El ritmo está por encima de la capacidad de bailar salsa.

Ácrata y Banquero
Lo que aprendí hoy
7 min readMay 7, 2016
Sisifo original. El eterno retorno.

Escribo en los albores del otoño; disfruto mucho el aire helado que empieza a presentarse con mayor frecuencia. Discretamente ha ido inundando la noche y la madrugada. Ha empezado a notarse en las tardes pero aún no es una constante. Todavía logra engañarme cuando miro al cielo. Es cuestión de acostumbrarse al nuevo clima, supongo. Un amigo dice que siempre se sufre por la falta de coordinación entre el clima y las expectativas los primeros veinte días de la estación; porque la gente no está sincronizada aún con el nuevo ciclo. Obvio, hay que sincronizarse con el sol para no morir congelado en invierno o deshidratado en verano.

Lo que me hace pensar que es muy extraño que el sol tenga una precisión milimétrica a pesar de su grandeza. Pero más allá de la magnitud de su precisión más me asombra es que se tome el trabajo de ser preciso. ¿Con qué necesidad cada 3 meses cambia de ángulo? Podría simplemente no hacerlo. Pero lo hace. Obvio, porque sigue un ciclo. Me imagino que así mismo el sol notará el cambio de ángulo de quién sabe qué y así ad infinitum. Porque sabemos que el sol no es lo más grande del universo ¿no?.

Ahora bien, siendo el sol tan preciso y predecible yo creo que un ojo experimentado puede mirar el reflejo de los rayos en una pared y decir qué hora es. Pero un ojo más experimentado aún puede atreverse a decir en qué estación estamos nada más con apreciar el ángulo de la trayectoria que siguen esos rayos. Siguiendo esa lógica puede decirse a partir de los rayos, en qué mes estamos, que día, de que año… Incluso si un ojo además de ser experimentado fuera longevo podría saber no sólo cuánto ha brillado el sol desde que empezó a alumbrar hasta el preciso instante en que se hace la pregunta si no también cuanto le queda aún por brillar. Me parece que ese último sería un tipo así como un dios -creyentes, disculpen la minúscula.

En todo caso, el sol tiene un ritmo cíclico así como nuestra luna, júpiter y todas los puntitos que inundan las noches despejadas. El universo tiene un ritmo. Por ende se puede pensar que todo tiene ritmo. Hasta que empiezo a tocar mi ukelele y cualquiera de mis vecinos estaría en capacidad de contraargumentar. En mi defensa puedo decir que el ruido que hago los domingos en la mañana -como este preciso instante- siguen el comportamiento de mi curva de aprendizaje. Podríamos convenir en que es muy larga, pero sigue siendo predecible y en alguna forma precisa respecto a la calidad del ruido. Ya que me gustan los números, podría modelarla así:

Cantidad de ruido vs días de práctica.

Sé que esto no es argumento para que la señora gorda del 1A deje de quejarse con el administrador, pero ¿qué importa?.

Así como pasa con el sol, júpiter y el ukelele pasa con todo; hasta con las ideas. No es que las cosas vayan por ahí rebotando aleatoriamente; siguen un ritmo que como el del sol, no podemos captar simple vista pero está ahí. Es cuestión de sintonizarse hasta encontrar la frecuencia buscada o agudizar el oído en la nota indicada o la respiración en el momento correcto. Como en el caso del ukelele o la paz en Colombia. Todo sigue un ritmo. El que cocina sabe que primero se agrega la sal, luego el vinagre y sólo hasta el final el aceite, para que selle todo. Bueno, hablando de ensalada de cebolla y tomate que es lo único que sé hacer.

Ahora, dado que estoy incapacitado para bailar salsa ¿cómo llegué al ritmo?

Me alegra que se lo esté preguntando. La cuestión surgió por donde menos me lo imaginaba. Empecé a meditar aproximadamente un año atrás. Todo porque me interesé en el budismo mientras leía Nietszche. Encontré ciertas similitudes entre las dos corrientes. El nihilismo reivindica negativamente lo que el budismo planteaba positivamente desde hace muchos siglos. Es decir que mientras el nihilismo dice; no existe nada, el budismo dice; la nada es lo que existe. Eso sumado a mi rebelión religiosa que toma lugar en las reuniones familiares. Siendo así, me empecé a adentrar tímidamente en sus practicas. Intenté varias formas de meditación y ninguna me cerraba del todo hasta que compré una japa mala en el barrio chino que todavía huele a jengibre — sutil recuerdo del barrio. Una japa mala es palabras más, palabras menos un rosario hindú. Se utiliza para llevar cuentas; de hecho mala -semilla con la que está hecho- se traduce como cuenta en sánscrito.

