David Bowie por David Bowie

Acaba de salir “Bowie por Bowie” el libro que recopila entrevistas y encuentros con David Bowie publicados en medios como Rolling Stone, Mojo, NME, otros no tan renombrados y una conversación inédita. De ese volumen editado por Sean Egan adelantamos la famosa nota de Mike Watts publicada en Melody Maker en 1972, el año en el que empezó a conquistar el mundo.

Los Inrockuptibles
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13 min readJul 13, 2018

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Foto Richard Imrie

Oh you pretty thing

Por Michael Watts | 22 de enero de 1972, Melody Maker (Reino Unido)

Probablemente esta sea la entrevista más famosa a David Bowie publicada nunca.
Cuando el semanario musical británico
Melody Maker envió a Michael Watts a entrevistarlo a principios de 1972, Bowie era un hombre que regresaba a la luz pública. Los tres años que “Space Oddity” había permanecido en los rankings fueron un período dentro de una época donde la visibilidad fue sumamente importante para los músicos. Que parte de ella fuera voluntaria –la inmersión de Bowie a principios de la década en el Laboratorio de Artes de Beckenham parece haber sido una pasión mucho más grande para él que la música y el estrellato– habría sido de poca importancia para esos chicos asustados de que sus ídolos acaso pasasen al olvido.
Su regreso fue uno de los más espectaculares de todos los tiempos.
Hunky Dory –su trabajo de diciembre de 1971– fue saludado como un clásico instantáneo, repleto de grandes melodías e instrumentaciones, al tiempo que se situaba en un zeitgeist alternativo. Pero, asombrosamente, daba la impresión de haber sido un álbum publicado rápidamente para apaciguar a una compañía discográfica disgustada por la cantidad de tiempo que el opus magnum de Bowie tardó en alcanzar fruición. Dicho opus –The Rise and Fall of Ziggy Stardust an the Spiders from Mars– sonaba en la bandeja mientras Bowie era centro de la atención de Watts. Esta obra también era un clásico y también se situaba en un zeitgeist: uno nuevo, que gozaba de desperdicios y fogonazos más que deuna admirable profundidad. Es cierto, aquel era un hombre creativamente en llamas, aunque apenas interesado en una consistencia filosófica. Era también un hombre con una clara tendencia al estrellato dentro de sus propios términos.
Noten cuán displicente y escéptico permanece Watts ante la postura de Bowie. Como lo atestiguan las siguientes entrevistas en este libro, Watts tenía razón en permanecer así. No obstante, pese a que la aseveración de Bowie (“soy gay”) no fuera del todo verdadera, suponía un riesgo enorme: en aquel entonces incluso a la mayoría de los hippies y consumidores de rock les repelía la homosexualidad. Pero la táctica dio sus frutos tan perfectamente como se lo predijo a Watts. A propósito, este reportaje contiene, además, otra de las citas famosas de Bowie: la de convertirse en algo enorme antes de estrellarse contra la tierra. La primera parte de esa predicción se cumplió.

Aun cuando no estuviera vistiendo trajes sedosos comprados en Liberty’s y su largo pelo rubio ya no cayera onduladamente por detrás de sus hombros, David Bowie se veía delicioso.

Lo había cambiado por un motivo de traje de combate elegantemente estampado, muy estrecho en las piernas, con una camisa desabotonada que revelaba su torso blanco en toda su extensión. Los pantalones arremangados hasta las pantorrillas para que pueda verse bien el enorme par de botas rojas de plástico con, al menos, diez centímetros de suela de goma; y el pelo cortado à la Vidal Sassoon de una forma tan impecable que uno contiene la respiración en caso de que una ligera brisa se atreva a deslizarse por la ventana abierta. Ojalá hubieran estado allí para atestiguarlo; se veía súper.

David usa palabras como “atestiguar” y “súper”. Es gay, dice. Mmm. Hace unos meses, cuando tocaba en el Hampstead’s Country Club, un pequeño club grasiento del norte de Londres que fue escenario de todo tipo de ocasiones excitantes, cerca de la mitad de la población gay de la ciudad acudió a verlo bajo un enorme sombrero blanco de terciopelo que revoleaba hacia el final de cadatema.

Según Stuart Lyon, el mánager del club, un hermanito gay estuvo plantado bien cerca del escenario toda la noche, absolutamente atónito de admiración.

David Bowie eterno: nuestra playlist de su carrera

Mientras esto ocurre, sin embargo, David no tiene mucho tiempo para la Liberación Gay. No quiere ser líder de ese movimiento en particular. Desprecia todos los certificados tribales. Disfrutó del flower power, pero es la individualidad lo que en realidad trata de preservar. La paradoja es que aún tiene lo que describe como “una buena relación” con su esposa y su bebé, Zowie. Él supone ser eso que la gente llama bisexual.

