Atado, sustantivo.

lulú
Los excesos
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3 min readJan 6, 2019

¿Y qué si no es?

Porque las pupilas se me derriten cuando estoy muy cerca y la piel se me descascara si estoy muy lejos, entonces quizás el problema no es ese, el problema es otro; y es que el atado de puchos se vació y lo dejé tirado en el medio de las cuatro paredes de las que me hice amigo porque pensé que me escuchaban y entendían pero vuelvo todos los días a asegurarme de que siga ahí, de que no tenga un cigarrillo más porque muero por llenarme los pulmones de humo otra vez, de sentir cómo entra, calentando mi garganta y dejando todas las porquerías pegadas en mi tráquea que cada vez parece más áspera porque el tiempo pasa pero ya está, porque el atado ya se vació, ya lo vacié yo con ese vicio incontrolable que aparentemente tengo pero solo ahora me doy cuenta, porque necesito uno más y creo que no lo tengo.

Capaz podría volver a chequear.

Y entrar de vuelta en esa espiral en la que espero encontrar algo que ya quemé, algo que ya tiñó mis bronquios de negro y me encontró tirado en algún lado, ahogado en esa misma porquería que ahora extraño tanto, pensando que iba a morir porque el aire no pasaba y si el aire no pasa va a estar todo mal; pero quiero sentir ese calor en la boca otra vez, quiero volver y que el atado esté lleno como ese que está por allá que aunque no me pertenece cambio todos los días para que nada ni nadie se encuentre con ese paquete sin contenido.

Y no le encuentro el sentido.

Porque la música dejó de sonar y yo quedé bailando solo frente al espejo otra vez porque no hay nadie para apreciarlo, no creo estar bailando en realidad porque estoy tosiendo y escupiendo la basura que me di el lujo de adherir a mi cuerpo, me di el lujo de hacerme uno con eso que sabía que me mataba pero seguí respirando, es ese placer incontrolable que surge cuando el fuego toca ese tan adorado extremo, el anhelo del acompañamiento de siempre, mi vil y fiel compañero que me desintegra poco a poco, el cigarrillo de siempre, el del desayuno, el de las series, el que necesito antes de irme a dormir, ese por el que me escapo al baño para fumar rápido y volver con la cara rota de golpearla desesperadamente contra la pared porque se consume, se consume y no me quedan más.

Me creo adicto pero sospecho que no lo soy.

Quizás esa tan esperada noche es hoy en la que vuelvo y alguien tuvo el agrado de dejarme uno de sus cigarrillos sobre la mesa pero, ¿tendrá el mismo gusto?

La falta de confianza siempre me jugó en contra.

Y es que las ausencias no me confortan y el libro perdido aunque terminado lo sigo llorando, todavía recordando estrictamente las últimas palabras en las que nadé sin rumbo durante mucho tiempo.

Si no es el pucho será el vino.
Pero creo que la última vez que quise abrirlo resbaló de entre mis dedos y manchó el piso, por eso no es tan lindo.
Podría empezar a limpiar.

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