“Algo más”, de Marcelo Cohen

Los Inrockuptibles
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5 min readJan 8, 2016

En La máquina cultural, Beatriz Sarlo narra una anécdota olvidada de la historia de la cultura en la que acaso se encuentre la clave que permita descifrar del pasado reciente. Un grupo de jóvenes cineastas porteños experimentales recibe una invitación para participar con sus cortos en el Primer Encuentro Nacional de Cine de Santa Fe. Es 1970, y la asamblea está dominada por militantes del Partido Revolucionario de los Trabajadores, y otras organizaciones. Los cortos (de Carlos Sorín y Rafael Filipelli, entre otros) resultan demasiado vanguardistas para el público, que reacciona enseguida y destruye las cintas. Los cineastas escapan por poco al linchamiento. Ese día, concluye Sarlo, vanguardia política y vanguardia artística se divorciarían para siempre. Sabemos también que, hacia el fin de la década del setenta, se produciría otro divorcio mayor y más traumático: el de la política y la violencia. El siglo terminaba clausurando dos vías de acción que funcionaban como posibles respuestas a la pregunta de Lenin que le dio origen –¿qué hacer?–, al mismo tiempo que Roland Barthes formulaba la pregunta que lo cerraría –¿cómo vivir juntos? Era difícil saber qué vendría después.

Aunque liberada de la tiranía de las referencias realistas, Algo más, la última novela de Marcelo Cohen, puede leerse en ese espacio que se abre una vez que el ciclo de las grandes transformaciones históricas ha terminado y la supuesta paz perpetua que sobrevendría a ellas exhibe sus primeros signos de agotamiento. La historia se ubica en el Delta Panorámico, ese territorio imaginario que Cohen empezó a cartografiar hace ya quince años, con los relatos de su libro Los acuáticos, y que de alguna manera niega el mundo al mismo tiempo que le permite hablar de él. En este caso, el comienzo nos recuerda de inmediato a la crisis argentina del 2001: un grupo de habitantes de la Isla Kump se reúne frente a la casa de la Regencia para manifestarse debido a una crisis financiera que ha licuado sus ahorros en inversiones en sal-divisa que no han dado los frutos esperados. Las consecuencias de esas malas inversiones bancarias se han derramado sobre la población, que reacciona con violencia, destruyendo lo que puede, bajo consignas entre crípticas y anárquicas (“No queremos esto”, “Devolvámonos el porvenir por nuestra cuenta”), y frente a una Regencia que reacciona todavía con más fuerza. En medio del caos represivo se conocen los dos protagonistas de la novela, Gaco y Tamastú, y se hacen la acuciante pregunta: ¿qué hacer cuando los manuales de historia, que ya nadie lee, nos dicen que esto volverá a ocurrir, una y otra vez, de la misma manera, con menos variaciones incluso que el paso de las estaciones del año?

Algo más puede leerse en ese espacio que se abre una vez que el ciclo de las grandes transformaciones históricas ha terminado y la supuesta paz perpetua que sobrevendría a ellas exhibe sus primeros signos de agotamiento.

El problema de la historia y la memoria (frágil) que la compone es, en realidad, un tema constante de las narraciones del Delta Panorámico. En una entrevista con Los Inrockuptibles en 2011, a propósito de la publicación de Balada, otra novela situada en este territorio imaginario, Cohen decía: “En el Delta Panorámico (un mundo situado en un futuro muy lejano en el que ya pasó todo) quedan vestigios de toda clase y diferentes etapas remotas, y con innovaciones y todo los humanos se repiten; como en todos los mundos humanos, la historia no le importa mucho a la mayoría, y menos a los que gobiernan. Solo los muy curiosos o los muy responsables o atormentados leen los manuales, miran los archivos”.

Gaco y Tamastú son dos de estos curiosos decididos a revisar los relatos del pasado para encontrar en ellos la llave que les permita salir de ese tiempo en el que “ya pasó todo”, arrancarle algo nuevo –algo más. Para eso se dedican a tareas de rescate que, con diferentes innovaciones, desentierran formas del pasado para vislumbrar el futuro en el presente: a esto lo llaman (como Barthes también) “ser contemporáneo”. Primero fabrican juguetes para los niños de los hospitales, pero rápidamente se aburren. Después, rescatan formas artísticas, intentando reponer de alguna forma esa comunión entre arte y acción destruida por el paso del tiempo: proyectan películas en un vagón en desuso, con la intención de poner a los pasajeros frente a la realidad sin mediaciones; componen canciones que tocan en vivo, una práctica arcaica que sorprende a los habitantes de la Isla Kump e incluso les consigue el favor de nuevos seguidores, pero no mucho más. Se retiran entonces al campo, con la ilusión de ser autosuficientes; se entregan a grandes proyectos técnicos que habrán de liberarlos; regresan a la ciudad. La historia, en fin, es conocida (porque es la historia de la humanidad), y Gaco y Tamastú no cesan de buscar en ella la manera definitiva de, en sus palabras, “abrir la trama en el espacio y en el tiempo”, aunque nunca esa tarea deje de ser tan abstracta como suena. Mientras tanto, en la Isla se reconfigura el mapa de fuerzas necesario para que todo siga igual.

La historia se ubica en el Delta Panorámico, ese territorio imaginario que Cohen empezó a cartografiar hace ya quince años, con los relatos de su libro Los acuáticos, y que de alguna manera niega el mundo al mismo tiempo que le permite hablar de él.

Queda, con todo, un ejercicio siempre pendiente para Gaco y Tamastú: “auditar el lenguaje”. Eso es lo que hay que hacer y a lo que nunca se puede llegar. Modificarlo radicalmente con la confianza de que nuevos nombres harán posibles nuevas realidades. Cohen parece empeñado, en verdad, en eso, y toda su saga del Delta Panorámico da testimonio de esa tarea. En este sentido, Algo más continúa con su largo proceso de invención de una lengua propia. Rescata palabras arcaicas caídas en desuso; crea otras nuevas a partir de ligeras variaciones sobre palabras existentes (ahorraticio, hospitalio, teatron) y las devuelve bajo una luz del todo nueva: más musicales, pero también más extrañas, como si vinieran del futuro del pasado –es decir, de un futuro en el que ya pasó todo. El Delta le permite a Cohen y a sus personajes volver a activar la imaginación (“Tanto fuego tenemos, y tan poca imaginación”, dice Gaco al comienzo) para ensayar respuestas a esos dos interrogantes que pesan sobre sus cabezas, y que la realidad y su historia pretenden haber cerrado: no se puede hacer nada y no hay forma de convivir. Así el Delta abre, una vez más, la trama del tiempo y del espacio.

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Algo más
Marcelo Cohen

(Páprika)
208 páginas

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