arteBA: pasado y presente

Los Inrockuptibles
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9 min readMay 19, 2016

Empezó con el menemismo. Más puntualmente, durante la intendencia de Carlos Grosso, quien la inauguró en 1991, caratulándola como un paso hacia “el Mercosur del arte”. La frase no suena bien, pero es disculpable en el clima visionario de aquella época. Por entonces, la feria arteBA era apenas un rejunte de galerías que vendían grandes maestros (Berni, Battle Planas, Fader), con alguna galería de Brasil como invitada casual. Se decía que su sostenimiento estaba basado en las compras caprichosas de Amalita, la empresaria de obra pública y ferrocarriles. Que sus apariciones siempre daban que hablar. Se criticaron, en una reseña de la feria que se publicó en la revista ramona en junio de 2000, sus aros de oro falso.

Arrumbada en una sala del Centro Cultural Recoleta, la feria no le llevaba el apunte al arte que se hacía en la ciudad, hasta que la crisis de 2001 forzó un reordenamiento de su política institucional, su misión y su marca, y se convirtió en el shopping del arte contemporáneo con invitados de relustre, “la cita anual del arte en Buenos Aires”, según repiten las gacetillas de prensa.

Ahora, para este aniversario, una muestra recorrerá el arte argentino desde ese momento fundacional, y requiere de las destrezas del historiador. Realizar esa muestra dentro de la misma feria es, también, incurrir en el autohomenaje. La gerencia de arteBA ha convocado a tres curadores de arte contemporáneo para cumplir el papel: Federico Baeza, Lara Marmor y Sebastián Vidal Mackinson, todos egresados de la carrera de Historia del Arte de la Universidad de Buenos Aires. La que originalmente iba a llamarse 25 años de arte argentino terminó con un título más nebuloso: Oasis. Entre citas a Peralta Ramos, Rancière, Lyotard, Debord, etc., la muestra no discute la relación larga y entreverada de la feria con el arte producido en Buenos Aires, su momento inicial de ninguneo mutuo y su arrolladora injerencia posterior en todos los asuntos del arte, cuando la feria se convierte en la institución capaz de cuasimonopolizar el concepto de arte contemporáneo.

La feria no le llevaba el apunte al arte que se hacía en la ciudad, hasta que la crisis de 2001 forzó un reordenamiento de su política institucional, su misión y su marca.

Oasis no es una muestra histórica en sentido estricto sino una muestra de arte contemporáneo argentino de gran escala, con un tema lo suficientemente abarcador (el del oasis) para disimular el reprochable autohomenaje. El concepto, además, busca inocularle al público una sensación: la de que una muestra con un guión en medio de una feria de arte resulta un solaz en medio del caos. Sin embargo, las ferias son cada vez más hipercuratoriales, más guionadas: abundan en programación, en edición, en secciones específicas. Este año, los stands se reparten en ocho secciones identificadas con colores, con distintos sponsors y propósitos. Pero hay galerías que participan en varias secciones, de manera que, por ejemplo, el espacio Big Sur de San Telmo, que lleva con fino ritmo el bogotano Álvaro Cifuentes, participa de las secciones Dixit, Cabinet, Special Project Patio Bullrich y la llamada más modestamente Sección Principal. Corregir el vértigo de la abundancia con una planificación enloquecida contribuye a duplicar el problema de que la feria sea inabarcable, no a resolverlo. Más que el mercado del arte a secas o cualquier utopía capitalista de libertad comercial o emprendedora, las ferias realzan el aspecto de burocracia kafkiana del neoliberalismo. Son espacios hipergobernados, tapados de formularios, cartelería y administración. Ya se hace extrañar esa covacha ingenua de galeristas de traje cruzado, mocasines y bisoñé que se reunían anualmente en el Centro Cultural Recoleta a escuchar las palabras de Grosso, en 1991. Pero esa era, también, la época de oro del Centro Cultural Rojas, no como institución sino como algo parecido a una vanguardia trasnochada.

