Crónicas del Festival de Cannes #1
El Festival de Cannes es la cita cinéfila por excelencia y no queríamos quedarnos afuera. A partir de hoy, Diego Lerer, colaborador de Los Inrockuptibles y experto en el arte del festival de cine, comienza una serie de crónicas sobre este evento glamoroso y sus bambalinas.
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#1 > Que la fiesta comience
Aquí, allá y en todas partes, el caos es el mismo. Sea Leonardo DiCaprio, Steven Spielberg o Luciano Castro (ok, tampoco tanto), muchos periodistas y fotógrafos abandonan la pátina de seriedad profesional que suelen mantener y se transforman en fanáticos sin vergüenza alguna para expresar sus entusiasmos personales. Al no tener conocidos alrededor, parece, pueden dar rienda suelta al fan embravecido que algunos llevan dentro y sacarse las ganas de gritar un “Spielberg I Love You!!!” a voz en cuello en plena conferencia de prensa mientras sacan fotos con sus iPhones y codean al de al lado. Un rato antes de eso, el “Leooo!” a DiCaprio fue aún más fuerte y las cámaras muchísimas más. Mala para Tobey Maguire, el coprotagonista de El gran Gatsby (película de apertura del festival que se estrena mañana en Argentina), que pasaba al lado de Leonardo como si fuera su valet privado…
Llenas hasta lo imposible, las conferencias de prensa de El gran Gatsby (pueden chequear la crítica de la película acá) y del jurado que abrieron el Festival de Cannes son más interesantes de ver como fenómeno social que por las respuestas de ocasión que dieron los involucrados que se pueden leer en decenas de cables de agencias y diarios del mundo.
“En un sentido, Cannes me recuerda a esos boliches a los que dejan entrar menos gente de la que realmente entra sólo para que de afuera parezca más deseable de lo que realmente es.”
El jurado este año es inusualmente fuerte en caras famosas y, además de Spielberg estaban Ang Lee, Nicole Kidman, Daniel Auteuil, Naomi Kawase, Christoph Waltz y Lynne Ramsey, entre otros. Todos, obviamente, “muy contentos de estar aquí, etc, etc”.
En el universo glam de Cannes (el autoral arranca mañana con la película mexicana Heli, de Amat Escalante) parece hablarse de solo dos cosas: la operación de Angelina Jolie y el yate de Spielberg. El primer tema, lo sabemos, no es para hacer bromas, pero eso no ha impedido que algunos por acá las hicieran (son irreproducibles, obviamente). El caso del director de E.T. -que se pagó su viaje- y el de todos sus invitados en yate -donde además todos vivirán- seguramente pasará a los anales del despilfarro festivalero. Pero Spielberg tiene más dinero que varios países medianos juntos y puede hacer con él lo que se le dé la gana.
Cannes todavía no empezó del todo –la gala de apertura es en unas horas y se espera que esté a la altura del colorinche despilfarro 3D que propone la película de Baz Luhrmann–, así que la sensación alrededor se parece más a la de la llegada de la gente a una fiesta, donde todos se miran entre sí, se saludan los viejos amigos que se ven una vez por año y uno chequea si todavía dan café gratis en el local de Nescafé (sí, lo dan).
Como muchos otros festivales del mundo, Cannes es un evento desfasado, superado por su propia lógica pero, más que nada, por los cambios tecnológicos de las últimas décadas. A mediados de la década del noventa, por ejemplo, había una pequeña sala de prensa con máquinas de escribir en las que había que imprimir los textos y luego –si se tenía suerte– faxearlos. Al llegar ese fax a Buenos Aires alguien tenía que recoger el pedazo de papel y retipearlo. Sí, pasaron apenas veinte años, pero parecen siglos…
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Desde entonces Cannes se ha tratado de ir adaptando a las nuevas tecnologías y las demandas de esta época. La sala de prensa es más grande, hay otra sala para wifi, hay apps para Mac y para Android y uno podría estar conectado las 24 horas. Pero, sin embargo, hay algunas cuestiones que no cambian: las salas de prensa son chicas, la gente se amontona en la sala de wifi como en una orgía rara de cuerpos y laptops tirados en el piso, el lugar para conferencias de prensa es muy pequeño y mucha gente se queda afuera, maldiciendo en lenguas.
En un sentido, Cannes me recuerda a esos boliches a los que dejan entrar menos gente de la que realmente entra sólo para que de afuera parezca más deseable de lo que realmente es. La política de exclusión, de castas ligadas a las diferentes tipos de credenciales y los laberínticos procedimientos que hay que hacer por cada cosa hablan de que siempre se está un paso atrás de las demandas tecnológicas y de lugar. En un punto, el Festival de Cannes le queda chico a Cannes. Es una fiesta para 40 mil personas en la que no entran más que 15 o 20 mil. El resto, pulula por los huecos que los otros les dejan.
“Llenas hasta lo imposible, las conferencias de prensa de El gran Gatsby y del jurado que abrieron el Festival de Cannes son más interesantes de ver como fenómeno social que por las respuestas de ocasión que dieron los involucrados.”
Cannes tiene casi una tradición “bolichera” y el mismo festival repite los esquemas de los bares de alrededor, con sus patovicas decidiendo quién pasa y quién no. Entrar a una conferencia de prensa requiere no sólo de un largo tiempo de espera sino también de bancarse empujones, gritos y estar apretujado por largo rato. Lo mismo pasa con la mayoría de las funciones. ¿Es necesario? ¿No se resolvería todo si las salas fueran un poco más grandes? Tomando en cuenta la inversión anual del festival y el dinero que entra al festival y a la ciudad por el evento, ¿no valdría la pena reconvertirlas?
Lo mismo sucede con el wifi, que es pago salvo en dos lugares específicos que están tapados de gente. La necesidad de crear caos y hacer que ese caos transmita una sensación de exclusividad y pertenencia (“vos sí, vos no”) le da al Festival de Cannes un aura darwiniana que está un poco en contra de lo que intenta ser en tanto lugar donde se dan a conocer las películas de todo el mundo, en principio, en igualdad de condiciones.