A David se le ponen un montón de motes. En Estados Unidos se refirieron a él como el Bob Dylan inglés y como una atrocidad de vanguardia, todo mezclado. El New York Times habla de su “visión coherente y brillante”. Gustó muchísimo allí. En su tierra natal, en este Reino Unido que tanto mantiene la compostura, donde la gente aún está escandalizada con Alice Cooper, no hay demasiados que se hayan percatado de él. De su último álbum, The Man Who Sold The World, sacó 50.000 copias en Estados Unidos mientras que aquí vendió cerca de cinco copias, y fue Bowie quien las compró.

Sí, pero antes de que este año termine, todos ustedes, que tanto machacan a Alice, van a concentrar sus pasiones en el Sr. Bowie, y aquellos que sepan de qué va la cosa, acabarán animándosele a una voz que aparentemente se somete a brillantes metamorfosis de una canción a la otra, una habilidad para la composición que esclaviza al corazón, y un sentido de la teatralidad que haría que el delineador de ojos del actor dramático más hábil se corriera de la envidia. Todo esto sumado a una banda sorprendentemente cumplidora, que presenta al súper guitarrista líder, Mick Ronson, que puede volarte la cabeza con pesadez y calmar tu pecho salvaje con delicadeza. Oh, volver a ser joven.

La causa es el nuevo álbum de Bowie, Hunky Dory, que combina un don irresistible para las líneas melódicas con letras que funcionan en varios niveles: ya con narrativa directa, filosófica o alegórica, dependiendo de cuán profundo desees sondear en su hondura. Tiene talento para regar melodías pop, fuertes y simples, con palabras y arreglos llenos de misterio e indicios oscuros.

“Voy a ser enorme, y es bastante aterrador de alguna manera. Porque sé que cuando alcance la cima y sea hora de desaparecer, habré dejado una huella.”

Así, “Oh! You Pretty Things”, el éxito de Peter Noone, trata, en alguna parte, particularmente en el estribillo, sobre las sensaciones de alguien que pronto será padre; en un nivel más profundo, alude a la creencia de Bowie en una raza superhumana –el homo superior– a la cual se refiere oblicuamente: “I think about a world to come / where the books were found by The Golden Ones / written in pain, written in awe / by a puzzled man who questioned what we were here for / Oh, the strangers came today, and it looks as though they’re here to stay”. La idea de Peter Noone cantando un tema tan arduo me produce una gracia considerable. Es verdaderamente hilarante, tal como dice David.

Pero bien, Bowie tiene instinto para las incongruencias. En el álbum The Man Who Sold The World hay un pedacito hacia el final de “Black Country Rock” donde parodia soberbiamente los gorjeos del vibrato de su amigo Marc Bolan. En Hunky Dory dedica un tema llamado “Queen Bitch” a los Velvet Underground, en el cual lleva al límite la parte vocal y los arreglos de Lou Reed, al tiempo que parodia, por medio de una trama sobre alguien que ve a una reina seducir a su novio, al género mismo de Velvet Underground.

Una vez más, en varios momentos de sus álbumes, recurre a su acento cockney más marcado, como en “Saviour Machine” (de The Man Who…) y aquí en “The Bewlay Brothers”. Dice que se lo robó a Tony Newly, pues él estaba loco con “Stop The World” y “Gurney Slade”: “Él solía plantearse un descarado acento cockney y yo decidí usarlo aquí y allá para traer el conflicto a casa”.

No cabe duda de que el oído preciso de Bowie para la parodia es producto de su capacidad innata hacia el teatro. Asegura que, antes que músico, es actor y entretenedor, y que, de hecho, acaso él apenas sea un actor y nada más: “Debajo de este marco invencible, quizá haya un hombre invisible”. ¿Bromeas? “No, para nada. No estoy particularmente fascinado por la vida. Probablemente yo sea muy bueno solo como espíritu astral”.

Bowie habla desde la oficina de Gem Music en la cual opera su mánager. Suena su último álbum en una grabadora de cinta, The Rise and Fall of Ziggy Stardust and The Spiders from Mars, que trata sobre un grupo ficticio. La música tiene un sonido muy filoso, como en The Man Who Sold The World. Van a lanzarlo en poco tiempo, pese a que Hunky Dory acaba de salir.

“Solo soy un vándalo cósmico, supongo. Siempre tuve un estilo definido en cuanto a la ropa. Yo mismo la diseño.”