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Los largos noventa

El ciclo de artes visuales curado por Jorge Gumier Maier entre 1989 y 1996 en el Rojas, por el que pasaron artistas como Fabio Kacero, Fernanda Laguna, Feliciano Centurión, Lux Lindner y muchos otros, ya es parte de la historia; sin embargo, en las primeras ediciones de arteBA no vemos artistas del Rojas, ni en general artistas vivos. No llegan, al living de Amalita, los artistas que estaban definiendo la tendencia general del momento. La escena de la ciudad y la feria se dan la espalda. Finalmente, arteBA se reconvierte en feria de arte contemporáneo, entre 2000 y 2002, y comienza la interminable purga de las galerías de grandes maestros: los resultados comienzan a verse entre 2003 y 2005. El impacto de este giro político en la misión institucional de la feria iba a ser grande.

En los años noventa, entonces, arteBA no tiene injerencia alguna en un ambiente en el que resplandece únicamente el Rojas, con sus artistas y sus polémicas. Explicar el Rojas en una oración, como el programa opuesto a la lógica del profesionalismo artístico, la literalidad referencial y el trabajo por proyectos (tres pilares importantes del arte contemporáneo como industria y como discurso) es irresponsable, pero factible. Incluso podría hacerse en una oración más corta. Para quedarse, al menos, con una definición en mente. Las cosas siguen así hasta que se produce una cierta concentración de factores que corren al Rojas del centro de la escena, como la visita de la curadora francesa Catherine David en 1997 (Gumier había dejado la dirección de la galería un año antes) y la percepción de un empeoramiento paulatino en la situación social del país, camino a la crisis de diciembre de 2001. Entonces comienza a tomar preponderancia otra cepa de lo que en ese momento comenzaba a llamarse arte contemporáneo, y a la que Gumier enfáticamente se resistía. Con Catherine David recala en Buenos Aires un tipo de discurso curatorial que busca engastar los problemas del arte en la esfera pública, sacar el arte a la calle y poner todo (arte y esfera pública) en discusión. (Lo opuesto, nuevamente, del Rojas con su programa de cripticismo, amor inexplicable y fuga psíquica hecha con materiales baratos y espíritu camp.) Hubo, entre quienes escucharon hablar a David, una joven curadora azorada: Valeria González. Luego hubo quienes escucharon azorados las clases de Valeria González en la Universidad de Buenos Aires: entre muchos otros, Baeza, Marmor y Vidal Mackinson. Existe por eso, entre David y los tres curadores de la edición aniversario de arteBA, un parentesco de segundo grado.

Valeria González, en aquel tramo final de los noventa, fue la encargada de infundir nueva vida en ese arte social, proyectual y literal, basado en el enunciado referencial directo, que el Rojas había eclipsado durante tantos años, y que se puede llamar conceptualismo político. En distintos textos firmados entre 2000 y 2003, González se propuso desmontar la “operación” del Rojas y fomentar la noción del arte como un asunto de la esfera pública. Encontró, la curadora, una maniobra de ocultamiento de la cuestión política en el fundamento de la “hegemonía” del Rojas, en rima con los discursos noventeros del fin de la historia y la liviandad ideológica. Las cartas quedaron barajadas para la discusión que da inicio al siglo XXI en el arte argentino: el llamado (en chiste) debate “Rosa Light vs Rosa Luxemburgo”, una referencia que juega con el llamado “arte light” (uno de los epítetos que recibía el Rojas) y con la segunda artista frustrada más famosa de la historia alemana moderna.

Casa Sin Fin - arteBA2015

Los focos de la escena local

Y es verdad que muchos de los proyectos del llamado arte político no interesaban en el Rojas, y, sin embargo, la relación no era exactamente simétrica, porque los artistas del ambiente del arte político sí querían mostrar en el Rojas, tal vez porque era el único espacio de arte que tenía visibilidad en ese momento. El enojo venía porque no eran aceptados. Como ocurre muchas veces con la paranoia, se confunde la falta de interés con la persecución.

