Croma, la despedida de Derek Jarman
En 1986, a los cuarenta y cuatro años, el cineasta y militante queer Derek Jarman se enteró de que había contraído VIH. A partir de allí, mientras seguía filmando, comenzó a perder la vista de su ojo derecho. Un año antes de su muerte, en 1994, escribió Croma, un minucioso y poético tratado sobre el color, en el que se despide del mundo. Acá reproducimos algunas de sus líneas.
Rojo. Color primario. El rojo de mi infancia. El verde y el azul siempre habían estado allí, en el cielo y en los bosques, sin hacerse notar demasiado. El rojo me gritó por primera vez desde un macizo de Pelargonium en el jardín de Villa Zuassa. Tenía cuatro años. Ese rojo no tenía límites, no estaba contenido. Aquellas flores rojas se extendían hasta el horizonte.
En aquel viejo jardín, el rojo tuvo olor: al peinar las hojas de aquellos Pelargonium de jardín, mis fosas nasales se llenaron de escarlata. He preferido llamar a la planta por el formal Pelargonium y no geranio porque geranio trae a la mente un rosa sucio. El escarlata de la variedad Paul Crampel es el escarlata perfecto. El escarlata de los macizos florales, rojo cívico, público, municipal, ese que se refleja en los alegres autobuses rojos que dan a las frías y húmedas calles grises una nota de felicidad.
Si miras a la luz del mundo a los ojos, la creación se volverá escarlata.
Sé que mis colores no son los tuyos. Dos colores nunca son el mismo, aunque provengan del mismo tubo. El contexto cambia el modo en que lo percibimos. Siempre me ha gustado usar una sola palabra para describir un color, por lo que aquí el rojo es rojo, con unas pocas recaídas en el carmín o el bermellón.
En el hospital aplican a los ojos una ardiente belladona para dilatar las pupilas, y luego toman una foto con flash. ¿Es esto aquel momento en Hiroshima? ¿He sobrevivido para contar el cuento? Por una fracción de segundo, hay un círculo de cielo azul, y luego el mundo vuelve a parecerse a sí mismo pero en magenta.
De nuevo tengo cuatro años. Los Pelargonium del jardín iluminan mis ojos. Allí estoy, recogiendo enormes ramilletes en el ojo mental de la película que registra papá.
Estoy sentado aquí y escribo esto enfundado en una colorida camiseta roja de Marks and Spencer. Cierro los ojos. En la oscuridad, puedo recordar el rojo, pero ya no lo puedo ver.
Mis Pelargonium rojos, color del junio ardiente, no han muerto nunca. Todos los otoños reservo algunos esquejes, y aunque los tenga confinados a unas pocas macetas, cada vez que los miro puedo ver el pasado. Otros colores cambian. El pasto no tiene ya el verde de mi juventud. Ni el azul es el del cielo italiano. Están en permanente movimiento. Pero el rojo permanece constante. La evolución del color se detiene en el rojo.
El rojo es raro en el paisaje. Obtiene su fuerza de su ausencia. Efímero, en un atardecer exultante, el gran globo del sol se hunde detrás del horizonte… y ya se fue.
El lugar más secreto y preciado, el tocador de mi madre, un templo consagrado a la sonrosada Afrodita; su labial escarlata, de delicado aroma, el colorete y el esmalte de uñas rojo carmesí. Voy a los tumbos por el cuarto en sus zapatos de rubí, me quedan demasiado grandes. Yo no soy ninguna Cenicienta. Admiro la destreza de mi madre. Labios rojos, mejillas rojas y uñas rojas, que yo ayudo a pintar. El esmalte te marea. Estoy intentando pintarme las uñas y de pronto me encuentro en medio de una furiosa discusión. Soy la gran ramera de Babilonia, la que baila en los Jardines Colgantes vestida de escarlata. Mi padre, con la cara enrojecida, grita: “Oh, pero por qué tiene que… ¡Mierda! ¡Lo hace para joderme!”.
Rojo, Rojo, Rojo. Hija de la agresión, madre de todos los colores. Rojo extremo, color de las brigadas y banderas que marchan rojas, rojas en los límites y extremos de nuestras vidas. Me di cuenta de ello cuando perdí la inocencia del ojo. El rojo llenaba los intervalos entre las notas musicales, era un himno entusiasta.
El rojo es un momento en el tiempo. El azul es constante. El rojo se gasta rápido. Una explosión de intensidad. Se quema a sí mismo. Desaparece como las chispas encendidas que saltan hacia la densa oscuridad.
