Alberto Giacometti en Proa

Los Inrockuptibles
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3 min readNov 6, 2012

Una muestra antológica resume el arco que traza la obra de Alberto Giacometti, entre la potencia arcaica del tótem y la encarnación más icónica del existencialismo. / Por Lucrecia Palacios

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Son más de ciento cuarenta las obras de Alberto Giacometti que pueden verse por estos días en la Fundación Proa. Es un número discreto para uno de los artistas más prolíficos del siglo XX, y sin embargo, la muestra retrospectiva que inauguró a mediados del mes pasado da cuenta del trayecto recorrido desde sus inicios en Suiza hasta sus últimos trabajos en París, y traza un arco de cincuenta años en los que Giacometti coqueteó con el cubismo, estudió el arte africano, se metió de lleno en el surrealismo, fue expulsado, conoció y trabó relación con toda la intelectualidad europea de posguerra, se vinculó y se alejó del informalismo, trabajó en piezas decorativas (algunas, incluso, destinadas a la Argentina) y, sobre todo, en las esculturas que fijaron la imagen de Giacometti que conocemos: lánguidas siluetas que parecen sombras a punto de desvanecerse, cabezas pequeñas sobre pies grandes, piezas en bronce que podrían ser de arcilla o de algún material al borde de la descomposición. La degradación del material hace que las esculturas parezcan antiguas, como restos de una civilización perdida. Sin duda, parte de este efecto no le hubiese molestado a Giacometti. Según cuenta Jean Genet, el artista planeó alguna vez esculpir una estatua y enterrarla para que la encuentren después de su muerte, mucho después de que su nombre fuese olvidado. En ese deseo resuena algo de la potencia arcaica del tótem que Giacometti deseaba para sus piezas, pero también, quizás, el cansancio de que sus obras hayan sido leídas una y otra vez como la encarnación del hombre existencialista que se enfrenta, solo, ante el vacío y la nada.

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Se sabe que Giacometti era capaz de realizar unas cuarenta variantes de cada una de las piezas en las que trabajaba, y, también, que ninguna de ellas parecía convencerlo más que la primera.

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Hay quizás tres escritos fundamentales sobre Giacometti: el de Genet, un ensayo de John Berger sobre la última fotografía que le toman a Giacometti antes de su muerte, y el de James Lord, en donde se relatan las dieciocho sesiones en las que Lord posó para que Giacometti le realizara un retrato que, finalmente, quedaría inacabado. En principio, debía ser solo una, pero las sesiones se extendieron a medida que el artista destrozaba bocetos con los que no estaba conforme, se concentraba en el cuerpo o en la cabeza del retratado y entraba en crisis por no poder reproducir en la tela aquello que él veía. Se sabe que Giacometti era capaz de realizar unas cuarenta variantes de cada una de las piezas en las que trabajaba, y, también, que ninguna de ellas parecía convencerlo más que la primera. “Lo no logrado me interesa tanto como lo logrado”, decía. En la muestra pueden verse, por ejemplo, varios de los cientos de retratos de su mujer que realizó a lo largo de las décadas que duró su matrimonio, y un puñado de retratos sobre su hermano. La repetición del motivo, la rugosidad del material y la forma en que Giacometti deja, en varios casos, la estructura dentro de la cual coloca la figura, le dan a sus obras un aire incompleto e inacabado, como si fuesen bocetos de un gran proyecto inconcluso y todavía imposible que lo acerca a esta orilla de los tiempos.

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ALBERTO GIACOMETTI
En Fundación Proa. (Av. Pedro de Mendoza 1929, CABA). Hasta el 13 de enero.

Imagen: Alberto Giacometti. Le Nez, 1947. Colección de la Fundación Giacometti, Paris, inv. 1994–0017 © Succession Giacometti / SAVA, 2012

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