“Condición y cabeza”, de Max Gómez Canle

Los Inrockuptibles
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5 min readDec 16, 2016

Perseguir las obras de los maestros hasta que les caiga encima el segundo siguiente: “Pensarlas como algo que está en movimiento. Como si se pudiera correr cinco frames para adelante una pintura”, explica Max Gómez Canle, artista que por estos días corona una década de muestras con Condición y cabeza en la Fundación Klemm. Pero ¿qué es exactamente lo que hace en ese futuro que les inventa? Alentado por Duchamp y su intervención sobre la Mona Lisa, decide llevar las cosas un poco más allá y se convierte en una especie de Dr. Schwanek desaforado.

Primero, selecciona a sus “víctimas”: las extrae de más de cuarenta láminas antiguas de libros de arte, o las copia en óleo. Después, les injerta pelo por pelo con pinceladas milimétricas. Les deja, eso sí, la inocencia congelada; como si no se hubiesen enterado de todo lo que les creció en la piel. De que ahora son bellos monstruos en exposición. “Me gustan los cruces entre alta y baja pintura”, dice. No es la primera vez que trabaja con reproducciones este hombre que alguna vez fue un niño embelesado por la biblioteca de un abuelo erudito. Un niño que se quedaba horas frente a esas gruesas hojas manteca, brillantes y pesadas, donde aparecían Brueghel o El Bosco, y que después salía al paisaje de un enorme jardín lleno de árboles frutales a terminar la tarde.

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Max Gómez Canle

Las cosas muertas. Óleo sobre tela, 35 x 27 cm. 2016 Colección Guillermo Navone[/caption]

Todas esas lecciones de la infancia acerca del tiempo tienen que haber regresado ahora, en esta muestra, porque es esa manipulación lenta y dispendiosa de los minutos la que queda en evidencia cuando se recorre la sala: “Al hacerle algo durante mucho tiempo a un objeto, de algún modo lo cargás. Como si fuese una especie de pila”, dice Gómez Canle.

Siempre me tomé mucho tiempo para todo”, explica después de repasar la fecha de su primera muestra individual, en 2005. Los artistas de su generación arrancaban más jóvenes, pero él estaba en plena pausa: “En un momento vi lo que estaba haciendo y no lo sentí mío, me harté y frené. Me costó mucho darme cuenta de que no tenía que encajar ni parecerme a nada. Cuando trato de hacer algo mínimamente en esa dirección, sale al revés. E incluso en caso de que saliese, no me sentiría contento”. Durante esos años viajó por Europa. Se ganó la vida de distintas maneras. Filmó un corto. Cuando volvió a Buenos Aires empezó a hacer videoarte, una práctica que dejaría por herencia píxeles en sus cuadros por venir, donde la geometría opera como misterio disruptivo.

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Ludovico proyectando. Óleo sobre tela, 50 x 40 cm. 2016 Colección Guillermo Navone[/caption]

En un momento volví a pintar. Lo primero que hice fue un cuadro muy chiquito, que entraba en la palma de una mano. Era un sector del fondo de una pintura italiana. Lo copié de una reproducción muy mala, con todos los colores desfasados, y un poco ese desfasaje me sirvió: en el gap encontré mucha libertad. Eran unas montañas áridas, y entre medio pinté otra montaña, negra, con los bordes pixelados y dos ojos cuadrados y rojos. Ahí ya apareció el cruce de todas las cosas que después se iban a desplegar.” Entre ellas, una búsqueda de efecto narrativo: que el espectador se pregunte qué pasó antes y qué pasó después de lo que tiene adelante.

“Humildad y desparpajo”, ese es el matrimonio que, dice, lo define. Lo primero, para avanzar de frente a la historia del arte, en vez de dándole la espalda. Lo segundo, para tomarla por las astas: “¿Qué pasa si pienso en sumas complejas?, me pregunté. Porque lo que hago no es irme hacia atrás para quedarme atrás, sino buscar un mecanismo para mirar hacia atrás y catapultarme hacia adelante. Y atrás es, para mí: desde ayer, todo. Y todo junto. Una especie de atrás colapsado. Fue como si hubiese descubierto un motor que consigue alimento de casi todas partes”.

Desde entonces, cada una de sus obras está hermanada con las restantes por esa idea propulsora. En esta muestra hay muchos elementos provenientes de series anteriores: guiños, marcas, pistas. El resultado es un universo que contiene las galaxias que visitó antes. Para alguien que le siga el tranco, los links serán claros –sobre todo en los óleos–. Del conjunto total se distingue un sistema más pequeño, quizá el que consiga mayor concentración sugerente: se trata de una serie de pelucas y bigotes hechos con grafito, flotantes y superpuestos, sobre papel calco. Delicadísimos encastres de dos o tres láminas que copian la porción estrictamente capilar de algunos retratos. “Siempre tuve fascinación por los monstruos, por los monos, por Chewbacca. Es una especie de fascinación fantástica. Cierta atracción por lo bestial, y una idea de la pintura como fuerza que puede hacer algo con lo que no podés terminar de decir.”

La operación en Condición y cabeza es sencilla –sembrar pelos–; las preguntas que se hacen ahí –alrededor del tiempo, de lo innecesario como granada y del estruendo silencioso de la inocencia–, no.

Inaugurada en los primeros días de noviembre, no tuvo otro curador más que el autor. Federico Baeza explicará que para Max Gómez Canle “pintar es un ejercicio de edición y autoedición permanente, un modo de reunir lo disperso, de ensamblar lo que parece distante”. Y que entonces “la unidad de trabajo no son las pinturas mismas, es la exposición”.

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Max Gómez Canle
Condición y cabeza

En Fundación Klemm, Marcelo T. de Alvear 628. Hasta fines de diciembre, de lunes a viernes de 11 a 20.

> fundacionfjklemm.org

Imagen arriba: Rosalinda. Óleo sobre tela, 60 x 50 cm. 2016 Colección Guillermo Navone

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