Caballo de guerra, de Steven Spielberg
A golpes de genuina cinefilia, Steven Spielberg vuelve a inscribirse en la mejor tradición del cine norteamericano. / Por Juan Manuel Domínguez
-
Mientras jugaba en la compu con su Robin Peter Jackson a las aventuras de Tintin, el tío Spielberg escondía en su jopo 3D su gran y fantástica trampa: no estaba revisitando de forma anabólica e incontenible su Indiana Jones; estaba confirmando qué representa Spielberg hoy. Y es coherente que Caballo de guerra lo confirme a pezuñazos de cinefilia, de épica, de desborde. Bresson, Selznick, Kubrick, Disney: Spielberg se pone pornográficamente fordiano para demostrarse él mismo y su andar por la épica (de Schindler a Philip Dick, de E.T. a Tintin, de Normandia a la Primer Guerra Mundial) como su propia ballena blanca. Spielberg se ha convertido en un metacineasta, un planeta, un astro con biología cinéfila antes que marcas autorales.
[youtube]http://www.youtube.com/watch?v=oF0C0gNTGi4[/youtube]
Si hay una idea pura sangre en Spielberg, es extrañamente nihilista: la humanidad sólo importa en la medida que sea lúdica, sólo late cuando es haz de luz. Ya lo decía Christopher Walken abatido, seguido por la AFIP americana, celebrando — sin saberlo– la vida estafadora del DiCaprio de Atrápame si puedes: “El resto somos todos imbéciles”. Imbéciles con corazón, sometidos, aterrados (siempre esperando que papá nos salve). En Caballo de guerra hasta la humanidad pasa a un segundo lugar. El nexo es, directamente, animal: adaptando una historia juvenil sobre un caballo y su joven amo separados por la Primera Guerra Mundial y que intentan reunirse atravesándola, Spielberg recurre a sus instintos. Como su Frank Abignale Jr. de Atrápame…, Spielberg oscila por diferentes oficios, recorre sin mirar atrás sus pasiones: su cinefilia, su capacidad de sacralizar sin quedar nunca al borde del dibujo evangelista (el caballo con aura sacramental es conmovedor de una extraña forma), su capacidad de mostrar cómo reconoce mecanismos básicos a modo de relojero suizo (el comienzo á la Disney), su oído siempre ajustado a los vientos de John Williams. Y ya que Spielberg se pone potranco y en su frenesí cuenta diferentes historias (niño y caballo, abuela y nieta franceses, regimiento de caballería inglés), está también su estiércol. Pero si no tuviera que mostrarse y mostrar tanto, Spielberg no sería Spielberg. Y ahí, en saberse posible de contener la historia del cine bélico y mutarla en gas lacrimógeno, Spielberg se confirma planetario. Y sigue demostrando que no hay forma posible de atrapar, ni aunque podamos, un planeta.
-
CABALLO DE GUERRA (War Horse)
De Steven Spielberg.
Con Jeremy Irvine y Peter Mullan.