Todos saben que este año David va a ser una superestrella inusual en el mundo entero, él más que muchos. Sus canciones siempre están tres años delante de su tiempo, pero esta vez anticipó la tendencia. “Voy a ser enorme, y es bastante aterrador de alguna manera”, dice, con sus grandes botas rojas apuñalando el aire al compás de la música. “Porque sé que cuando alcance la cima y sea hora de desaparecer, habré dejado una huella”.

El hombre que vendió al mundo esta predicción fue un triunfador antes, desde luego. ¿Recuerdan “Space Oddity”, que retrataba el dilema del Mayor Tom, además de incrementar la venta de stylophone? Aquel fue un éxito en el top ten de 1968, pero desde entonces Bowie apenas tocó en público. Apareció un rato en un laboratorio de artes que cofundó en Beckenham, Kent, donde vive, pero cuando se dio cuenta de que la gente iba allí los viernes por la noche para ver trabajar a David Bowie, el cantante de éxitos, más que atraída por una suerte de arte experimental, pareció sentirse desilusionado. El proyecto colapsó y él no estaba en situación desalir con amantes de una noche de todo el país en ese momento enparticular.

De modo que transcurrieron tres años y Bowie consagró su tiempo a la producción de tres álbumes: David Bowie (el cual contiene “Space Oddity”), The Man… para Philips, y Hunky Dory para RCA. Su primer álbum, Love You Till Tuesday, fue lanzado en 1968 bajo un sello nuevo en aquel entonces, Deram, pero no vendió de forma excepcional, y Decca, según parece, perdió interés en él.

Todo comenzó, sin embargo, cuando tenía quince años y su hermano le dio un libro para aprender a tocar instrumentos; él eligió el saxo porque era el instrumento principal que aparecía en el libro (¿Gerry Mulligan, verdad?). De modo que en 1963 ya estaba tocando el saxo tenor en una banda de rhythm and blues de Londres, antes de perseverar y llegar a un grupo de blues progresivo semiprofesional llamado David Jones and The Lower Third (luego, en 1966, cambió de nombre cuando David Jones, del grupo The Monkees, se hizo famoso). Abandonó aquella banda en 1967 y se hizo cantante de clubes de folk.

Desde los 14 años, sin embargo, había estado interesado en el budismo y el Tíbet, y tras el fracaso de su primer LP, dejó completamente la música para consagrarse a la Sociedad Tibetana, cuya meta era ayudar a los lamas desplazados fuera del país durante la guerra chino-tibetana. Durante este período, fue fundamental instalarse en el monasterio escocés de Dumfries. Dice, de hecho, que le hubiera gustado haber sido monje tibetano y que esto habría sido posible si no hubiese conocido a Lindsay Kemp, quien dirigía una compañía de mimos en Londres: “Era tan mágico como el budismo. Me vendí completamente y me convertí en una criatura de ciudad. Supongo que fue entonces cuando afloró verdaderamente mi interés por la imagen”.

La imagen actual de David es la de una reina glamorosa, un fastuoso muchacho afeminado. Es tan maricón como unas maracas, con su mano quebrada y su vocabulario provocador. “Soy gay”, dice, “y siempre lo fui, incluso cuando era David Jones”. Pero lo dice con una jovialidad pícara, una sonrisa secreta en la comisura de los labios. Sabe que en estos tiempos es permisible actuar como una loca, e impactar y despertar indignación, algo por lo cual el pop luchó a lo largo de toda su historia, porque es un asunto que rompe las pelotas.

“No pregunto demasiado; simplemente lo relato. Encuentro respuestas en lo que escriben los demás. Mi propia obra puede ser comparada a hablar con un psicoanalista. Mi acto es mi diván.”

Y si no despierta indignación, por lo menos será divertido. La expresión de su ambivalencia sexual establece un juego fascinante: ¿es o no es él? En un período de identidades sexuales en conflicto, explota astutamente la confusión que rodea a los roles masculinos y femeninos. “¿Por qué no llevas puesto tu vestido de chica hoy?”, le pregunté. (Él no tiene el monopolio de hablar en broma). “Oh cariño”, replicó, debes comprender que no es un vestido de mujer. Es de hombre”.

Comenzó a llevar vestidos de cualquier género hace dos años, pero dice que antes había hecho cosas más escandalosas que simplemente no eran aceptadas por la sociedad. Es algo reciente, señala, que en los dos últimos años la gente se haya aflojado respecto de la idea de que existan personas bisexuales en el mundo, “y –qué horror– homosexuales”. Sonríe, disfrutando de su apostilla.

Lo importante es que yo no tenga que cargar con ello. Quiero seguir así hasta que la moda haya acabado. Solo soy un vándalo cósmico, supongo. Siempre tuve un estilo definido en cuanto a la ropa. Yo mismo la diseño. Yo diseñé esta”. Se para en seco para señalar con la mano lo que lleva puesto. “Es que no me gusta la ropa que se compra en las tiendas. No es que lleve vestidos todo el tiempo en cualquier caso. Cambio todos los días. No soy escandaloso, soy David Bowie”.

