Pescado rabioso.

Desatormentándonos.

Soledad Castro
Literatura Descalza

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Desperté sintiendo tu respiración en mi oreja, hacía un calor espantoso en la unión de nuestros cuerpos, me alejé un poco y me levanté. Entré al baño, miré mi rostro cansado, mis ojos estaban hinchados y con ojeras, la noche anterior había sido todo un caos; gritos y llantos por todos lados — ¿¡Hasta cuándo la van a tener así?!— decía mi madre. Me lavé la cara y los dientes, me puse un polerón y me fui a la cocina.

Como todos los santos días preparé café y pan con alguna cosa para desayunar, me asomé por la ventana y vi la inmensidad de la ciudad, muchos edificios, muchas casas, uno que otro árbol puesto en una esquina, al final de todo se divisaba el mar infinito, hermoso, poderoso, me imaginaba siendo un pez en el agua, en la libertad de nadar por todo el océano, pero siempre con el riesgo a ser comido.

Sentí que se levantó, entró al baño y después de unos minutos salió, se acercó a paso lento, rodeándome como un puma rodea a su presa, lo miré seria, me di media vuelta y me fui a la cocina. Llegó junto a mi —¿Amanecimos de mal humor?— No contesté. Siguió rondándome —¿No me va a contestar?— lo miré fijamente —¿Qué tendría que contestar? ¿Debería estar feliz? Ya son 2 años de lo mismo, deja que me vaya de una vez por todas. Anoche viste la desesperación de mi madre ¿acaso no tienes corazón?— Su mirada se convirtió en furia, tomó una de mis muñecas, la llevó a mi espalda, y me tiró del pelo —¿Cuál es tu motivo para querer dejarme? ¿Acaso te falta algo en esta casa? . — ¡Libertad me falta! Un día te van a descubrir José y ese día vas a pagar todo lo que haz hecho — . Logré zafarme y salí.

Ya estaba acostumbrada a todo esto, él decía ser mi dueño y por lo mismo me tenía aquí, ya habían pasado 2 años, supongo que en cierto modo estaba acostumbrada a esta rutina. Levantarme, preparar café, ducharme, leer un libro, dejar que me tocara, sentir su maldito olor en mi nariz, su cuerpo sobre mi en las mañanas, su hablar seductor que no era capaz de seducirme, sus pelos del brazo erizados cada vez que se acercaba a mi porque tenía frío, pero no sentía nada por él, si seguía aquí era por la desesperación de mi madre.

Aún no puedo creer que hasta hace dos años era feliz, tenía una vida que encontraba apestosa, pero que ahora siento como perfecta. Había tratado tantas veces de irme, que ya me había cansado de intentarlo, ya no tenía más ideas (¿o me quedaba alguna?). Me acerqué al toca discos y puse lo mejor que encontré, let it be giraba para mi, comencé a pensar en qué podría hacer para irme de una vez por todas de esta casa, se me ocurrieron ideas muy buenas y otras muy espectaculares como para ponerlas en práctica; desde mi último intento de fuga José había escondido todos los medicamentos habidos y por haber, candados en todas las puertas, los cuchillos estaban quizás Dios sabe donde, y ya no se me ocurría nada.

Miré durante unos segundos por la ventana, el póster de la ciudad con el mar de fondo era mi único consuelo de que algún día volvería a ver la luz del día. Me sumergía en él, comencé a a imaginar el fondo del océano —¿Cómo sería ser un pez?— me pregunté a mi misma. Rodeada de algas y otros hermosos peces, podría conocer tantos océanos, tantas bahías en las que asomarme para poder observar el resto de las ciudades en donde desembarcan esos gigantes buques.

Comencé a sentirme un poco ahogada, por lo que me tendí en el sillón, encendí un cigarrillo y miré como lentamente se comenzaba a consumir, la ceniza cada vez se hacía más y más larga, su color gris con blanco, su color rojo anaranjado avanzaba lentamente con cada inspiración, el humo ascendía hasta el techo en un danzar único al ritmo de blackbird; soplé para ver como se movilizaba, y a pesar de soplar en diferentes direcciones siempre ascendía, como lo hacen las almas de aquellos que se van de lo terrenal. Sentí que el vello se me erizaba al vivir todo esto, nunca me había percatado de mirar ni sentir estas cosas tan cotidianas. Comencé a entrar en un trance único, los ojos me pesaban, mi respiración se hacía cada vez más lenta, sentía como la sangre fluía a través de mi cuerpo, de cada uno de mis vasos sanguíneos, como recorría en un par de segundos mi cuerpo entero. Los poros de mi piel expelían un olor tan desconocido pero a la vez tan común.

Caí en un sueño profundo, era un pez, un pequeño y hermoso Betta, nadaba en las profundidades del mar, adornando el lugar por el que pasaba, me mezclaba junto a otros en un gran cardumen, todos nos movíamos al mismo tiempo, los observaba en todo su esplendor ¡colores rosa, morado, rojo, azul! Creo que eramos la envidia de los demás, un hermoso arco iris bajo el agua.

De pronto todos comenzamos a ascender, sentí la desesperación de todos, y en cierto modo comenzó a ser un sueño extraño, desagradable; quise despertar rápidamente, pero no podía, estaba profundamente dormida. Miré hacia un costado y vi la red, me sacaban de mi hábitat, ya no sería el arco iris en el agua ¡todos estábamos destinados a ser presa del maldito ser humano! Pero ¿por qué digo esto si yo también soy un ser humano? (¿o no lo soy?).

Seguí en mi intento desesperado por despertar, sentía que me faltaba el oxígeno, sentía que mi cuerpo hacía todo lo posible por resistir, comencé a sentirme deshidratada. Cuando por fin logré abrir los ojos ya era tarde, estaba junto a los demás envueltos en una red inmensa, con humanos a mi alrededor y este era mi último suspiro.

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