni para quejarte. Tocabas el violín como ningún ser humano es capaz de someterlo, entonces comprendía que se trataba de eso, no pertenecían a este sucio mundo, tu falta de lenguaje era la forma de revelarte contra una sociedad egoísta, profundamente dañada por el egoísmo, donde no existe la empatía absoluta, sólo se cumple la ley del más fuerte. Valía la pena vivir así? No lo creías, no lo creo, jamás será bueno vivir individualmente.
Si fuéramos capaces simplemente de mirar a nuestro alrededor, de mirar a esa persona que constantemente nos arropa con su manto comprensivo, cariñoso, si tan solo dejáramos de guiarnos por el daño que nos hicieron, ahí recién comenzaríamos a encontrar la vida justa. Solemos quejarnos de la injusticia del amor por ejemplo, pero jamás vemos a quien nos ama humildemente, siempre vemos al que nos daña-. Esas fueron las primeras palabras que escuche en años de tu boca y realmente jamás quise volver a escuchar más, sabías la verdad absoluta, definitivamente no serias eterno, la gente que conoce la realidad no vive mucho o es maltratada, y fue tu caso también, pero eso será parte de otra historia.