Airbnb, la revolución turística e inmobiliaria

Los Inrockuptibles
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10 min readOct 22, 2015

Hay experiencias que parecen sacadas de una publicidad, como la de Maria, en Puglia, en el sur de Italia, una anfitriona que prepara especialidades locales y da de tomar vino de la región antes de mostrarle al huésped ocasional los vestigios del siglo XVI que yacen debajo de su casa. Hay experiencias exóticas, por llamarlas de algún modo, como en Liverpool, en un estudio de artista no calefaccionado, con -5°C, las paredes cubiertas con pinturas porno y, como bonus, un perro mojado; o la de un amigo en Nueva York que vio desfilar en el comedor de su anfitrión fotógrafo a toda la elite del gangsta rap local. Con Airbnb, también hay experiencias como la de esos cuatro amigos que pensaban hacer la despedida de soltero de uno de ellos en un gran departamento y terminaron en el hotel Ibis de la esquina cuando el dueño del departamento adivinó el plan al verlos desembarcar a los cuatro excitados y borrachos.

El mecanismo Airbnb consiste en un trío entre un inquilino aventurero, un anfitrión con afán de lucro y un intermediario –la red social en cuestión– que resulta a la vez psicólogo, policía, banco y recaudador de impuestos. Una suerte de estado dentro del Estado, la de Airbnb es la historia de una micromultinacional de amigos que empezaron alquilando colchones inflables en el living de una casa en San Francisco, y ahora compiten con las más grandes cadenas hoteleras tradicionales y aspiran a unirse al muy exclusivo club de los Gafat (Google, Amazon, Facebook, Apple, Twitter). ¿El secreto de su éxito? El algoritmo, lo fácil que es usar el servicio y la comunidad mundial de usuarios que agrupa. Impulsada por su bajo costo, Airbnb se impuso en siete años como el nuevo líder del turismo global. Su idea brillante: hacer de cada uno de nosotros un potencial miniempresario del alquiler a corto plazo. Para bien, y a veces también para mal.

La vida de Brian

Brian Chesky no se considera un simple empresario. Este treintañero cofundador de Airbnb se pretende embajador de un regreso a las fuentes, donde cada viaje es “una búsqueda de la felicidad basada en los encuentros con otros”. Basta analizar un fragmento del discurso de su compañía hablándole a sus usuarios: “Miren, en su casa, ustedes se sienten cómodos… Ahora, tienen las llaves para acceder a este nuevo mundo en el que detrás de cada puerta hay un anfitrión que los tratará como parte de su familia. En el que la economía no es artificial ni está basada en la producción en masa a través de máquinas. Existimos gracias a la gente, gracias a un mundo de empresarios que construyen una nueva economía basada en el compartir… Los viajes se vuelven aventuras, y esto llegó para quedarse.”

El mecanismo Airbnb consiste en un trío entre un inquilino aventurero, un anfitrión con afán de lucro y un intermediario –la red social en cuestión– que resulta a la vez psicólogo, policía, banco y recaudador de impuestos.

Un día de 2008 en San Francisco, Brian, hijo de trabajadores sociales con un título de una escuela de diseño, y su compañero de casa y amigo Joe Gebbia deciden instalar tres colchones inflables y ponerlos a disposición de desconocidos que pasen la noche bajo el mismo techo por algunos dólares. Rápidamente encuentran interesados y arman un sitio web. Entusiasmados por sus primeras experiencias y seguros de su idea, reclutan a un webmaster y crean una verdadera plataforma en la web. Nacía así Air Bed and Breakfast. Después de meses de pruebas y de inversiones que dan pérdidas, reducen un déficit de treinta mil dólares vendiendo cajas de cereales con una caricatura de Barack Obama y John McCain. Una idea simple y eficaz que impresiona a Paul Graham, el inversor que hasta entonces les había negado acceso a su famosa incubadora de talentos en Silicon Valley: “Si pueden convencer a la gente de pagar cuarenta dólares por una caja de cereales, sin duda los pueden convencer de pagar para dormir en un colchón inflable de alguien”. Un business angel y cientos de adeptos: no hacía falta nada más para salir al ruedo.

Los tres socios cuidan a sus primeros clientes. Van a golpear a cada puerta con sus cámaras de fotos. Apuestan todo al contacto personalizado. Dos años después, Brian Chesky decide volverse un usuario casi permanente del sitio: “Para resumir: no tengo domicilio fijo”, repite. Él y Gebbia mantienen el viejo departamento donde todo comenzó. La leyenda dice que todavía es posible dormir en los colchones inflables instalados hace siete años. Al día de hoy esta plataforma comunitaria ya permitió que cuarenta millones de personas fueran alojadas por particulares en todo el mundo, y recientemente fue valuada en unos veinticinco mil millones de dólares.

