Sergio Bizzio y Mondongo te llevan de viaje a lo siniestro

La amistad se convirtió en sociedad artística y ahora los Mondongo exhiben con el escritor Sergio Bizzio una serie de instalaciones y dibujos perturbadores que recuerdan tanto al gran Edward Gorey como a la inconfundible imaginación de David Lynch.

Los Inrockuptibles
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5 min readOct 9, 2017

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Por Diego Erlan

Fotos prensa: Bruno Dubner

Cuando en 1982 Sergio Bizzio publicó su primer libro, Gran salón con piano (Ediciones Salido), Fogwill escribió en la solapa que el autor utilizaba una nomenclatura de las artes plásticas para aceptar la propuesta arbitraria de leer los textos “como una plástica, mirar el libro como exposición”, es decir, leerlo “como si el sentido hubiese estado siempre allí, obedeciendo reglas de correspondencia, bordes, normas de perspectiva y convenciones de representación intactas”. Algo similar (pero a la inversa) sucede en Tres, la exposición que cruza al grupo Mondongo y a Bizzio en la galería Barro. Aquí pueden verse las obras como si cada una fuera un poema (a la vez paradójico y enigmático) o una pequeña historia, uno de esos cuentos inesperados de Bizzio donde el relato asume la voluntad del vértigo. Tres son las salas. Tres las instalaciones. Tres los artistas. El número tres refiere a la divinidad, al equilibrio perfecto, a la imaginación creativa. En este caso, digamos, el tres de la sociedad artística propone un nuevo vértice: el de la imaginación siniestra.

Algo teatral funciona en el mecanismo de descorrer el velo para ingresar a la primera sala y el efecto resulta espectacular. Hay una monstruosa muñeca en un columpio que se mueve de manera constante y mantiene la mirada fija en la imagen del dólar: un ojo sangra de tanto ansiarlo. Los Mondongo ya habían presentado su dólar realizado con clavos en la serie Merca. Si para el curador estadounidense Kevin Power ese dólar vicioso era un rutilante símbolo del fracaso masivo luego de la crisis de 2001, esta puesta en escena reconfigura la pieza en un cuento de terror neoliberal. Una historia que no termina: ese movimiento constante se vuelve aterrador. Ese es el comienzo. La disposición de las salas así como el diseño sonoro (gritos, respiraciones, llantos, engranajes) embarcan al espectador en un viaje que se convierte con cada paso en una de las estaciones del tren fantasma.

Atravesados por una tradición de ilustradores (que abarca desde Robert Crumb a Edward Gorey) y la iconografía mexicana sobre el día de los muertos, la segunda sala propone obras en pequeño formato colgadas en paredes recubiertas de retazos de tela roja. Aquí también se reconstruye una escenografía indudablemente lyncheana que alberga dibujos con técnicas mixtas y preponderancia del blanco y el negro que reflejan, de algún modo, el imaginario creador: escenas de cuentos de terror, animales antropomorfos, el dinero, la muerte y la depresión omnipresentes como globos negros y figuras cuyos trazos recuerdan los atormentados dibujos de Kafka. Cada una de estas obras puede ser un mundo onírico, insólito, irrepetible. Algunas estallan ante la mirada del espectador. Por ejemplo, la de una señorita de vestido, tacos altos y cuchillo en su mano izquierda, que flota con un paracaídas en su cabeza por un cielo de nubes grises. Una tribu de enmascarados la observa caer por ese precipicio oscuro, hacia un destino de armas, ruedas y estandartes. Gorey respira en el trazo de la señorita. La imaginación visual de los Mondongo en esta serie de obras parece expandirse y ensayar nuevos lenguajes inspirados en cierto imaginario proveniente de aquellos primeros poemas de Bizzio (“Cada paso que suena en la tiniebla/ ojo tras ojo recibe por alabanza/ una gloria vacía”).

La última sala, la número tres, está enmarcada en un bosque de ramas secas y representa un túnel misterioso. ¿De una nave espacial? ¿De una pirámide? ¿De una ruina arquitectónica de un futuro apocalíptico? Todo puede ser. Solo vemos un conejo al fondo. Y una luz tenue. El conejo mira al espectador, que se encuentra detrás de las rejas envuelto en la oscuridad de la sala bajo las ramas. Desde allí, el espectador podría pensar dos veces antes de darse vuelta. Porque no se sabe qué puede aparecer detrás, qué puede salir de ese túnel. ¿Hay algo más? Siempre puede suceder algo: una aparición, una sombra.

Como cualquier triángulo, Tres podría empezar su relato desde cualquiera de sus tres lados. Y en ese sentido, quizá el túnel del final sea una representación del túnel de Lewis Carroll por el que cae Alicia al comienzo de su novela. Aunque nada sea lo que parece y el tono más bien adquiera los componentes de una escena de Twin Peaks. Las paredes recubiertas de tela roja de la segunda sala habilitan la posibilidad de entenderla así: como el interior de la mente del agente Cooper, o como la mente de un artista. Con sus vicios, sus obsesiones, sus alucinaciones.

En otro de sus poemas, “Arte de mí”, de su libro Te desafío a correr como un idiota por el jardín, Bizzio escribió: “Con un libro cualquiera apoyado como una carpa/ en mi rodilla, se hacen las tres de la mañana, las cuatro/ de nuevo las tres…/ ¿Y si vuelvo a salir?/ Todo lo que es débil en este momento alza la vista, me mira./ Todo lo que es débil en este momento/ siente la obligación de atacar.// Aleteos, picoteos en las ramas, en el suelo…”. De eso se trata. Volvamos al principio. En uno de los poemas de Gran salón con piano, Bizzio escribió que “hasta el santo mata en el día de su furor; sea/ como sea, siempre encuentra un viento de tempestad/ que ejecute su palabra”. En Tres, las palabras (y el imaginario poético y hasta quizá el impulso narrativo inesperado) de Bizzio encuentran su viento de tempestad en la contundencia visual de los Mondongo.

Tres
Mondongo + Bizzio
Galería Barro, Caboto 531 (La Boca). Hasta el sábado 14/10.

> barro.cc

> mondongo.tv

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