Catarina.

Soledad Castro
Literatura Descalza
4 min readOct 19, 2014

Lombrices se desprendían de su vientre, expelían un olor a azufre seco, con la frivolidad a flor de piel comenzó a desintegrarse, estaba bien, al fin y al cabo era su merecido, lo que siempre había querido.

Se acostó en el piso junto a una silla, comenzó a mirarla detenidamente, cada surco en la madera, su tono barniz desteñido lo hizo reflexionar sobre como habían pasado los años desde aquel entonces, en que se dedicaba a esperar frente a su puerta por las tardes -¡Todas las malditas tardes!- su paciencia era eterna con aquella mujer que le robó la cordura.
La había visto por primera vez en la facultad, su cabello negro, su blanca tez y sus ojos avellana lo habían embobado, pasó sencillamente frente a él yendo quizás Dios sabe donde, se movía tímidamente entre el tumulto de gente, con la cabeza gacha y rápidamente, como una catarina evitando que la atrapen. Nadie hizo el intento por mirarla, excepto él, notó cada detalle de su cuerpo, de su vestimenta, de sus movimientos, de su respiración exaltada, notó como sus piernas temblaban bajo aquel lindo vestido -Debe ser mia, está hecha para estar junto a mi-.

Averiguó todo sobre ella, su teléfono, su dirección, sus amigos, comenzó una obsesión interminable por llamar su atención, pero nunca pudo dirigirle la palabra, a pesar de que era una chica dulce, jamás le hubiese negado el saludo a nadie. Comenzó a observarla desde afuera de su casa, se escondía en los recovecos de su inmunda alma para observar todos sus movimientos, minuciosamente grabó en su mente cada uno de sus movimientos, toda su rutina era conocida, no existían secretos que no conociera, no había día que dejara pasar sin sentir su aroma, su entrepierna se convertía en un caldo de cultivo para su enferma mente.

Se despertó aquel día pensando cómo atraer su atención, dirigido a obtenerla como una preciosa medalla. Abrió su closet, tomó un sweater cian, los pantalones negros, y aquellas zapatillas que mejor le calzaban, en tono gris, se miró al espejo y pensó -¡Hoy ella será mía para siempre!-. Salió de su casa con destino a la facultad y tomó el mismo camino que tomaría Amanda, comenzó a caminar a paso normal, seguro de si mismo, en sus oídos sonaba People are strange, el más hermoso sarcasmo.
Todo salió como lo había calculado, después de 10 minutos visualizó su cabellera negra moviéndose con la brisa suave de aquella mañana, se acercó casi corriendo con un papel en su mano, le tocó el hombro -Se te ha caído esto- ella algo extrañada lo miró dulcemente y le tendió tímidamente la mano para tomarlo, en aquel momento el jaló de su muñeca y la abrazó, tan fuerte como pudo, luego de esto puso un paño con cloroformo en la nariz, delicadamente sus ojos se cerraron y su cuerpo se desvaneció.

Su perversamente no tuvo suficiente con llevarla hasta su sótano y amordazarla sino que además se masturbó mientras la veía dormir, era tan dulce que no podía resistir que no fuese suya, pero a la vez no se atrevía a tocarla, necesitaba algo que lo impulsara, necesitaba su amor, necesitaba su olor en su puta entrepierna.

Amanda despertó confundida, trató de gritar, de soltarse, de moverse, pero le era imposible, cuando dirigió su mirada a los ojos de su secuestrador, este la miraba detenidamente, estaba analizando cada detalle de su rostro, pareciera que contaba cada vello de sus cejas, se le acercó y puso su boca a unos 15 cm de ella, Hurricane de Bob Dylan ambientaba la situación. Germán se acercó y la cinta que tenía en su boca, Amanda no tuvo el valor de gritar ni te hablar, estaba totalmente confundida, no recordaba haber visto jamás a tan enfermo.

¿Qué quieres?- dijo tímidamente, —Todo de ti- y no se atrevió a decir nada más, estaba convencida que lo último que vería en su vida sería el rostro de aquel muchacho. Trató de calmarse, respirar. Él se acercó y comenzó a cortar delicadamente cada prenda que podía, sin dañar a la muchachita, cuando hubo concluido su tarea la observó tanto como pudo, había llegado el moemento que tanto había esperado, quería consumar su acto, con un eterno amor, un amor que no era compartido ni nunca lo sería.
Le vendó los ojos, tapó su boca nuevamente y la desató, la guió hasta lo que parecía una cama hecha de harapos, comenzó por besar sus ojos -Amanda no hacía ni siquiera el intento de moverse con su respiración- él continuó su camino, cuello, pecho, abdomen, ni un centímetro dejó sin sentirlo en sus labios.

La violó cuántas veces pudo, Amanda jamás se movió, jamás emitió un sonido, sabía que era una persona enferma, sabía que su hermano necesitaba un tratamiento lo antes posible, muchas veces Germán había despertado sin reconocerla, la miraba raro en la facultad, como si nunca hubiesen estado juntos en el mismo vientre, por este mismo hecho no se resistía, un amor de mellizos jamás cambiaba, a pesar de las circunstancias.

Lo último que sintió fue el golpe seco en su cabeza, y despertó quizás cuántos días-meses-años después, totalmente desorientado, en un cuarto que no conocía, con una vida que no conocía, se tendió en el piso y trató de recordar cada detalle de su macabro plan, sintió crujir el piso, alguien se acercaba, tocaron la puerta y entró su madre, lo miraba con lástima, en ese momento supo que Amanda no estaría nunca más para él, que se había largado de su maldita alma para siempre.

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