Hoy en día, su valuación en veinticinco mil millones de dólares la ubica justo detrás del grupo Hilton, y acaba de recaudar mil quinientos millones de dólares en una ronda de inversores.

A medida que Airbnb crece, nuevas oficinas aparecen, espacios luminosos y conceptuales, como el espíritu de la marca. Brian y su compañero usan su talento de diseñadores para crear espacios de trabajo en los que sus empleados se sientan bien. Hablan de “amor más que de crecimiento”. Se vuelven las primeras personas en el mundo en volverse millonarias gracias al consumo colaborativo. “Formamos parte de la era de la economía del compartir, que viene después de la producción en masa”, explica Chesky. El éxito de su negocio le da una autoridad que ya nadie niega. Fortune Magazine ubicó a Chesky a la cabeza de su lista de los cuarenta hombres de negocios de menos de cuarenta años más influyentes del mundo. Está delante de Mark Zuckerberg y comparte el trono con Travis Kalanick, el creador de Uber, que en muchas ciudades viene revolucionando el transporte de pasajeros, provocando entre los sindicatos de taxistas las mismas quejas que las cadenas hoteleras con el emprendimiento de Chesky. “Ambos representan el conflicto actual entre el gran potencial de la economía de la red y las regulaciones del viejo sistema… La única diferencia entre Kalanick y Chesky es que este último es más diplomático”, explica la revista. Y además de pretenderse un idealista cercano a los usuarios, el joven empresario supo negociar todos los cambios. Una por una, las grandes ciudades estadounidenses, luego las europeas, terminaron cediendo a la airbnbmanía a través de negociaciones comerciales y legales. ¿Próxima etapa? Cuba. Con presencia en 192 países, falta poco para que estén literalmente en todas partes.

Alerta en las ciudades

El éxito de Airbnb parece increíble. Hoy en día, su valuación en veinticinco mil millones de dólares la ubica justo detrás del grupo Hilton, y acaba de recaudar mil quinientos millones de dólares en una ronda de inversores. ¿Próximos pasos? Obtener cinco mil millones de beneficio en cinco años y pacificar las relaciones con los gobiernos de las grandes capitales, que están inquietas por los efectos negativos de la “airbnbización”. De hecho, las ciudades capitales europeas no están muy contentas con los efectos secundarios del sistema. En Berlín, en los barrios turísticos como Kreuzberg o Neukölln, el fenómeno cobró proporciones dramáticas, como lo muestra un conjunto de mapas tipo Google Maps realizados en diciembre de 2014 por la diseñadora gráfica berlinesa Alice Bodnar. Bodnar contrastó la gran cantidad de ofertas de alquileres disponibles en Airbnb y los pocos anuncios de un portal de búsqueda de alquileres de largo plazo. El resultado es un mapa de Kreuzberg que señala 102 viviendas en la plataforma de alquileres temporarios y una sola disponible vía inmobiliaria.

La de Airbnb es la historia de una micromultinacional de amigos que empezaron alquilando colchones inflables en el living de una casa en San Francisco, y ahora compiten con las más grandes cadenas hoteleras tradicionales y aspiran a unirse al muy exclusivo club de los Gafat (Google, Amazon, Facebook, Apple, Twitter).

En Francia, segundo mercado después de los Estados Unidos, la compañía retiene desde hace poco el impuesto al turista e incita a sus usuarios a declarar sus ingresos al fisco. El ayuntamiento de París lanzó en la primavera una operación en contra de los grandes evasores. Apuntan a los multipropietarios, ya que esta actividad de dedicación exclusiva y no declarada hace perder superficie habitable y alimenta la especulación inmobiliaria. “No apuntamos a aquellos que llegan a fin de mes alquilando su casa cuando se van el fin de semana afuera,” dicen desde el ayuntamiento local. París sigue siendo el primer destino en el mundo, con más de cuarenta mil viviendas en alquiler en la red social.

Salven a los ricos

Pero ¿es verdad que el sistema ayuda a usuarios con problemas financieros para llegar a fin de mes? “Hay que ver quién, hoy en día, alquila su departamento en Airbnb. No estoy seguro de que sea gente en situaciones realmente precarias”, considera el economista y sociólogo Damien Demailly. “Exagerando un poco, si querés que tu departamento le interese a alguien, tenés que tener una supercasa en el campo o vivir en una gran ciudad turística. Eso no incluye a los más pobres.”

Y quizá tampoco incluye a la clase media. En las grandes ciudades costeras de los Estados Unidos, donde el precio del alquiler es muy alto, como en Nueva York o San Francisco, Airbnb concentra más éxito, pero también más críticas. La compañía gasta millones en relaciones públicas para mostrar que su modelo de negocio es beneficioso para la clase media. Según una campaña publicitaria de 2014, la plataforma ayuda a los pequeños propietarios neoyorkinos a llegar a fin de mes. Eso no siempre es así: las estadísticas indican que casi la mitad (43%) de los hogares de Boston que subalquilan pertenecen a la quinta parte más rica de la población, con ingresos que sobrepasan los ocho mil dólares por mes.