Esta historia se repitió, bajo otro aspecto, en la primera década de este siglo. Algo similar al Rojas ocurrió con Belleza y Felicidad, un espacio que en cierta manera es una continuación del primero, fundado por Fernanda Laguna y Cecilia Pavón en 1998 –según la leyenda, después de un viaje que hicieron juntas a Brasil. Belleza y Felicidad, además de una editorial todavía en funciones y una galería con un tendal de exhibiciones importantes (de artistas como Mariela Scafati, Leopoldo Estol, Diego Bianchi, Adrián Villar Rojas), era un lugar codiciado, donde casi todos querían exponer. Y muchos no lo lograban, porque los rechazaban. Así fue que otra vez se armó el cuento sobre la “hegemonía” de Belleza (con sus característicos debates en la prensa) y otra vez el cambio de las condiciones ambientales influyó en el avance hacia otra etapa, con otro reparto de protagonistas. No fue la crisis política, sino el boom del mercado del arte y la aparición de una galerista muy apta para las relaciones públicas, lo que otorgó un espacio de visibilidad central a aquellos artistas antes rechazados: ese espacio fue la galería Appetite, que durante dos o tres años fue el foco de la escena local, hasta disolverse en 2008 en medio de una nube de conflictos. Appetite se permitió el tipo de actitud cínica de bienvenida al carrerismo profesional que Belleza mantenía en vilo bajo la inspiración de una idea elevadora y absoluta del arte. Según testimonios, en los comienzos Daniela Luna, la directora, les leía a sus artistas fragmentos de un manual para emprendedores en un bar. La moral del artista joven como emprendedor tuvo, en la Argentina, un viso de prodigio. En cuestión de meses la experiencia cotidiana de un grupo de artistas cambió por completo, cuando comenzaron a vivir de su trabajo y desarrollar proyectos de gran escala mientras la galerista se sacaba fotos en una bañera con una botella de champagne y un fajo de billetes, que luego salían en revistas de cultura joven o estilo de vida. Dos pecados capitales, la lujuria y la codicia, con Appetite se volvieron idénticos. Pero en este desarrollo tuvo un rol clave arteBA, cuya misión declarada a la fecha era promover el galerismo joven y fomentar el coleccionismo a través de iniciativas como el Barrio Joven, en el que Appetite descolló en 2006 presentando un metafórico carrito de supermercado que vino a rimar con el carrito de cartonero que Liliana Maresca había mostrado en el Recoleta quince años antes. El lema de la galería era “Let’s do business”; su rápida expansión la llevó en dos años de un sótano húmedo a un galpón gigante en la calle Chacabuco y luego a una misteriosa sucursal en Nueva York que resultó ser efímera. Belleza y Felicidad, con sus ideas del arte como inspiración, empatía y contacto con lo sobrenatural, se convirtió por contraste en algo parecido a una galería de artistas puritanos, bohemios y reacios al éxito fácil. Fernanda Laguna cerró el espacio en 2007, cuando no pudo renovar el alquiler del local de Acuña de Figueroa y Guardia Vieja, que se convirtió en una vidriería.

No existió, sin embargo, una polémica directa entre Belleza y Felicidad y Appetite, posiblemente porque no hubo un curador que galvanizara la impotencia del rechazo y la posterior revancha oportunista en textos eruditos y llenos de argumentos, como fue el caso con el Rojas y el arte político. Pero, en definitiva, los noventa tuvieron su guerra y los dos mil tuvieron, otra vez, la misma guerra: de un lado, los soñadores, del otro, la coyuntura; de un lado, la ingenuidad, del otro, los negocios. El arte argentino de las últimas décadas tiene así dos tradiciones que van pasando de generación en generación, cambiando de interlocutores y de nombres, como le hubiera gustado a Borges. Pero su disputa no es la disputa de los nuevos y los viejos, los rebeldes y los profesionales, los descomprometidos y los políticos. Es sencillamente la diferencia entre los que son y los que quieren ser.

Barrio Joven - arteBA 2015

Aniversario

“En su edición aniversario, arteBA se propone celebrar una historia de 25 años de la escena local, programando un ciclo de actividades que trascienden los metros cuadrados del predio ferial articulándose con los principales museos e instituciones de Buenos Aires, para ofrecer una experiencia completa dedicada al arte contemporáneo y homenajear el crecimiento de un panorama artístico común.” Con esta frase, ambiciosa incluso en su sintaxis, la feria se propone una edición inolvidable; sus ochos programas, cada uno con un equipo curatorial distinto, engloban la participación de 85 galerías, entre las que alternan espacios jóvenes como Isla Flotante y Sagrada Mercancía (de Chile) hasta galerías maduras como Vasari o Van Riel. Todo lo que no es galería en arteBA puede convertirse en una: con esa premisa el Barrio Joven va a presentar proyectos como MOTP (Mar del Plata), No Lugar (Quito), Sindicato (Santo Domingo) y Carne (Bogotá).

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arteBA
Del jueves 19 al domingo 22 en La Rural
> www.arteba.org

Stand Los Inrockuptibles f13

Fotos gentileza arteBA Fundación

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