Brian Jonestown Massacre en Amsterdam, crónica de una sugestión

Los Inrockuptibles
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6 min readAug 18, 2016

Pasó a principios de julio en Ámsterdam, pero pudo haber pasado en cualquier otra ciudad belga, francesa, estadounidense, alemana, inglesa, etcétera. Brian Jonestown Massacre tocaba en la sala de conciertos Melkweg para mil quinientas personas con entradas agotadas. La expectativa de ver a Anton Newcombe y los suyos era grande, sobre todo porque en los últimos tiempos vienen dando recitales de tres horas con canciones de todos sus discos. Atrás quedó la época en que presenciar un show de BJM era someterse a una ruleta inesperada, en la que Newcombe podía agarrarse a piñas con algún compañero de banda o con alguien del público, o sabotear sus performances completamente dado vuelta, tal como quedó inmortalizado en el documental Dig! Pero Dig! es un registro de la época más caótica (fines de los 90, principios de 2000), y desde entonces mucha agua –y unos cuantos grandes discos– corrieron bajo el puente. De un tiempo a esta parte, Newcombe cambió de lugar de residencia de California a Berlín, ya no pierde la chaveta en escena, pero por suerte sigue esculpiendo a destajo gemas de rock psicodélico.

Todo esto para que quede claro: el concierto era un programón. A las 20.30, hora en que estaba anunciado, todavía había cientos de personas en la vereda esperando ingresar. La demora se debía a los controles de seguridad en la puerta. Detectores de metales, cacheos. Es que después del ataque a Le Bataclan en París en noviembre de 2015, después de la reciente masacre en la discoteca de Orlando, para ir a un recital o a un museo en el primer mundo hay que someterse a controles dignos de un aeropuerto. A punto de ingresar, una chica con esa estridencia nasal tan típicamente yanqui le preguntó al guardia de seguridad, “Are we safe here? Because after Paris, I’m sooo scaaaared when I go to concerts”. Unos minutos más tarde, con el lugar abarrotado de público, cuando BJM estaba subiendo al escenario, de repente la frase retumbó mentalmente como una bomba de acción retardada. Gracias, flaca. La verdad es que nunca antes había tenido pánico en un recital. Me había pasado de tener miedo en el subte londinense días después de los atentados en París porque un barbudo llevaba una mochila demasiado grande, de haber tenido miedo en una peatonal de Estambul un día de elecciones, me había pasado una vez visitando un campus universitario estadounidense de pensar “¿y si justo hoy entra un loco armado hasta los dientes y empieza a tirar corchazos a mansalva?”. Pero fueron siempre fogonazos de paranoia, que uno enseguida deja pasar, porque sabe que estadísticamente es muy poco probable, un miedo parecido al de viajar en avión.

“Uno quiere –quisiera– creer en ese planteo humanista que dice que no hay que dejarse ganar por el miedo, (…) porque si uno deja de hacer su vida, deja de ir a recitales, de ir al cine, de ir a discotecas o a bares, entonces ‘el terrorismo ya ganó’.”

Estaban tocando “Never, ever!”, estaban tocando “Geezer”. Era un sueño realizado, pero la frase de la yanqui había desencadenado un reguero de paranoia, alimentado por el hecho de haber pasado buena parte de ese día, de ese sábado 2 de julio, leyendo las noticias y los testimonios sobre el ataque terrorista en un restaurante en Dhaka, capital de Bangladesh, perpetrado por una célula de ISIS. Había leído las crónicas en los medios internacionales, había leído la cobertura de los diarios de la Argentina, con el infaltable testimonio del argentino involucrado, en este caso un tipo que trabajaba como chef en el restaurante. Diego Rossini se había salvado justamente por paranoico. O por precavido, en realidad, tal como demostraron los hechos. Porque tiempo antes él se había planteado la posibilidad de que un grupo terrorista atacara el restaurante y había planeado cómo reaccionar, qué hacer, por dónde escapar, etcétera. Y eso le había salvado el pellejo.

