“b’lieve i’m goin down…”, de Kurt Vile
“Kurt está construyendo su propio mito; es un hombre aniñado con una voz antigua y soulera, que –en una época en la que todo es digital– se está convirtiendo en otra cosa”, dice Kim Gordon en el comunicado oficial del lanzamiento de b’lieve i’m goin down… “Por eso este disco enfocado, claro, brillante y cándido es un soplo de aire fresco. De hecho, es puro aire fresco: no tiene peso, no tiene cuerpo, y evidencia la autenticidad convincente de un cantautor-reciclador en su mejor momento.” Todo bien, Kim: entendemos perfectamente tu fanatismo y lo compartimos. Pero no nos dijiste nada que no supiéramos. Tampoco es que sea tu culpa.
Desde que Kurt abandonó el lo-fi de sus inicios para reconfigurarse en esta versión ultraporrera de Bruce Springsteen y Neil Young, uno ya sabe exactamente lo que va a escuchar sin la necesidad de poner el disco. Melodías soleadas, arpegios que hipnotizan sobre una atmósfera dulce y brumosa, languidez para cantar, todo eso está. Es más: las canciones de b’lieve i’m goin down… podrían ser parte de una edición deluxe de Wakin on a Pretty Daze (2013), su álbum anterior. Así funciona Kurt últimamente, como si estuviera agregándole temas al mismo disco sin parar. ¡Muchísimos temas! Esta vez, la edición extendida tiene dieciocho. Todos prácticamente iguales, pero eso es más una virtud que un defecto, porque facilita muchísimo la tarea de entrar en su caudal. En cuanto el pelilargo abre la canilla, no la cierra hasta llenar el balde. Y uno se queda ahí, contemplando sin esfuerzo, fascinado sin entender muy bien por qué.
Lo bueno de caer rápidamente bajo el hechizo de Kurt Vile es que las sutilezas empiezan a distinguirse. Si todas sus canciones parecen la misma, entonces lo que cuenta son las pequeñas diferencias. Y b’lieve i’m goin down… es un amplio muestrario de los microuniversos que puede habitar este cantautor. A diferencia de Wakin on a Pretty Daze, cuya paleta sonora era casi íntegramente eléctrica, acá vuelve a intercalar guitarras acústicas, en lo que el propio Vile describe como “canciones desérticas”. No es una definición caprichosa: unos días antes de grabar “Wheelhouse”, por ejemplo, estuvo zapando con Tinariwen, el grupo tuareg del desierto del Sahara. De ese encuentro surgió la inspiración para este hermoso tema: seis minutos de paisajismo minimalista, que podrían ser veinte.
Otra pequeña sorpresa es la aparición del piano como protagonista en “Life Like This”, “Lost My Head There” y “Bad Omens”. Si cuando toca la guitarra Kurt es un pichón de Neil Young, cuando suena el piano el modelo es Randy Newman. Seguramente, por eso Kim Gordon se refiere a él como un “reciclador”. Su relectura de los clásicos no tiene que ver necesariamente con adaptarlos al presente o tratar de llevarlos hacia el futuro, sino con interpretarlos según su propia lógica de trovador parsimonioso. ¿Qué apuro hay? Acá las canciones avanzan despacio, si es que avanzan.
Por momentos, prefieren quedarse en el mismo lugar durante todo el tiempo que sea necesario. En “Lost My Head There”, por ejemplo, se repite la misma figura de piano con mínimas variaciones unas ochenta veces a lo largo de siete minutos. La canción se resuelve en los primeros dos. El resto es puro hechizo. Eso es lo bueno de este gran momento de Kurt Vile: que va a durar lo que tenga que durar.
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Kurt Vile
b’lieve i’m goin down…
(Matador)