“Cuando vuelva a casa voy a ser otro”, de Mariano Pensotti

Los Inrockuptibles
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4 min readOct 8, 2015

Cosas que cualquier espectador o espectadora del nuevo proyecto de Pensotti podría preguntarse mientras el colectivo se atasca en Corrientes y Callao antes de llegar al teatro: ¿con qué nuevo dispositivo extraño nos va a sorprender la escenógrafa Mariana Tirantte, cómplice del director, en esta puesta? ¿Quién integrará el elenco de jóvenes actores que bailará la música de Diego Vainer? ¿Esta vez nos vamos a reír o vamos a llorar? Siempre hay expectativa ante una nueva obra de Mariano Pensotti y del grupo Marea, porque cada trabajo de este dramaturgo de cuarenta y dos años toca puntos vitales, elementos verdaderamente conflictivos, sobre todo si compartimos los dramas generacionales de “los treinta”. Y los materializa visualmente de un modo siempre moderno y sofisticado, cosmopolita. Sus obras son al mismo tiempo porteñas y globales; cuando las vemos nos sentimos transportados a un festival europeo –un efecto parecido pasa con las últimas obras de Spregelburd, por caso–, como si Pensotti escribiera en el lenguaje del teatro internacional, pensando en cómo va a adaptar la puesta al Festival de Avignon o al de Bruselas.

Cuando vuelva a casa voy a ser otro parte de un suceso autobiográfico: a fines de los años 70, su padre, militante revolucionario, decide enterrar en el jardín de su casa una serie de objetos comprometedores. Cuando termina la dictadura se propone recuperarlos, pero no se acuerda dónde los enterró exactamente. Muchos años después, recibe un llamado en el que le dicen que los encontraron mientras excavaban para hacer una pileta. “De esta manera, se reencuentra con sus míticos objetos y se ve enfrentado a esa cápsula de tiempo que contiene rastros de alguien que fue y ya no es”, apunta Pensotti. El conflicto se desata porque hay algo que no reconoce para nada, un cassette con canciones viejas cantadas por un hombre con una guitarra, y la búsqueda del origen de ese objeto ajeno será el hilo conductor de una serie de historias divididas en capítulos.

Los trabajos de Pensotti, a pesar de los muchos reparos que se le puedan achacar, siguen siendo de lo más sólido que le pasa al teatro porteño: uno se puede pelear con estas obras, las puede amar o detestar, pero nunca te dejan indiferentes.

Ya desde el título resulta evidente que el tema que está dando vueltas es, una vez más, el de la identidad: en esas historias entran en juego la hipocresía ideológica de un candidato político, una hija de desaparecidos que logra entender qué quiere de su vida cuando se encuentra con la voz del padre, y un director de teatro al que le roban una obra que lo hizo famoso quince años atrás. Las tres historias se vinculan entre sí, y los personajes comparten el deseo de trascender, de ser alguien, a cualquier precio: yendo a un reality show de cantantes, mutando de partido político, copiando la obra de otro. Esa desesperación por el reconocimiento los termina empujando a una zona densa, trágica, patética.

También se repiten otros temas que ya hemos visto en El pasado es un animal grotesco y en Cineastas, como la corta distancia que separa realidad y ficción, la relación con nuestro pasado y la construcción de quiénes somos a través de las crisis amorosas y profesionales, típicas de los adultos jóvenes. Y cómo al cumplir cuarenta empieza a sonar un poco triste ese discurso canchero de la insatisfacción permanente y de la poca conexión con la realidad (léase: con el proyecto fatigoso de sostener una pareja, armar una familia, etc.). Como si las idealizaciones –la del director de teatro que busca sostener la fama, la del político que quiere ser revolucionario, la del cantante que necesita ser genuina con su música– tuvieran fecha de vencimiento el día que cumplimos los cuarenta. Pensotti lo definió muy bien cuando se estrenó El pasado es un animal grotesco: “A través de fragmentos breves e intercalados se narran las vidas de cuatro personas de Buenos Aires desde los veinticinco a los treinta y cinco años, el momento en el que uno deja de ser quien cree que va a ser para convertirse en quien es, con el ocasional marco de fondo de los cambios sociales y económicos de esos diez años”.

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Por eso el tiempo es el otro elemento capital, sobre todo en esta sociedad acelerada del siglo XXI, que ya no gira como la calesita de El pasado…, sino que ahora avanza infinitamente como una cinta transportadora. Cosas que nunca paran, que jamás se detienen. Como hay mucha vida que contar, el registro de las actuaciones exige estar “al palo”. Javier Lorenzo y Santiago Gobernori entienden perfectamente ese lenguaje neurótico y acelerado que piden siempre las obras de Pensotti, una especie de verborragia incontenible.

Y, finalmente, en el corazón de la obra está la relación con la literatura. Cada una de las tres historias es como una pequeña novela que se vuelve teatral, y de ahí la presencia fundamental de un narrador. Esta vez ya no narran los personajes, como en las puestas anteriores, sino que los textos van apareciendo sobre una pantalla que cuelga arriba de la escena. “Pensé en la idea de la identidad como construcción narrativa: somos lo que narramos”, dice Pensotti, y reconocemos ese procedimiento por el cual consideramos nuestra propia vida de manera narrativa, como un relato que va cambiando con el tiempo.

Después de girar y girar por Europa, la nueva obra aterriza en Buenos Aires. Los trabajos de Pensotti, a pesar de los muchos reparos que se le puedan achacar –como cierto esnobismo, la búsqueda de una moraleja a veces literal, pretensiones “ontológicas”, la repetición de una fórmula exitosa– siguen siendo de lo más sólido que le pasa al teatro porteño: uno se puede pelear con estas obras, las puede amar o detestar, pero nunca te dejan indiferentes.

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Cuando vuelva a casa voy a ser otro
De Mariano Pensotti
En el Cultural San Martín, Sarmiento 1551. Viernes a las 21, y sábados y domingos a las 20.30 (hasta el 6/12/2015).

> marianopensotti.com

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