Los vecinos

Roger Sanchordi
Lo efímero
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2 min readApr 17, 2017

De pequeño, sobre todo en verano y en época de fiestas, pasaba mucho tiempo en casa de mi abuela. Era una calle pequeña y sin salida, con apenas tráfico de coches y situada en las afueras del pueblo; un paraíso en el que los niños de las otras casas y yo jugábamos de sol a sol, sin más preocupación que volver a casa para comer y cenar.

Buena parte del tiempo que no andaba callejeando lo pasaba en casa de unos vecinos mayores, sin hijos, para los que supongo me convertí en una suerte de nieto al que cuidar. Ya jubilados, pasaban el tiempo mirando la televisión y en la calle de tertulia con los vecinos cuando hacía bueno.

Un día, mirando cromos en su comedor mientras la vecina hablaba con alguien junto a la puerta, escuché ruidos en la parte de arriba. Decidí subir. Las escaleras daban a una estancia grande y espaciosa pero no había nadie allí, y sin embargo los ruidos seguían. Extrañado, avancé por aquella habitación y al fondo a la derecha vi una puerta de madera, grande, medio escondida por una cortina. Había subido pocas veces pero nunca me había fijado en ella. Estaba cerrada. Sin duda, los ruidos venían del interior.

Me acerqué despacio. No tenía la más remota idea de qué eran los ruidos pero al aproximarme y apartar la cortina, vi una gran cerradura, vieja, con un agujero donde meter la llave. Sin apenas respirar, miré a través de ella y vi la figura del vecino, apoyado sobre algo, dando golpes con una especie de instrumento extraño. De repente, dejó de hacer ruido y se giró. Asustado, di un brinco y volví a mi casa como alma que lleva el diablo.

Ya no volví a subir al piso superior de la casa de mis vecinos, y ni siquiera tuve el valor de contarles lo que había pasado. Mi mente construyó muchas teorías sobre qué hacía el vecino allí, alguna de las cuales me impidió volver a pisar su casa durante semanas. Años después, al volver al pueblo para visitar la poca familia que me queda ya, me enteré que ambos vecinos habían muerto, con escasos meses de diferencia. La casa estaba cerrada y al no tener hijos, quedó abandonada y medio derruida. Por un momento, tuve la tentación de intentar entrar y por fin saciar mi curiosidad. No lo hice. ¿Acaso no es preferible el misterio a la certeza?

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Written by Roger Sanchordi

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