Mucho de boquilla y poco de retratarse

Antonio Morente
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2 min readOct 18, 2016

Salvador Távora no se merecía el final que en los juzgados se escribió para su teatro de Hytasa, que tras pasar por un concurso de acreedores había entrado en fase de liquidación. Al dramaturgo, todo un símbolo que en cualquier otra ciudad que no fuese Sevilla estaría en los altares culturales, lo iban literalmente a desahuciar, y todo porque se creyó aquel proyecto de convertir Hytasa en un centro creativo y apostó fuerte levantando su propio teatro para que fuese el epicentro de un pequeño polígono de industrias culturales. Aquello fue en los tiempos de las vacas gordas, cuando las subvenciones públicas llegaban como una tormenta, pero en cuanto la crisis apretó ocurrió lo de siempre: la cultura fue una de las primeras víctimas.

Actuación en la reapertura del teatro Salvador Távora. Foto: Ayuntamiento de Sevilla

La obra que le ha robado el sueño estos años a Távora se representó en unas tablas que le eran ajenas, en bancos y juzgados. Tras venirse abajo con estrépito aquel sueño de convertir su barrio en un foco cultural y no llegar nunca los dineros públicos prometidos, y tras mucho tiempo de fatigas, el teatro Salvador Távora reabría el pasado domingo, salvado tras una rocambolesca operación por la que una cooperativa mixta público-privada sin ánimo de lucro se ha hecho con las riendas del espacio escénico. El invento se ha definido como “un nuevo modelo de innovación social”, una experiencia piloto diseñada de hecho por el director general de Innovación Social del Ayuntamiento. Como símbolo de este híbrido, al acto de reapertura no acudió el delegado municipal de Cultura, sino el de Empleo y Bienestar Social, y más que nada por su condición de delegado del distrito Cerro-Amate.

En la cultura sevillana es difícil sobrevivir si se va más allá de los cuatro lugares comunes de sus sobadas esencias

Mala cosa toda esta historia para una ciudad que quiere presumir de talante cultural, en la que es muy difícil sobrevivir en este terreno más allá de los cuatro lugares comunes que pivotan sobre sus sobadas esencias. Y mala cosa para la cultura que demasiados proyectos en Sevilla se vengan abajo si no hay subvenciones, que sean las administraciones las encargadas de apuntalar un paisaje cultural demasiado frágil sin los dineros públicos. Y por encima de todo, mala cosa que la forma de garantizar el éxito de un espectáculo sea que, por supuesto, pueda verse sin pagar porque aquí somos mucho de boquilla pero poco de pasar por caja.

Bien está lo que bien acaba, aunque sea con tanto sufrimiento y de una manera tan legalmente imaginativa. Eso sí, tenemos que hacernos mirar lo de la pasión cultural, porque se ve que de vez en cuando en esta ciudad es más un eslogan que una realidad.

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