Diario de Cannes 2016. #1 > La hora de la comedia
Era la última barrera que había que quebrar. Los festivales de cine parecían ser el espacio donde la comedia no tenía lugar. Daba la impresión que los premios y las risas no corrían por caminos similares. En los Oscars todavía sigue siendo así, y aún las comedias que llegan a tener nominaciones importantes siempre pierden frente algún subproducto grandilocuente como El renacido. Pero los festivales parecen estar abriéndole sus puertas al humor, entendiendo que no es necesaria ni obligatoria la corrección política, la contemplación, ni el hondo drama humano para que una película pueda ser programada en una competencia prestigiosa como la de Cannes. Y que las comedias son las únicas que parecen capaces de despabilar el cada vez más zombie panorama de las llamadas “películas festivaleras”.
Esta edición de Cannes parece haberse tomado muy en serio su cuota humorística, al punto que casi todas las películas vistas en la competencia hasta el momento tienen grandes momentos cómicos. No todas califican como comedias-comedias, pero en la mayoría de ellas el humor está más que presente -de distintas formas y estilos, pero está ahí, es bienvenido y, de un modo un tanto curioso, se ha vuelto la novedad de esta edición.
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Tres de las cinco primeras películas presentadas en la pelea por la Palma de Oro pueden calificarse claramente como comedias. Distintas entre sí, pero con la risa como objetivo central. Todas, además, vienen de cineastas cuyas carreras no suelen incluir -salvo alguna excepción- comedias tan rotundas. El director de El desconocido del lago, Alain Guiraudie, trajo este año Rester vertical, una película que posee un humor extraño y que golpea por los lugares menos esperados. Es la historia de un hombre que debe quedarse solo con un bebé luego que su pareja lo abandona, pero en el medio hay lugar para personajes y situaciones típicas de comedia: un viejo campesino bisexual que escucha Pink Floyd a todo volumen, un hombre que tiene una relación excesivamente íntima con las ovejas y un protagonista que vive metiéndose en situaciones absurdas y peligrosas, una tras otra.
Pero si la de Guiraudie tiene un lado dramático tan fuerte como el absurdo, la película de Bruno Dumont, Ma loute, va directo al grano: caídas y golpes propios de cine mudo, actores célebres haciendo payasadas que parecen sacadas de algún sketch de Monty Python, un humor negro que bordea el canibalismo, y así. Es la historia de un pueblito del norte de Francia en el que, a principios del siglo XX, empiezan a desaparecer personas misteriosamente. Y dos policías idénticos al Gordo y el Flaco investigan el asunto, topándose con situaciones totalmente absurdas y provocando muchas de ellas en una comedia que por momentos bordea el surrealismo puro.
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Pero la comedia con más risas por segundo acaso en la historia de Cannes es, sin dudas, Toni Erdmann (foto), tercer largo de la alemana Maren Ade, cineasta que venía del drama de autor y fue premiada con sus dos películas previas en el BAFICI. Se centra en una mujer profesional cuyo padre es una especie de bromista insoportable, de esos que no pueden parar de hacer chistes, disfrazarse, mentir y contar historias ridículas para comunicarse con la gente. Su hija –una ejecutiva fría y seca– es todo lo contrario, y el padre se toma como objetivo “aflojarla” un poco, devolverla a algo parecido a la vida. Pero no es tan fácil, ya que el tal Toni (alter-ego del padre) puede ser divertido por momentos pero muchas otras veces dan ganas de asesinarlo en público.
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Tras los premios que en BAFICI ganó El novato –otra comedia hecha y derecha, que ya venía recibiendo premios desde San Sebastián, en 2015– parece que las barreras entre los festivales y el humor, poco a poco, se van derribando. Todavía es muy temprano para saber si el jurado se decidirá a darle el premio máximo a una de estas películas, pero el avance que se ha logrado en poco más de un año es sorprendente. Las comedias en los festivales ya dejaron de ser la excepción a la regla. Hoy son una parte clave de la programación. Y de la alegría con la que uno termina la jornada.
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