“Citizenfour”, de Laura Poitras

Los Inrockuptibles
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3 min readApr 17, 2015

“ I’m not the story here.” Son casi las primeras palabras de Edward Snowden frente a la cámara. Se siente la irritación en su voz. No se esperaba una pregunta sobre su pasado. No se esperaba ninguna pregunta personal. El riesgo de estar ahí, en esa habitación de hotel, frente a dos periodistas, se le nota en el rostro. Está preparado para develar en detalle el espantoso complejo de vigilancia de los individuos en los Estados Unidos post-11 de septiembre. Los ocho días que Snowden vivió en esta habitación de hotel en junio de 2013, que lo vieron pasar en un segundo del anonimato a la hipermediatización, forman la columna central de Citizenfour. Ocho días a lo largo de los cuales los reporteros Glenn Greenwald y Laura Poitras relatarán, según una agenda cuidadosamente pensada, sus revelaciones en los grandes diarios anglosajones (The Guardian y el Washington Post). Desde las primeras publicaciones, la atención mediática fue creciendo rápidamente. Al cabo de tres días, era increíble. El ex empleado de la NSA muestra sus cartas: acepta una entrevista a rostro descubierto. La suerte está echada: Edward Snowden es el hombre más buscado del mundo. Huye a Rusia. Greenwald y Poitras (ellos mismos también amenazados) viajan de capital en capital interpretando a Casandra, uno en la sala de redacción, el otro en la de conferencias, emisarios de una noticia que se propaga como un terremoto.

Citizenfour no es un documental ciberactivista clásico que mide el impacto del caso Snowden al mezclar palabras de expertos y el packaging Matrix (desfiles de códigos, sound design amenazante y ruidosos sonidos de teclados). Todo lo contrario: con una forma sorprendentemente sobria, la película de Laura Poitras toma distancia de los detalles de los hechos –para eso está la prensa– y se pone a la altura de la gente. Los veinte primeros minutos cuentan la correspondencia encriptada de Snowden y Poitras. Los preparativos y preguntas sobre la fiabilidad de la fuente están acentuados por los mensajes regulares de esa voz que viene del vacío, que todavía parece irreal pero produce deseos de encontrarla.

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La película es la película de un encuentro: hay que ver a Edward Snowden. Hay que ver a este joven que tiene que esperar tranquilo durante horas, sentado en la habitación de su hotel, mientras que un mundo dejado fuera de campo se mueve alrededor de él. Hay que ver la calma olímpica con la que se dedica a describir lo inimaginable, sin ceder jamás ni al miedo ni, sobre todo, a la ostentación: “I’m not the story here”, dice.

En este punto, Snowden se equivoca. A grandes rasgos, todavía no se trata realmente de él. Pero en la pantalla nada fascina tanto como este héroe discreto, lúcido, siempre inquieto, que mide cada gesto, cada palabra, con una mezcla de determinación y de precaución que marca las semanas, los meses, quizá los años en los que mentalmente preparó este momento. Más allá de la simple “utilidad” de whistleblower, su análisis político de los sistemas que denuncia es apasionante e implacable.

Finalmente, lo que nos atrae de Citizenfour con tanta fuerza, además del precioso valor de la grabación, es la inspiración serena que produce la narración de Laura Poitras. Gracias a un montaje depurado al extremo, la directora hace de su película el fantasma documental de una de Michael Mann (El informante, obvio): sentido agudo del personaje, disposición sofisticada de los destinos, sensación de vigilancia prudentemente destilada. Algo límpido e intenso recorre los momentos capturados por la película: una alquimia simple, etérea, que trasciende lo real. Citizenfour es la película que Edward Snowden merecía.

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Citizenfour
De Laura Poitras

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