Y uno quiere –quisiera– creer en ese planteo humanista que dice que no hay que dejarse ganar por el miedo, que hay que seguir como si nada, no solo porque estadísticamente es muy poco probable ser víctima de un atentado (es más probable morir en un accidente de tránsito o de una enfermedad), sino por una cuestión ideológica: porque si uno tiene miedo, dicen, porque si uno deja de hacer su vida, deja de ir a recitales, de ir al cine, de ir a discotecas o a bares, entonces “el terrorismo ya ganó”. Pero en el momento en que se es presa de la paranoia, no hay caso, amigos. Es como un ataque de pánico o de hipocondría.

https://www.youtube.com/watch?v=v4gEtw_4FLY

La banda sonaba tremendo: Anton y sus melodías colocadas, las capas de guitarras hipnóticas, la pandereta loca de Joel Gion marcando el beat. Pero no la estaba pasando bien. No había forma. ¿Y si todos esos aplausos y gritos y risas en inglés y en holandés eran el preludio de explosiones, sangre y aullidos de horror? ¿Y si el nombre de la banda contenía una profecía de la masacre en ciernes? Así es como opera la paranoia, dice el sentido común. Pero ¿y si en vez de un ataque de paranoia lo que estaba teniendo era una premonición? ¿Y si en lugar de sugestionarme estaba en realidad decodificando visionariamente signos inequívocos de lo que estaba por suceder? La vez que Diego Rossini le planteó al lavaplatos del restaurante –ahora, tal vez estaba muerto– su plan de escape en caso de que ingresara un grupo terrorista, ¿este no le habrá contestado “pero no seas paranoico, Diego, mirá si justo van a atacar acá”? ¿Por qué justo una célula holandesa de ISIS iba a atacar el Melkweg un sábado a la noche? ¿Por qué atacaron Le Bataclan cuando tocaba Eagles of Death Metal y no La Cigale? ¿Estaba siendo víctima de un ataque paranoico o estaba teniendo un presagio hiperlúcido? Ponerme cerca de la puerta de emergencia, lo más lejos posible de la entrada principal, parecía una medida precavida. Porque los controles en la puerta, los detectores de metales, el personal de seguridad, pueden prevenir que alguien entre con una bomba en la mochila, pero ¿cómo frenar a un grupo comando armado hasta los dientes? ¿Y si en vez de ingresar por la entrada principal donde había guardias de seguridad y controles especiales, el grupo entraba a sangre y fuego por la puerta de emergencia?

“Después del ataque a Le Bataclan en París en noviembre de 2015, después de la reciente masacre en la discoteca de Orlando, para ir a un recital o a un museo en el primer mundo hay que someterse a controles dignos de un aeropuerto.”

Tocaban “Anemone” y seguía maquinando, no había caso. Pensaba ahora en la cobertura de la prensa argentina recalcando el premonitorio nombre de la banda. Imaginaba el titular (“Muerte y horror en Ámsterdam”) y la bajada (“Un grupo terrorista ingresó en una sala de concierto: 93 muertos y 180 heridos”). Incluso me podía imaginar el recuadro del periodista de rock del diario explicando quién era la banda en cuestión y una foto del argentino que murió o que escapó de milagro por estar ubicado cerca de la salida de emergencia.

Tres horas y cuarto más tarde, de vuelta en la vereda, me sentí un tarado por no haber disfrutado plenamente de uno de los mejores recitales que había presenciado en los últimos años. La ráfaga de preguntas, ahora en frío, cobró un cariz más abstracto. ¿Cuál es, acaso, la delgada línea entre la premonición y el ataque de pánico? El desarrollo de los hechos, en definitiva. Si después no pasa nada, se dirá que se actuó de forma paranoica. Si pasa algo, que se actuó razonablemente acorde a los tiempos que corren. Pregúntele, si no, al chef argentino de Bangladesh.

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The Brian Jonestown Massacre viene por primera vez a la Argentina en la próxima edición del Music Wins junto a Air, Primal Scream, Mac DeMarco, Edward Sharpe and The Magnetic Zeros, Courtney Barnett, Kurt Vile, La Femme y Mild High Club, entre otros.

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