📝|Amar a primera escucha y otras mentiras sobre las verdades veloces en la música [Opinión]

Mariana Uribe
Lo único mejor que la música
4 min readSep 2, 2020

Tenemos listas de reproducción con canciones que engloban una razón fundamental: algo que las hace importantes para nosotres, pero ¿cuál es el momento en el que estas piezas comienzan a gustarnos? ¿qué preguntas le hacemos a esas canciones para ser nombradas importantes?

En mi caso, las composiciones valiosas tienen una relación con una experiencia específica en un grupo social; la identidad y el impacto que este generó en mi, como es el caso de Fito Páez y la sensación de pertenecer a mi “combito” de amigas en el colegio y el fanatismo por Carlos Vives en mi vida familiar.

La música por sí sola no sirve para mucho, es la interacción social que ella genera lo que nos es útil, llena el pecho y nos hace gritar en conciertos. Y bueno, aunque esto suena muy hermoso, estas relaciones no son siempre orgánicas, no todo el mundo tuvo amistades con bohemias prematuras, ni tías fanáticas de La Tierra del Olvido como fue mi caso. Queramos o no, a veces decidir qué nos gusta, es algo que está medido por nuestras posibilidades y contexto.

Lo anterior no es una verdad deslumbrante, pero hablo de esto porque es importante a la hora de justificar una premisa que escuché hace poco: “No existen las verdades veloces” y aunque la voz que lo decía no hablaba sobre música, estoy segura de que aplica a la perfección.

Querer a alguien toma tiempo y lo mismo sucede con nuestras canciones favoritas, requieren de meditaciones, muchas veces tarareando la letra y momentos junto a ellas para que destaquen. Por ejemplo, en el reguetón sucede algo particular: su consumo es masivo e inmediato; las canciones de este género suenan con frecuencia y tienen una privilegiada posición en emisoras, redes sociales y televisión, aunque llegan a muchos, solo en la medida en la que nos hacen sentir parte de esa enorme cantidad de gente, es que esos temas adquieren relevancia.

El reguetón viejo, por ejemplo, se vincula más a nuestras emociones y experiencias comunes con el pasado, no hay quién, por lo menos en Medellín, escuche Fainal & Shako y no se acuerde de una rumba en salón social. La música nos integra, sin importar su “calidad” y letra, solo se hace relevante por agruparnos y vincular recuerdos compartidos en una misma generación.

Según esto, no podría contrariar nada que tenga que ver con el regetón, nuestra memoria y su capacidad de emocionarnos, pero es entonces donde cabe preguntar ¿aquel fenómeno del reguetón y las emociones siguen vivas con lo que consumimos ahora?

Por esto es bueno analizar el caso J Balvin, uno de los artistas mundiales con más hits del, según yo, mal nombrado “género urbano”, pero también es el autor de las canciones que se consumen, literalmente se gastan, con increíble agilidad. Amar sus canciones es imposible, porque no hay emoción vinculante y duradera. Para el lanzamiento de Energía (2016), J Balvin era monedita de oro: le caía bien a todo el mundo, sonaba en todo lado, y aún así, ahora son pocos los que escuchan fervorosamente esas canciones como en aquel entonces. Aunque es un personaje que por sus continuas descachadas se ha hecho odiar, la forma en la que consumimos las composicones nuevas y viejas, ha hecho que pasemos rapidito por su obra, desechándolo.

La cuestión acá no es sobre lo buena que sea una canción, sino sobre la capacidad que tiene esta de hacernos sentir en un momento, de crear recuerdos en ella, y claro, aunque las letras y sonidos son importantes, la forma en la que las consumimos lo es todo. Encontramos aquello que pasa rápido y suena en todo lado, como algo difícil de querer y guardar, no solo porque cansa, sino porque es de tantos que no nos hace sentir identificados. Ser monedita de oro es entonces contraproducente.

No es que uno solo pueda amar aquello que los demás odian para sentirse diferente, es más bien que en las dinámicas de consumo de tantos es difícil desarrollar un sentido de pertenencia que nos remita a eso que nos hace crear tejido social o una razón importante para decir: amo esta canción.

Entonces, encuentro que tal vez soy yo y mi reducido círculo de amigos, las únicas personas que parecen pensarle tanto a una canción para quererla y guardarla en una playlist, pero igual, terca y convencida, no creo que sea posible amar rápido algo solo por escucharlo 500 veces, incluso cuando esté agrupado en miles coreografías de TikTok, pues aunque juntos en una misma red social, la emoción orgánica que genera aprenderse las canciones, sigue ausente y lejana de la voluntad individual.

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Mariana Uribe
Lo único mejor que la música

Miro, encuentro y escribo historias. También canto, tarareo y lloro las canciones. Lleno muchas libretas y en el tiempo que sobra estudio periodismo.