El camino real
Lejos quedaron los días en los que Dolores Fonzi formaba parte de cierta farándula local, a fuerza de gestos rebeldes y repetidas apariciones en pantalla. Formó una familia, se guardó un tiempo, y hoy vuelve a salir a escena: integra la obra Isósceles y está preparando en televisión la adaptación local de la serie In Treatment. / Por Alejandro Lingenti. Foto Catalina Bartolomé.
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Hubo un tiempo en el que la vida de Dolores Fonzi era completamente distinta. Hoy, a los treinta y tres, es una madre ejemplar, dedicada, feliz de ocupar buena parte de su tiempo en organizar eso que ella llama “la dinámica familiar” y que consiste básicamente en la crianza de sus dos hijos (Lázaro, de tres, Libertad, de uno). Casada con el famoso actor mexicano Gael García Bernal, el papá de las criaturas, Dolores no sueña hoy con volver a su vida anterior, la de las largas jornadas nocturnas con un grupete de amigos célebres –los hermanos Julieta y Luis Ortega, Carolina Fal–, cuando lo divertido era ver fotos en esas revistas que abundan en las salas de espera de los consultorios médicos y no recordar ni por asomo cuándo se las habían sacado. Pero sí está dando un nuevo giro, el que implica retomar su trabajo como actriz con deseo y aplicación: participa en Graduados, apuesta fuerte de Telefé; protagoniza –con Ezequiel Díaz y Violeta Urtizberea– la obra Isósceles, de Mariana Chaud, recién estrenada en el Chacarerean, y El campo, film de Hernán Belón de inminente lanzamiento, donde comparte cartel con Leonardo Sbaraglia; y es parte del elenco de la versión argentina de la serie norteamericana In Treatment que será parte de la programación de la Televisión Pública. Mucho trabajo, pero poco estrés, asegura: “Me estresaba antes, cuando salía casi todas las noches; estaba con fiebre todo el tiempo, me agarraba conjuntivitis, dormía re poco, estaba al mango”, recuerda. “Ahora ni se me ocurre llegar a mi casa a las dos de la mañana. Tengo la libido apuntada hacia otro lugar.” Y es este tipo de vida alejada de los flashes y el glamour, más relacionada con el trabajo como actriz y el rol materno, el que Fonzi siente como más apropiado para el presente. Terminaron entonces los días de agitación adolescente. Y empezó algo así como la vida real.
ENTREVISTA > Después de un paréntesis importante, estás de nuevo con mucho trabajo. ¿Ahora no parás más?
Dolores Fonzi: No sé. Tengo una vida estructurada, súper organizada, no puedo dedicarme exclusivamente al trabajo. Igual, siempre me gustó la idea de trabajar un tiempo, parar, volver a trabajar… Necesito esos espacios.
¿Cuándo fue la primera vez que pensaste en ser actriz?
Hasta los siete, todo era medio confuso en mi cabeza, pero me acuerdo muy bien de una situación que hoy me parece clave: fue el día en que empecé a actuar, a poder convencer al otro. Había tocado el timbre del recreo de vuelta al aula y vi como todos volvían, pero yo decidí tirarme cerca de una escalera y quedarme ahí. Actué esa situación, la mantuve. Todos se pusieron un poco locos, no sabían qué había pasado y llamaron a mi vieja para que venga a la escuela. Fue un pequeño escándalo. Y mi primera experiencia actoral.
¿Qué otros recuerdos tenés de esa época?
Vivía en Adrogué. Me fui a vivir ahí porque mis viejos se separaron y mi mamá se casó con otro hombre. Nos mudamos cerca de la casa de mi abuela materna y cambié la escuela pública por un colegio privado irlandés. Ahí era parte del coro. Antes había vivido con mi familia en Barrio Norte, pero hasta mis siete años no había mucha guita en mi casa: ropa de segundas marcas, juguetes que se parecían a los que pedías, esas cosas… En los años 90 la situación cambió, y a los diecisiete ya empecé a trabajar y a tener mi propio dinero. Igual, siempre fui un desastre total con la plata: trabajé toda la vida y no tengo nada. Me agarró el corralito a los cinco días de haber señado un PH, pero eso no es excusa. La verdad es que no controlo mucho los gastos. Siempre alquilé, nunca viví en un lugar mío.