¿Cómo fue que el querido Alice se ganó su aceptación? –pregunto– y él mueve la cabeza con desdén: “En absoluto. Compré su primer álbum, pero no me emocionó ni me sacudió. Creo que él sí está tratando de ser escandaloso. Puedes verlo, pobrecito, con los ojos rojos saliéndoseles de las órbitas y las sienes tan tensas. Se esfuerza tanto en ello. Esa cosita que hace con la boa constrictor: un amigo mío, Rudy Valentino, lo hacía hace años. Lo próximo que veré será a la señorita C con su boa. Me parece muy humillante. Es muy premeditado, pero encaja bastante bien con nuestros tiempos. Probablemente tenga más éxito que yo al presente, pero yo inventé una nueva categoría de artista, con mis paños y mis chifones de seda. En Estados Unidos se lo llama rock pantomímico”.

Pese a sus contoneos, sin embargo, sería tristemente equivocado pensar en David simplemente como una especie de acto glorioso de travestismo. Una imagen, alguna vez traída de los pelos y extendida sin naturalidad, que básicamente disminuye a un artista. Y Bowie es solo eso. Él prevé un dilema en potencia allí también, cuando dice que no quiere enfatizar su costado externo mucho más. Tiene ya bastante imagen. Este año dedica más tiempo al trabajo en escena y a los discos. Eso es lo que cuenta en la muerte, dice. Pararse o caerse encima de su música.

Como compositor no me impacta de un modo intelectual, cuando otros sí. Más bien, su habilidad para expresar un tema desde todos los aspectos pareciera ser algo intuitivo. Sus canciones son ideas menos cuidadosamente estructuradas que el fluir del inconsciente. Dice que rara vez procura comunicarse a sí mismo, pensar una idea en voz alta.

Sabe que en estos tiempos es permisible actuar como una loca, e impactar y despertar indignación, algo por lo cual el pop luchó a lo largo de toda su historia, porque es un asunto que rompe las pelotas.

Si veo una estrella y es roja, yo no trataría de decir por qué es roja. Pensaría cómo podría describirle de manera acertada a alguien que esa estrella es de tal color. No pregunto demasiado; simplemente lo relato. Encuentro respuestas en lo que escriben los demás. Mi propia obra puede ser comparada a hablar con un psicoanalista. Mi acto es mi diván”.

A causa de que su música está arraigada en esta falta de conciencia, admira muchísimo a Syd Barrett. Cree que el enfoque de libre asociación de Syd le abrió las puertas; ambos, piensa, son un producto de sus propias canciones. Y si Barrett fue quien allanó ese camino, luego Lou Reed e Iggy Pop lo mantuvieron en marcha desde entonces, y le ayudaron a expandir el inconsciente. Él, Lou e Iggy, dice, van a tomar el mundo entero por asalto. Son ellos los compositores que admira.

Su otra gran inspiración es la mitología. Tiene una gran necesidad de creer en las leyendas del pasado, particularmente en aquellas sobre la Atlántida; y por esa misma necesidad elaboró un mito del futuro, una creencia en una raza inminente de superhombres llamada homo superior. Es su única luz de esperanza, dice: “Todas las cosas que nosotros no podamos hacer, ellos las harán”.

Esta creencia es producto de la resignación que siente ante la forma en que la sociedad se estuvo moviendo en general. No tiene demasiada esperanza en el futuro del mundo. Hace un año decía que le daba a la humanidad unos cuarenta años más de vida. Un tema de su próximo álbum, que resume esta convicción, se titula “Five Years”. Es fatalista, un pesimista confirmado, como puede verse.

“Pretty Things”, esa canción despreocupada de Herman, vincula esta actitud fatalista con la luz de esperanza que encuentra apartir del nacimiento de su hijo, una suerte de ecuación poética del homo superior. “Me parece”, dice, “que creamos un nuevo tipo de persona de alguna forma: un niño que va a estar tan expuesto a los medios que estará perdido con relación a sus padres cuando tenga 12 años”.

Ese es exactamente el tipo de visión tecnológica que Stanley Kubrick prevé para el futuro cercano en La naranja mecánica. Material fuerte. Y lejos, muy lejos de los alborotos de los afeminados.

No ignoremos a David Bowie como un músico genuino solo porque le guste provocarnos un poquito.

Bowie por Bowie. Entrevistas y encuentros con David Bowie
Editado por Sean Egan
(Planeta) 504 páginas
Traducido por Martín Abadía

> planetadelibros.com.ar/libro-bowie-por-bowie

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