No me interné en la roja noche hasta mis veintipico. Después me eché a perder; a la hora en que la gente iba a dormir, yo salía rumbo a la zona roja, en el Soho. Nuestro mundo queer era prisionero de las sombras. Nada que ver con las vidrieras de Ámsterdam o Hamburgo, donde las muchachas se exhibían bajo una roja luz. ¡Mamacitas! ¡Mujeres escarlata! En nuestro mundo, el destello rojo era anuncio de la redada policial. Nos agarraban con las manos en la masa, y debíamos esperar horas a que nos tocara ser interrogados antes de poder salir, llevando un número como si fuera un boleto de lotería. De nuevo solo en casa. Rojo de ira. Esas noches cuestan dinero, el saldo de la cuenta bancaria se vuelve rojo. Sacrifiqué tiempo y dinero en procura de ese sexo rojo y caliente que los legisladores habían hecho tan difícil de hallar. Dejé libros sin leer y cuadros sin pintar.
El rojo es un momento en el tiempo. El azul es constante. El rojo se gasta rápido. Una explosión de intensidad. Se quema a sí mismo. Desaparece como las chispas encendidas que saltan hacia la densa oscuridad. Necesitamos algo de calor durante el largo y sombrío invierno en que el rojo no está. Damos la bienvenida al petirrojo y a los frutos rojos que sustentan la vida. Nos vestimos del rojo Coca-Cola de Papá Noel, el que da regalos. La vida es roja. El rojo es para los vivos, pero el fruto escarlata del tejo es venenoso, mantiene a raya a los demonios en el cementerio.
En la Antigüedad, el rojo tal vez haya sido púrpura, los griegos tenían una concepción del color muy distinta de la nuestra. No tenían ninguna palabra para el verdadero azul, por ejemplo. La alfombra de Clitemnestra, ¿habrá sido púrpura o carmesí? ¿Acaso el púrpura imperial era, en verdad, rojo? Permitámonos creer que Clitemnestra le tejió a Agamenón una alfombra carmesí, rojo sangre con un toque de sangre azul. Al caminar sobre esta primera alfombra roja, él cometió el pecado de hybris y fue asesinado. Las alfombras rojas llevan al asesinato. Las revoluciones tiñen el rojo de su propia muerte. ¿Alguna vez has caminado sobre una alfombra roja? ¿Has sentido la pompa y circunstancia, antes de que otro te la quite? El rojo es traicionero.
En nuestro mundo, el destello rojo era anuncio de la redada policial. Nos agarraban con las manos en la masa, y debíamos esperar horas a que nos tocara ser interrogados antes de poder salir, llevando un número como si fuera un boleto de lotería.
Me recupero de un eccema que me hizo virar al rojo. Un violento dolor rojo. Me he puesto casi púrpura. Mi piel ya no acepta el mundo, lo rechaza. Me he visto confinado a la celda de castigo de mis sentidos. Durante dos meses no pude leer ni escribir. Interrumpí el trabajo en este libro. El eccema rojo se extendió por todo el rostro. “¿Dónde pasaste las vacaciones?”, me preguntaban los transeúntes. Una breve temporada en el infierno.
Me faltó tiempo para escribir este libro. Si he pasado por alto algo que consideres precioso, escríbelo al margen. Yo lleno mis libros de notas, porque los señaladores se pierden. Tuve que apurarme en la escritura porque en agosto perdí el ojo derecho a causa de un citomegalovirus… a partir de allí, todo se convirtió en una pelea con la oscuridad. Y al desfallecimiento de la luz sigue la oscuridad. Escribí este capítulo bajo los efectos del suero del hospital, y se lo dedico a los doctores y las enfermeras del Barts. Fue escrito en su mayor parte a las cuatro de la mañana, garabateado de manera casi incoherente en la oscuridad, hasta que el sueño dichosamente me venció. Sé que mis colores no son los tuyos. Dos colores nunca son el mismo, aunque provengan del mismo tubo. El contexto cambia el modo en que lo percibimos. Siempre me ha gustado usar una sola palabra para describir un color, por lo que aquí el rojo es rojo, con unas pocas recaídas en el carmín o el bermellón. Decidí que este libro no tuviera fotografías en color, porque no serían otra cosa que un torpe intento de atraparlos. ¿Cómo podría estar seguro de que en la imprenta habrán de reproducir correctamente el matiz que yo deseo? Prefiero que los colores floten y alcen vuelo en tu mente.
Derek Jarman
Croma
(Caja Negra) 244 páginas.
Traducción y prólogo de Hugo Salas.