Cometierra

Tragó tierra cuando era chica y tuvo una visión: su papá había matado a golpes a su mamá. Esa primera visión le abrió la puerta a un mundo injusto, en un barrio pobre en el que las principales víctimas son las mujeres. A partir de ahí, lo que sigue es una novela breve, entretenida, muy interesante, dura. Literatura de la violencia en manos de una voz en primera persona que realmente conmueve.

Me acerqué a “Cometierra”, la primera novela de Dolores Reyes, por tres motivos: me interesan las nuevas narrativas, muchos libros hablan de esta escritora como revelación del año, y fue el libro del mes de octubre en el club de lectura Carbono.

Pienso que es un relato que nace del cuerpo y llega al cuerpo. En el medio, se percibe un viaje de dolor, fantasmas, sueños. Pero lo que predomina es una intensidad sensorial perturbadora, desgarradora.

La historia de un ser marginal, por ser vidente, que a la vez vive en los márgenes de la ciudad. Como la Rebeca de “Cien años de soledad”, se lleva tierra a la boca, pero esta vez con el objetivo de saber dónde están los ausentes.

Así escribe Reyes: “Al principio la tierra es fría, pero en la mano y después en la boca entra en calor. Separé un poco y lo levanté. Me lo llevé a la boca. Tragué. Cerré los ojos, sintiendo cómo la tierra se calentaba, cómo me quemaba adentro, y volví a comer un poco más. La tierra era el veneno necesario para viajar hasta el cuerpo de María y yo tenía que llegar. Me acosté en el suelo, sin abrir los ojos. Había aprendido que de esa oscuridad nacían formas. Traté de verlas y de no pensar en nada más, ni siquiera en el dolor que me llegaba desde la panza. Nada, salvo un brillo que miré con mucha atención hasta que se transformó en dos ojos negros. Y de a poco, como si la hubiera fabricado la noche, vi la cara de María, los hombros, el pelo que nacía de la oscuridad más profunda que había visto en mi vida”.

Cometierra, Dolores Reyes