La desaparición del hombre

Primero murió Dios. No habiendo más, empezó a morir lentamente el hombre.

Ácrata y Banquero
Lo que aprendí hoy
5 min readSep 25, 2013

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A medida que avanzamos, que evolucionamos, también lo hace la imagen de Dios. Isaac Beltrán.

Esas fueron las palabras de mi profesor de literatura en alguna clase que se quedaron conmigo, dando vueltas por ahí. Dan pie para hacer el siguiente planteamiento: dios no hizo al hombre a su semejanza, fue el hombre quién lo hizo a la suya. De ahí se puede explayar y hacer cualquier tipo de aseveraciones y teorías, pero la que hila de forma perfecta, al parecer es la de Zaratustra, ese personaje que marcó un antes y un después para mí.

El asunto es el siguiente, sin tanta complicación ni cita: El hombre mató a dios, lo dejó morir. Para ello lo único que hizo fue cuantificarlo. En otras palabras el hombre se dedicó al método, a la experimentación; a la prueba y error. Sus creencias hasta el momentos místicas se vieron desplazadas por la ecuación, por la frase célebre del señor ese de la manzana; a cada acción corresponde una reacción. No más de esas afirmaciones que dictaban que llovía porque dios estaba de buen o mal humor, llovía porque había suficiente humedad para condensarse. Sin ritual. Sin bombos ni platillos. A secas.

Siendo así, dios desde el cielo se dedicó a mirar con tristeza como sus hijos lo olvidaban al ver que la ecuación cerraba de forma perfecta, y a lo sumo alguna variable o incógnita lo representaba a él. Con mandamientos más terrenales, entendibles y sobre todo lógicos como que la velocidad es una cosa que se compone por una distancia recorrida en una cantidad de tiempo. Al punto de que su reino dejó de ser el universo, la tierra, para ser el cielo, que años más tarde nos daríamos cuenta, es además de todo uno imaginario.

El camino fue el positivismo el método científico. Las dudas empezaron a ser resueltas, una a una. Iban cayendo dioses como torres de babel. Una y otra vez la tierra tembló cuando un cuerpo divino se estrellaba contra la tierra para morir. Esto obligó a dejar de lado asuntos del más allá para concentrarse en el más acá. Pronto el conocimiento dejó de ser un privilegio de unos para volverse la obligación de todos -teóricamente-. La razón es sencilla. Había que medirlo todo. Usar un marco de referencia para las cosas, clasificar, cuantificar, tener hipótesis y teorías. Se necesitaban herramientas, si algo no se podía medir, no existía. Por eso la necesidad de más y más. Más herramientas para medir más y más precisas, más rápidas, más efectivas. El método aplicado al método.

Empezó lo inevitable. La herramienta más efectiva que el hombre. Revolución industrial: el hombre pudo ser reemplazado de manera física. Ya no se necesitaba tanta fuerza y aguante porque las máquinas efectivas no comen, no duermen y sobre todo no se sindicalizan. Primero fueron tareas básicas, líneas de producción, tornillos y tuercas. Pero no se iba a detener ahí. Siguieron tecnificándose a sí mismas y de paso nuestro mundo. En un sorpresivo y vertiginoso ataque de modernidad quedamos mutilados cuando nos alejamos de la computadora o del celular. Ahí está la forma más compleja de nuestras herramientas. Cada vez más queremos dejar de hacer cosas. Todo ha sido invadido por la tecnología, incluso ahora a nuestros bebés los mece una máquina. Esto sólo comienza.

El hombre crea herramientas para desplazarse a sí mismo. Para quitarse de encima funcionalidades, para finalmente dejar al hombre inútil. Incluso el arte lo deja ver así, ante el sonido digital, la música de orquesta queda reducida a un nicho oculto, selecto y sobre todo atípico. Lo mismo con el cine si se quiere. Cada vez con más frecuencia vemos personajes que son caricaturezcos, en un universo donde no hay que pagar extras, cuando los vidrios se rompen nadie los recoge y sobre todo, las chicas bonitas nunca se arrugan.

El meollo del planteamiento es este, el hombre primeramente alejó a dios de su cotidianidad haciendo uso de la ciencia — positivismo — y siguió perfeccionando su ciencia y sus herramientas hasta el punto en el que llegará a reemplazarse a sí mismo — a imagen y semejanza de dios — . Al punto de que una imagen permite visualizar esto y concluir, como bien apuntó mi profesora de fotografía; que el hombre es el corazón de la máquina.

Lewis Hine

El futuro próximo apunta a seguir tecnificando todo; el arte, las relaciones sociales, la cotidianidad, el estado anímico. La modernidad toma las formas de las Lebensborn, fábricas de bebés desarrolladas por los nazis a mediados del siglo pasado, como muestra auténtica de una sociedad que se autoconsideraba adelantada. Ya tenemos sus brazos, piernas y hasta órganos de artificio, artificiales. Pero queda un universo y ahí está lo delicado. El sentir y el pensar.

Quizá las máquinas nunca lleguen a comprender una desilusión, ni sean buenas en ello. Quizá las máquinas no sepan lo que es el amor materno. Podrán imitar con algún grado de realidad la ira, la felicidad y todas las emociones, pero seguramente no llegarán a reemplazarnos en ese sentido. Porque es inútil. El corazón de las máquinas, la ciencia y la filosofía detrás de ellas, el positivismo, no contemplan la inutilidad. No contemplan los pensamientos desperdiciados, la imaginación y nada que no pueda ser medible. Así dios se perdió. Pero no así se perderá el hombre.

Según veo — muy al contrario de lo que dirían mamá y papá — el futuro está en no ser útil. No ser útil para nada. Ser irreemplazable. ¿Quién quiere hoy por hoy ejercer la litografía cuando se puede emplear una máquina más precisa, exacta, eficiente y rápida que los señores que se sientan detrás de las vitrinas en el corazón de nuestra ciudad? ¿Quién quiere desarrollar una máquina para que se siente a las fueras del metro con un cartón que diga que tiene 16 hijos y no tiene con qué comer? ¿Quién desarrollará un máquina que sufra de estrés post traumático? ¿Quién desarrollaría una máquina que toque la guitarra para buscar la paz?. Esa suerte de melancolía ineficiente es a lo que a la humanidad le queda para abrazarse, porque es el único futuro. Ser tecnólogicamente incorrecto para ganar la puja. Quién quiera competir contra una calculadora, perfecto. Pero estamos en una carrera de obstáculos. Son ellas o nosotros. Nuestra única jugada posible, antes del jaque mate es equivocarnos. Bienvenidos a la matrix.

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