Diario de Cannes 2016 #2 > Jarmusch y Almodóvar: 35 años después
Jim Jarmusch ya no es novedad para nadie que esté interesado en el mundo del cine independiente norteamericano. De algún modo es casi el último representante “puro” de esa modernidad indie que arrancó en los años 80: nunca tuvo un gran éxito de taquilla, nunca traicionó el tipo de cine que lo hizo famoso, nunca pensó que más era mejor. Más bien lo contrario: a lo largo de su carrera, que se extiende por más de 35 años (su primer largo, Permanent Vacation, es de 1980), y salvo ciertas excepciones, su cine se fue simplificando, purificando, como buscando llegar a algo parecido a una esencia.
Paterson, su nueva película, funciona como una especie de haiku, es una celebración casi zen de lo pasajero, lo efímero, lo cotidiano, de la belleza de las pequeñas cosas: una caja de fósforos, unos cupcakes decorados armónicamente, un diálogo en el colectivo, una conversación en el bar. Con Adam Driver como un conductor de buses (sí, “bus driver”) que en sus ratos libres escribe poesías tan simples como elocuentes acerca de sus experiencias y sus observaciones, la película se construye como un relato de una semana en su vida.
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Nada muy grave pasa -tal vez algo sí lo sea, pero los protagonistas lo toman con una calma envidiable- y Paterson se convierte así en una celebración casi nostálgica de eso que llaman armonía: entre el propio Paterson y su esposa, entre él y su trabajo, sus actividades cotidianas y hasta su perro. Ese minimalismo poético y semanal de Jarmusch puede resultar simplista y banal para algunos, pero da la impresión que, por el contrario, lo que busca es llegar a algo que podríamos considerar “esencial”.
Pedro Almodóvar, un cineasta contemporáneo a Jarmusch (su primer largo, Pepi, Luci, Bom… es de 1980, si bien tiene cuatro años más que su colega norteamericano) procede de manera casi opuesta a la suya. Allí donde Jim quita, saca, minimaliza y sintetiza, Pedro agranda, exagera, estiliza, abarca. Julieta intenta ser su película más esencial desde Volver, pero sus marcas de estilo son innegables y puramente suyas: los diálogos solo existen en un universo paralelo en el que todos los personajes vieron melodramas de Douglas Sirk y thrillers de Alfred Hitchcock, y para llegar a hablar de las primarias emociones de una madre que no ve a su hija hace muchos años necesita construir un universo de peripecias que incluyen a hombres que se tiran abajo de trenes, mujeres en coma, barcos accidentados, revelaciones místicas y depresiones varias.
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Emma Suárez es Julieta, una mujer que ronda los 50 y que no logra superar del todo la idea de que su hija no quiere tener más que ver con ella hace años. Es ella la que nos cuenta la historia y, en su modo melodramático, Almodóvar nos resume las décadas que pasaron desde que Julieta (encarnada de joven por Adriana Ugarte) conoció al padre de su hija, lo que pasó con él y el posterior camino que tomó la relación con la niña. Los silencios, las cosas no dichas, los malos entendidos y las culpas son las que generarán esa distancia, pero a diferencia de Jarmusch, Almodóvar no simplifica sino que, más bien, elige la aproximación opuesta: siempre habrá una larga serie de trabas y complicaciones -narrativas y estilísticas- hasta llegar a lo que se pretende.
Al final, tanto Paterson como Julieta hablan de lo mismo, de dos personajes que buscan algo parecido a la paz, a la calma, a la felicidad. Ambos desean que las cosas logren estabilizarse y la vida pueda ser encarada con cierta esperanza hacia el futuro. Ninguno está seguro de poder hacerlo, pero el viaje de Julieta sin dudas es mucho más complicado y enredado que el de Paterson. Acaso sea la forma la que los distancia. Uno necesita unas poesías minimalistas y un apego a las rutinas más esenciales. El otro, las obras completas de Corin Tellado.
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