El pop de Benito Laren y los colores de Juan José Cambre conviven en Colección Fortabat
Fabularen, una retrospectiva que despliega el vasto imaginario pop de Benito Laren, comparte curiosamente espacio de exposición con las series cromáticas abstractas de Juan José Cambre reunidas en Mano de obra.
Por Diego Erlan
A veces los opuestos se complementan. A veces entre el grito y el silencio puede producirse un diálogo desmesurado, intolerable para algunos pero movilizador para otros. A pesar de que esos extremos al parecer sostengan posturas irreconciliables, y quizá en ese mismo desequilibrio, en ese mismo desfasaje, empiece a conectarlos un elemento en común, una sustancia que se utiliza sin límites. Eso ocurre por estos días en las salas de la Colección Fortabat. Mientras que en el primer piso se puede ver Mano de obra, donde se reúnen pinturas recientes de Juan José Cambre, en el segundo se exhibe Fabularen, una retrospectiva de Benito Laren.
La serie de monocromos denominada “Artforum” funciona como columna vertebral de la exposición de Cambre. Se trata de lienzos en gran formato donde los colores plenos, con pulsión mate, varían como si fueran las notas que interpreta en el piano Morton Feldman en “Palais de Mari”. Y más aún: los silencios entre esas notas, la tensa vibración que permanece en el ambiente hasta que, de un momento a otro, se apaga, incluso abruptamente. Al verlas se entiende que no sea casualidad que el artista mencione al compositor como modelo para su búsqueda. Perderse en el color, sostiene Cambre, es la mejor manera de llegar a la luz. Una vibración sosegada donde no hay brillo, donde los ruidos exteriores son capturados como si cada pintura fuera una recámara que nos expande y nos devuelve desestabilizados. Las improvisaciones que Ezequiel Alemian escribe sobre estas obras (y presenta en una plaqueta titulada Un balde con papel picado) profundizan en una búsqueda poética esa expansión de las pinturas hacia otros mundos: escenas brumosas de una cotidianeidad ajena, paisajes oníricos de una realidad perturbadora.
El conjunto de la exposición curada con originalidad e inteligencia por Lara Marmor (“un espacio abierto sin punto y aparte y lleno de comas”) también podría leerse como una puesta en escena del catálogo Pantone: como el germen de una obra total, el punto de partida de todo pintor. Así funciona la “Matriz de Novum Ovum” (2012). Una forma de desplegar los elementos con los que Cambre cuenta para su trabajo pero también como una búsqueda: en el color se cifra la sustancia del misterio. “El aprendizaje del color como una lengua”, sugiere Marmor en el “Diario de una exposición” y, en la repetición de movimientos, se impone la pregunta: ¿hay variaciones? Esa interrogación no solo se agita en las veinte impresiones fotográficas sobre papel para filatelia (“Un cielo completamente despejado es estático; no puede proporcionar un espectáculo”) sino también con el tríptico “Roseland” como si fuera una aproximación visual de lo que sucede al escuchar los veintitrés minutos del “Coptic Light” de Morton Feldman. Una serie de colores que transmiten la inquietud antes de la tormenta.
Benito Laren, en cambio, es el estallido de esos mismos colores: vidrios, espejos, brillantina, las luces de Las Vegas y sus pirámides de mentira y el homenaje con el pulso de la televisión basura a figuras mediáticas como Mirtha Legrand, Michael Jackson y (¿por qué no?) a Laren mismo. Fabularen, entonces, es la estridencia, la irreverencia y el egotismo ilustrado en la cultura pop. Un Warhol suburbano. Un Elvis resucitado que tras el maquillaje esconde a Johnny Allon de madrugada. La retrospectiva abarca desde sus primeros dibujos (“Casita”, 1968) hasta los últimos trabajos, que cimentaron la discusión sobre el arte light de los 90, y ese recorrido es atravesado por la cita, el pastiche, el delirio y la fantasía. Quizá por eso tanto el imaginario de Las Vegas como la masacre producida por la Guerra de la Triple Alianza pueden cruzarse en el mismo punto en que un ovni acecha edificios de Buenos Aires como una versión vernácula de El día de la independencia. Un universo pictórico que relee varias veces a Xul Solar (en “Pan Tree, Reverso” y “Naciones unidas” de 2007, entre otras pinturas, y hasta en el “Xulian Lenon, piano fumachine”, de 2012), los grandes nombres del pop-art como Warhol, obviamente, pero también Roy Lichtenstein (“Marylinving”) y hasta Cándido López (“Campamento aliado”, 2004). En una visión de conjunto podemos observar la construcción no solo de un artista sino también de un mundo, de una imaginación ostentosa y de un mito descartable, donde el valor está en la parodia y la carcajada. Hasta produce un giro duchampiano. Laren como la obra misma: multiplicidad de protoselfies saturadas de color, que piden, reclaman, suplican y critican el mercado del arte (“Auto Retrato de comprarme uno”).
La construcción de un mundo, Larenland, con su bandera, su moneda, su vino Atorrantes, sus perfumes y hasta un mito fundacional. Esa es la obra que termina creando Laren: su propio reino donde es rey y único habitante, amo y esclavo. Quizá ese sea su giro hiperkinético. Un quiebre donde se conjuga la saturación con más saturación. Como si fuera un conquistador de un mundo desconocido, Laren regala espejitos de colores, inventa historias y exige el trono con el aval de los juegos de azar y los extraterrestres.
Una escalera separa al grito del silencio.
Y una bandera, ubicada en la puerta de la sala, advierte la última frontera que el visitante deberá cruzar. Escalón tras escalón, el silencio deja su lugar al murmullo creciente y entonces los colores de Cambre estallan y surge, como si fuera una piñata con sorpresa, Benito Laren. ¿Pueden funcionar ambas muestras una arriba de la otra? Extrañamente, sí. Son la calma antes de la tormenta. El instante de silencio y también la explosión.
Benito Laren
Fabularen
Juan José Cambre
Mano de obra
En Colección de Arte Lacroze de Fortabat (Olga Cossettini 141, CABA).