En Nueva York, los residentes se quejan de ser echados por propietarios que ven en Airbnb una manera más lucrativa de sacarle el jugo a sus viviendas. Según el procurador general, el 70% de las ofertas son hoteles disfrazados que no pagan impuestos. Dos consecuencias: la ciudad pierde dinero y aumenta el precio de los alquileres porque la oferta es escasa. De hecho, la municipalidad de Nueva York tiene a la plataforma en la mira. Es algo evidente si consideramos que Bill de Blasio logró ser electo alcalde de Nueva York en gran parte por su audaz plan de construcción de viviendas sociales. Las quejas de los particulares van en aumento: la ciudad registra 1150 en 2014 en comparación con 712 en 2013. La alcaldía dice que quiere hacer frente a los propietarios a quienes se suelen dirigir las quejas, que a menudo son operadores comerciales y no la abuelita joven que aparece en las publicidades de Airbnb en el metro de Brooklyn.

Con presencia en 192 países, falta poco para que estén literalmente en todas partes.

El lobby de los hoteles también lanzó su contracampaña: “Salven a los ricos”. Difundida el 13 de julio, esta parodia de un spot de televisión en beneficio de Unicef en el que se veía a la actriz Alyssa Milano (Charmed, Melrose Place…), lanza un llamado extraño: “Una módica contribución de algunos centavos de dólares por noche ayudará a los propietarios a echar a los inquilinos y a transformar sus departamentos en hoteles ilegales y lucrativos.” Esta publicidad “revela el sucio secreto de Airbnb: enriquecer a los magnates del negocio inmobiliario y limitar las oportunidades de los inquilinos residenciales”, dice Linda Rosenthal, demócrata y miembro de este lobby hotelero.

¿Pero quién se beneficia realmente con este sistema? Toda la comunicación de la plataforma insiste en el aspecto positivo del complemento de los ingresos. Pero ¿quién se beneficia más? ¿Propietarios o inquilinos? Y entre estos últimos, ¿cuántos les avisan realmente a los propietarios? La compañía no lo dice. Este tema no es una prioridad ni para la empresa –que no tiene ningún interés en que su parque locativo se reduzca–, ni para las ciudades, que quieren atraer más turistas, ni para los inquilinos, que aceptan los riesgos de no cumplir con el contrato de alquiler para lucrar. Esta es la paradoja de Airbnb: todos sus usuarios coinciden en que el sitio es genial pero ¿quién se enriquece realmente? Los propietarios y, sobre todo, Brian Chesky y Joe Gebbia.

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Airbnb en Buenos Aires

Signos y secuelas de la propagación de la experiencia en ciertas zonas de la ciudad. / Por Tomás Borovinsky

El siglo XXI recibió al barrio de Palermo con los brazos abiertos: de las cenizas del país hundido surgió el barrio salvado y todo se llenó de turistas. El aluvión zoológico de yanquis, europeos y HLA (hermanos latinoamericanos) cambió la escenografía de la ciudad en general y del barrio en particular. Un ejército de consumidores de paso lleva y trae mercancías, hábitos y costumbres. Airbnb es un capítulo más de esta invasión bárbara encarnada en doce mil alojamientos en el país de las cuales ocho mil están localizadas en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Una red social más en la que miles de usuarios crean perfiles para proyectar una imagen de sí, para promocionarse como anfitriones o huéspedes y vender una experiencia. A través de este sistema miles de personas hacen su “experiencia Airbnb” que consiste en compartir un departamento o en tomar prestada la casa de otro por algunos días o meses. De este modo, en antiguos edificios de Palermo Viejo/Soho se cruzan ancianos, jóvenes “hipsters” locales y turistas suecos, yanquis y colombianos que después poblarán esos bares simpáticos en los que ya nadie habla en argentino.

Airbnb nos brinda un capitalismo limpio en el que no se huele el aceite sucio, usado más de una vez, de la fritanga de la sociedad posindustrial en la que vivimos. Como red social, Airbnb tiene algo de utopía tecnocapitalista. Todo aquel que tenga una propiedad es capaz de devenir un pequeño empresario cumpliendo en cierta medida un pedazo del sueño argentino en miniatura: vivir de rentas. Porque además, por si fuera poco, bajo este sistema se cruzan dos obsesiones locales: los ladrillos y la moneda extranjera. En este sentido, Palermo es una especie de experimento social a cielo abierto, una isla argentina que no quiere desenchufarse del primer mundo mientras exporta todo tipo de baratijas. Que la globalización de las chucherías palermitanas siga su curso antes que el aceite se termine de quemar.

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> es.airbnb.com

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