Bruce Springsteen cuenta cómo nació “Born To Run”

Los Inrockuptibles
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3 min readNov 16, 2016

Escribí “Born to Run” sentado al borde de mi cama, en una casita que acababa de alquilar en el 7½ de West End Court, en West Long Branch, Nueva Jersey. Me encontraba en pleno curso acelerado y autodidacta de rock and roll de los años cincuenta y sesenta. Al lado de mi catre, en la mesilla, tenía un tocadiscos, por lo que tan solo con girarme medio adormilado podía depositar la aguja sobre mi álbum favorito del momento. Por la noche apagaba las luces y me dormía acunado por Roy Orbison, Phil Spector o Duane Eddy mientras entraba en la tierra de los sueños. Aquellos discos me hablaban ahora de un modo distinto a como lo hacía la mayoría de la música rock de los últimos sesenta y primeros setenta. Amor, trabajo, sexo y diversión. Las sombrías visiones románticas tanto de Spector como de Orbison sintonizaban con mi propio sentido del romance, con el amor en sí mismo como una propuesta arriesgada. Se trataba de grabaciones inspiradas y bien construidas, potenciadas por grandes canciones, grandes voces, grandes arreglos y una musicalidad excelente. Estaban repletas de una pasión que cortaba la respiración, un genuino talento de estudio de grabación. Y además… ¡eran éxitos! Había en ellas poca autoindulgencia. No te hacían perder el tiempo con extensos solos de guitarra ni monolíticas y tediosas baterías. Había ópera y una grandeza exuberante, pero también contención. Esa estética me atraía cuando empecé a componer los primeros bosquejos de “Born to Run”. De Duane Eddy adapté el sonido de guitarra, “Tramps like us”, y luego el “ba ba… ba ba”, el toque de guitarra vibrante. De Roy Orbison provenía el tono vocal operístico de un joven aspirante de registro limitado que trataba de emular a su ídolo. De Phil Spector, la ambición de producir un ruido poderoso que sacudiese al mundo entero. Quise confeccionar un disco que sonase como el último disco en la Tierra, como el último que ibas a escuchar en tu vida… el último que realmente NECESITABAS escuchar. Un estruendo glorioso… y luego el apocalipsis. El empuje físico de la canción provenía de Elvis; Dylan, naturalmente, hilaba la imaginería y la idea de no limitarse a escribir sobre ALGO, sino escribir sobre TODO.

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Empecé con el riff de guitarra. Búscate un buen riff y ya estás en marcha. Luego seguí adelante rasgando acordes al azar mientras balbuceaba, balbuceaba, balbuceaba… y entonces: “Tramps like us, baby we were born to run”. Era todo lo que tenía. Estaba convencido de haber visto antes en algún lugar el título “Born to Run”. Puede que estuviese inscrito en escamas de metal plateado en el capó de algún coche que rodaba por el circuito de Asbury, o quizá lo hubiese visto en una de esas películas de carreras de serie B que devoraba a principios de los sesenta. O tal vez estuviese flotando en el aire, en la mezcla de salitre y monóxido de carbono del cruce entre Kingsley y Ocean Avenue en un sábado noche de “circuito”: viniese de donde viniese, contenía los ingredientes esenciales de un disco de éxito, novedad y familiaridad, inspirando en el oyente sorpresa y reconocimiento. Un éxito suena como si siempre hubiese estado ahí y como si nunca hubieses oído nada igual.

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Born To Run

Born To Run
(Random House) 568 páginas
Traducción de Ignacio Julià

Foto: Colección personal

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