Diario de Cannes #2: Criminal mambo

El cine argentino presente en el festival francés tuvo como denominador común las historias sobre criminales, pero con distintos abordajes y maneras de contarlas. Qué tienen en común y en qué se diferencian la nuevas películas de Luis Ortega, Agustín Toscano y Alejandro Fadel.

Los Inrockuptibles
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4 min readMay 16, 2018

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Por Diego Lerer

El Ángel

Las tres películas argentinas presentadas aquí son sobre criminales. Son muy distintos entre sí (los criminales y las películas), pero debe ser un caso raro que una cinematografía nacional presente en el Festival de Cannes todos sus títulos con un mismo tema. Hay dos preguntas para hacerse al respecto: ¿es una temática creciente en el cine nacional o se trata simplemente de “el gusto de Cannes”?

Quizás un poco las dos cosas. Respecto al festival, si bien El ángel y Muere, monstruo, muere! están en una sección (Un Certain Regard) programada por otro equipo al que programa El motoarrebatador (la Quincena de Realizadores), lo cierto es que la impresión que se tiene, a primera vista, es que la temática criminal, la violencia y la agresión física son temáticas que existen en América Latina que interesan mucho por aquí –algo que confirman otros filmes del continente programados en el festival–.
En lo que tiene que ver con el cine nacional, la temática criminal viene funcionando bien comercialmente y le permite al cine argentino encontrar una manera de trabajar la violencia y la tensión desde un lugar individual y no colectivo, centrándose en casos específicos y con modos particulares a falta de una temática nacional dominante como el “narco” en México o las décadas de violencia política en Colombia, por citar dos ejemplos con presencia en Cannes. Los casos nacionales que están aquí trabajan lateralmente esos contextos y prefieren centrarse en casos específicos que tal vez puedan reflejar otro tipo de violencias.

El motoarrebatador

El ángel, de Luis Ortega, es la que tiene el contexto más a mano pero la que más conscientemente lo deja al costado. El caso Robledo Puch, que tuvo lugar entre 1971 y 1972, quizás daba para hablar de otro tipo de violencia en el país de esos años, pero Ortega prefiere poner al personaje en el centro y hacer un relato de su personalidad psicótica y alienada más que una historia de su tiempo. El film (se estrena en la Argentina el 9 de agosto) construye su territorio por el lado de la perversidad y locura de este joven que roba y mata porque sí. Y tal vez haya que ver ahí mismo lo que la película esté diciendo sobre el pasado nacional.

El motoarrebatador, de Agustín Toscano, es muy diferente. (Se estrena en la Argentina el 7 de junio.) El criminal es un ladronzuelo de poca monta, de hecho es el que conduce la moto que lleva al verdadero ladrón, especialista en salideras de cajeros automáticos en Tucumán. Ahí donde a Robledo Puch nada le importa, al protagonista de esta historia le pasa lo opuesto: al dejar malherida a una señora tras arrastrarla metros por el pavimento para robarle la cartera, el hombre siente culpa y se acerca a ella para ayudarla. Toscano va más directo a contextualizar su historia en una situación de saqueos y huelgas policiales en la provincia, dejando en claro que es un tema clave para entender los comportamientos violentos y ambiguos de sus protagonistas.

El caso de Muere, monstruo, muere!, de Alejandro Fadel, es el más complejo de analizar en relación al contexto, ya que es una película sobre un asesino serial contada en clave de cine de terror y criaturas salvajes. La violencia que se ve aquí puede, sin embargo, pensarse en función del género, ya que todas las víctimas de este asesino (sea o no una criatura, eso lo sabrán al ver el film) son mujeres y sus agresiones tienen un fuerte carácter sexual. Si bien hay policías e investigadores, Fadel prefiere que su historia funcione en un terreno más mítico y de la pura fábula. La realidad está ahí, pero a distancia. Es el espectador el que tiene que trazar las conexiones.

Muere, monstruo, muere!

De todos modos, acaso lo más importante –y lo que habla muy bien del cine argentino visto aquí– es que son tres películas muy distintas entre sí. Por un lado, por los géneros: la primera es un thriller, la segunda se acerca más al drama y al suspenso, la tercera corre por los caminos del cine fantástico, probando que no hay una forma única de abordar el tema. Por otro, su producción: la película de Ortega funciona como cine industrial y masivo, la de Toscano como clásico film independiente y la de Fadel es, sí, un objeto extraño en el cine nacional. Y, por último, porque más allá de sus temas y tamaños, son tres películas personales que reflejan claramente las obsesiones –ya demostradas en sus anteriores títulos– de sus realizadores. Más que sobre criminales, son películas sobre ellos mismos y sus universos.

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