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“No quiero ser una chica Almodóvar, quiero ser una mujer Martel.”
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¿Y en qué gastás?
En buena comida para mis hijos, en ropa… Siempre me gustó salir disfrazada, la ropa rara… Pero ahora me disfrazo para mis hijos. De todos modos, estoy un poco más organizada. Administro mi casa y me ocupo de la dinámica familiar.
No te imaginaba en el coro de la escuela…
Sí, fui parte del coro hasta los diecisiete, en serio.
¿Y después intentaste seguir cantando o tocar un instrumento?
Había un vecino mío que era muy parecido a Jay Jay Johanson. Grabé un tema con él y me salió bastante bien. También grabé algo con un ex novio, usando mi registro vocal natural, que es de soprano. Cantaba bien, pero después perdí el entrenamiento. Ahora que empecé fonoaudiología quizás pueda retomar. Gael siempre dice que marco mal el ritmo, que lo “freakeo”, y que eso no deja de ser original.
Recuerdo que alguna vez, hace bastante, te preguntaron en esta revista qué música escuchabas y nombraste a The High Llamas. Fue una respuesta sofisticada.
Sí, en esa época escuchaba también a Portishead, Bocanada de Cerati, Miami de Babasónicos… Seguía los consejos de algunos amigos e investigaba, pero ahora estoy hecha un desastre. Tengo menos tiempo desde que soy mamá, no puedo pasarme tres horas en una disquería como hacía antes. Igual, hace unos días vino a casa mi amiga Anita Álvarez Toledo y me trajo un pen drive con cuatro gigas de música. ¡Espero ponerme al día! Me habló mucho de James Blake, por ejemplo. Mientras tanto, yo escucho a los clásicos: Beatles, Stones, Julio Iglesias, Spinetta… En mi iPod tengo Franz Ferdinand, Fiona Apple… Pero se me rompió hace un tiempo el equipo de música, que es donde prefiero escuchar música. Del Flaco Spinetta vengo escuchando desde hace unas semanas cosas de todas las épocas. Y después escucho lo que les puede gustar a mis hijos. A Lázaro le encanta la música electrónica para bailar. Y se copa con Primal Scream también. Supongo que será así hasta que ellos crezcan y yo vuelva a tener un poco más de tiempo libre. Hace un buen rato que casi no voy al cine y que leo muy poco. La última vez que estuve en Madrid dejé las valijas a las cuatro y media de la tarde en un lugar y a las cinco entré a un cine, esas ganas tenía… Fui a ver Melancholia, de Lars Von Trier.
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“Me imagino participando de procesos creativos que me permitan tener tiempo, que pueda parar en la semana para dedicarme a mis cosas. El teatro, sobre todo el teatro independiente, te permite eso.”
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¿Y te gustó?
Me gustó, pero no me mató. Las actrices parecen muy intervenidas por él, se ve el reflejo de él en los ojos de ellas.
¿Qué otra película que hayas visto últimamente te gustó?
¡Es que veo casi todas infantiles! Vi miles de veces Shrek, Río, Mi villano favorito… Lo mismo con los libros: me leí unos cuantos sobre maternidad. Si me queda un huequito, agarro algún clásico: Padres e hijos de Turgueniev, Rojo y negro de Stendhal, alguno de Dostoievski. Me gustan muchos los rusos.
¿Los libros de maternidad sirven para algo?
Sí, tienen cosas útiles. Y ahí Laura Gutman es una especie de gurú.
¿De dónde pensás que te viene la vocación actoral?