Esta es mi japa mala. Le puse de nombre Euroboro.

El tema es que desde unos meses para acá, cuando logré que la japa mala no se me enredara y el brazo no se me quedara dormido empecé a notar algo muy particular. Cuando alcanzaba cierto estado que comparte la naturaleza de los sueños, había una recurrencia en los pensamientos que aparecían de la nada. Se presentan las mismas ideas pero con distintas caras. Como si estuviera en una fiesta de disfraces y tratara de descubrir quién está detrás de cada antifaz. Cuando fui consciente de eso, volví a los libros y encontré el mito de Sísifo. En él, Sisifo por alguna razón que no recuerdo bien, está condenado a subir una piedra gigante a la cima de una colina. Dura todo el día empujándola cuesta arriba. Justo cuando cae el sol y él cree que ha terminado su misión, la piedra se desliza y gira hasta fondo del valle y él regresa por ella para empezar el siguiente día empujándola de nuevo. Este mito se me parece mucho al de Prometeo pero en ese caso lo que le pasaba era que un águila se le comía el hígado cada día y este volvía a crecer en la noche, sólo por haberse robado el fuego del Olimpo y habérselo dado a los hombres. Me parece que el primero es romano y el segundo griego. Algún día miraré en google cuál es cuál.

Retornando a mis pensamientos, el hecho es que de forma inconsciente siempre se gira alrededor de los mismos temas. La pregunta obligada después de notar aquellos pensamientos recurrentes es ¿cómo se escapa a un ritmo que se desea dejar atrás?
Lo primero sería ser consciente de las “esporádicas” apariciones; lo segundo anularlas. Lo primero se encuentra analizando atentamente; la meditación en mi caso. Lo segundo me obligó de nuevo a volver a los libros. Me encontré con un chiste que he citado varias veces:

Un hombre que cree ser un grano de maíz lo llevan a un institución mental donde los médicos hacen todo lo posible para convencerlo de que no es un grano de maíz, sino un hombre; sin embargo, cuando está curado -convencido de que ya no es un grano de maíz, sino un hombre- y le permiten salir del hospital, regresa de inmediato, temblando y muy asustado: delante de la puerta hay una gallina y le da miedo que se lo coma. “Pero mi querido amigo”, dice su médico, “sabe perfectamente que no es un grano de maíz, sino un hombre”. “Claro que lo sé”, contesta el paciente, “¿pero lo sabe la gallina?”

Identificar la aparición es insuficiente si no se busca la raíz del problema y se conceptualiza. Claramente tanto en el chiste como en la recurrencia de las ideas, el problema habita en el subconsciente. Hasta que no se comprende que el grano de maíz está adentro, no hay mucho que hacer. Ese es el punto de partida después de haberlo identificado; darle forma a la idea o problema, definir limites. Una vez se ha limitado se puede crear su antítesis; aquello que no es la idea, aquello que no es lo recurrente; aquello que no es el grano de maíz; el hombre que el paciente debería saber que es.

Sólo hasta que se tiene una antítesis se puede completar el ciclo de la recurrencia y este a su vez, puede ingresar a un ritmo superior que permita avanzar; este ciclo cerrado se llama síntesis. Como cuando se cambia de mala o se interpreta el siguiente compás. Sólo hasta que se cierra una idea del todo, se puede ver más allá y girar humildemente la semilla para entrar en otra. Con suerte, se podría llegar al final. Claramente a mí no se me ocurrió nada de esto, eso fueron cosas que me contaron los libros. Uno de ellos me dijo que todo este mambo con la recurrencia y los ciclos fue lo que Hegel llamó la triada dialéctica y se considera la carta de navegación de la historia:

El ritmo de la historia.

Así que si Sisifo hubiera hecho una correcta síntesis de su mísera existencia la mitología nos contaría algo así:

Aclaración: El pegamento sería la síntesis, siguiendo la línea de Hegel a mi manera.

Supongo que con eso podría incrementar el ritmo de mi aprendizaje. Hasta que la piedra se caiga y vuelva a empezar todo de vuelta…

C’est tout.

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