Claramente, de mi abuela materna, que se llama nada menos que María Magdalena del Carmen Pilar. Ella fue amiga de Borges, recitaba sus poemas en algunos cafés literarios y siempre quiso ser actriz. Fue la que me llevó a clases de teatro a escondidas de mi vieja. Es una mujer súper cool, yo le digo “Cocó”. Tiene ochenta y ocho años y está bárbara. Viene a casa y leemos, charlamos, nos tomamos un whisky, escuchamos música…
Me contabas del lío que provocaste con tu simulación en la escuela. ¿El otro escándalo familiar se produjo con las fotos en la revista Playboy?
Noooo, en esa época ya estaba todo claro. Mis viejos estaban preocupados porque pensaban que iba a ser Silvia Süller, pero se dieron cuenta muy pronto de que lo mío no iba por ahí y se tranquilizaron. Me encantó hacer esas fotos, las haría de nuevo. Obviamente no haría una producción porno, pero está claro que lo de Playboy no fue eso.
¿Cómo imaginás tu futuro inmediato como actriz?
Me imagino participando de procesos creativos que me permitan tener tiempo, que pueda parar en la semana para dedicarme a mis cosas. El teatro, sobre todo el teatro independiente, te permite eso. Y hacer películas, también. Pero no me gusta ser esclava del trabajo. No lo necesito, además.
¿Con qué director o directora de cine te gustaría trabajar?
Con Lucrecia Martel. Me gusta mucho cómo ve, cómo muestra el mundo. Siento que eso que ella logra con sus películas tiene que ver con una percepción muy aguda, con una gran intuición para generar climas y unos universos medio acuáticos. Lo acuático está relacionado con lo femenino, y me identifico mucho con eso. No quiero ser una chica Almodóvar, quiero ser una mujer Martel.
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“Creo que la obra va ir creciendo con el paso de las funciones. Es una muy buena historia, muy redonda.”
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¿Cuál te parece tu mejor trabajo en cine?
Me gusta mucho lo que hice en Salamandra, una película de Pablo Agüero que no se estrenó por algunos problemas con la productora. También lo de El fondo del mar, de Damián Szifrón. Pero siento que mi gran trabajo todavía no llegó, que va a llegar. Pero también me gustó lo que pude hacer para El sodero de mi vida en la tele. Me gusta tener libertad para trabajar, sobre todo si se trata de personajes ricos como estos que te estoy nombrando.
¿Y en Isósceles te sentís bien?
Sí, es genial trabajar con Mariana. Creo que la obra va ir creciendo con el paso de las funciones. Es una muy buena historia, muy redonda. Soy una mina frustrada, muy inteligente, muy preparada en su profesión, pero insegura. Y la cosa se pone peor cuando llega una ex compañera de la universidad y se mete con mi pareja. Estoy muy entusiasmada con la idea de trabajar en una sala chica, con condiciones de producción más modestas que las del teatro comercial. ¡Voy a colonizar el off! (risas). Igual, hablando en serio: el off te da prestigio entre los teatreros, entre los que dirigen y actúan ahí, no mucho más. Y probablemente me critiquen a morir.
¿Te afectan mucho las críticas?
No, además nunca recibí una crítica espantosa. Y las críticas con veneno no me importan. Obviamente, si leo o escucho algo que tiene mala leche, le hago la cruz a esa persona, pero no me afectan particularmente; me puedo reír o enojar, pero no por mucho tiempo. Escucho sobre todo a los amigos, a la gente que respeto y que me quiere.
¿Quiénes serían hoy, por ejemplo?
Va variando. Mi marido es el primero. Y ahora Ezequiel Díaz, que es muy bueno para articular devoluciones, igual que Gael. Mucho mejor que yo en ese sentido, de hecho.
Tu último trabajo en teatro fue en 2006. ¿Tenés un poco de miedo, vértigo, ansiedad?
Sí, siempre. Pero soy muy kamikaze, me gusta el show, subo al escenario y me transformo. ¡Hasta me subí una vez a cantar y bailar con Grace Jones!
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Isósceles
Viernes y sábados a las 21 en Chacarerean Teatre (Nicaragua 5565, CABA).