El caso Screamadelica

Los Inrockuptibles
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6 min readSep 27, 2011

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Obra maestra fundadora y alucinógena, malabarista entre el rock y el electro, el Screamadelica de los escoceses de Primal Scream vuelve a ver la luz veinte años más tarde. Para acompañar el relanzamiento, la banda sale a recorre el mundo. En su recorrido aterriza, por segunda vez, en la Argentina. La historia de un disco que abrió los ojos (en blanco) de una generación. / Por Pierre Siankowski

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Es la historia de un disco loco. Un disco psicodélico y atiborrado de drogas que, en 1991, cambia la cara de la música al propulsar las máquinas y los samples en el rock. Sus pasos alucinógenos engendran tanto a Oasis como a los Chemical Brothers. Es una historia que se escribió en una Inglaterra en crisis, en pleno consumo del éxtasis, en el crepúsculo del reino de Thatcher, de la que nadie debería acordarse hoy, o al menos sólo a grandes rasgos. Es la historia de Screamadelica, de los escoceses de Primal Scream.

Todo empezó a fines de los años ochenta, cuando la banda de Bobby Gillespie, antiguo baterista de The Jesus & Mary Chain, andaba por Brighton, donde los alquileres eran mucho más baratos que en Londres. Primal Scream ya tenía en su haber algunos simples de culto y dos pequeños álbumes, Sonic Flower Groove (1987) y Primal Scream (1989). De este último, la NME escribió por entonces que era “confuso y carente de decisión”. Enseguida, una gira europea salió peor de lo esperado y la banda se encontró con la moral por el piso. “No éramos buenos, no íbamos hacia ningún lado y mi mayor angustia era tener que volver a un trabajo asalariado. Había sido empleado en una imprenta y lo había detestado”, recuerda Gillespie. “En esa época, Brighton no era una ciudad muy cool, ese imbécil de Fatboy Slim no había puesto todavía su negocio. Nos aburríamos a más no poder, no teníamos mucha plata. Estábamos inscriptos en un programa del gobierno que nos daba lo justo para pagar el alquiler. Nos consolábamos bebiendo porque no teníamos forma de ofrecernos otra cosa. Soñábamos con tomar éxtasis, pero para nosotros estaba fuera del presupuesto: una píldora correspondía a lo que recibíamos cada semana del Estado.

Felizmente, Gillespie conservaba un buen amigo de la infancia en Glasgow: Alan McGee, el fundador de Creation Records. McGee vivía entre Londres y Manchester, donde era un huésped regular de The Haçienda, antro de New Order y de Happy Mondays. Iba regularmente a Brighton a ver a su viejo amigo. Generoso, en cada una de sus visitas le llevaba a la banda de Gillespie algo de éxtasis y discos de acid-house, su último capricho. “Bobby siempre fue un amigo y yo creí realmente en Primal Scream. Sabía que hacía falta poco para que explotara, pero no sabía exactamente qué. Por eso les pasaba éxtasis y acid-house al mismo tiempo, diciéndome que alguna de esas dos cosas terminaría por funcionar”, bromea Alan McGee. “Me gustaba tanto la banda que había presionado en NME para que enviaran a uno de sus periodistas a ver uno de sus shows.

El periodista enviado a la guerra se llamaba Andy Weatherall. Era albañil en la vida real y, cuando no escribía para la revista inglesa (bajo el nombre de Audrey Witherspoon), garabateaba un fanzine, Boy’s Own. El encuentro entre Weatherall y Primal Scream fue un éxito: todo el mundo se emborrachó. Ya convertido en fan de la banda, Weatherall aceptó entre dos tandas de cerveza la propuesta del bajista Andrew Innes para remixar uno de los títulos de Primal Scream, el muy desesperado I’m Losing More Than I’ll Ever Have.

Algunas semanas más tarde, Andy Weatherall presenta tres remixes diferentes que los entusiasman. Gillespie le propuso agregarle a uno de ellos un sampleo de la voz de Peter Fonda tomada de Wild Angels, una película de bikers del cineasta Roger Corman. “We want to be free: we want to be free to do what we want to do! And we want to get loaded. And we want to have a good time!”, grita Fonda antes de que las trompetas se vayan hacia el cielo y de que rebote sobre los coros soul una suerte de ritmo proto-dub. La canción, rebautizada Loaded, es claramente una oda a las drogas. “Había notado que, en los hits house, sumaban siempre sampleos de cosas que sonaban como eslogan. Pensé que este era bastante cool y que impulsaba hacia la fiesta”, bromea Gillespie.

Weatherall hizo sonar dos semanas más tarde la versión final de la canción en un club de Londres, el Subterrania. La mitad de la sala bajo la influencia de drogas (entre ellos Mick Jones de The Clash) lo atacó exigiéndole conocer el título y el nombre de la banda. Como reguero de pólvora, en algunas semanas Primal Scream estaba en la primera plana de los diarios ingleses, NME a la cabeza. El resultado: Alan McGee lanzó el simple en Creation en febrero de 1990. Después de más de cien mil ejemplares agotados, decidió entonces encerrar a la banda en el estudio para un segundo intento. Sería Come Together, canción también altamente narcótica, la que se sumaría a la anterior: con estos dos singles en el contador, Primal era, en agosto de ese año, la banda más famosa de Inglaterra.

Bobby Gillespie: “Las drogas hicieron mucho por nosotros. En Londres, todo el mundo estaba bajo los efectos del éxtasis y eso descontracturó mucho a la gente. Todo el mundo bailaba en cualquier lado. Podías pasar de una canción soul a algo house o rock en algunos instantes. Era como si no hubiese prohibiciones. Me acuerdo de una noche en Londres con Andy Weatherall: vimos a un tipo que levantaba la manos hacia el cielo en una canción de Phil Collins, In the Air Tonight, poseído. Nos acercamos y vemos que ese tipo es Alan McGee”. McGee confirma: “Estaba en trance, como si Phil Collins hubiera penetrado por completo en mi cuerpo. Estaba totalmente drogado. Creo que el genio de Primal Scream, y de Bobby en particular, fue comprender las posibilidades que el éxtasis le abría a la música. El eclecticismo que algunos le reprochaban a Primal Scream de repente se transformaba en fuerza. Lo más difícil fue canalizar todo eso, porque realmente nos drogábamos mucho”.

Manteniendo la mitad de la cabeza sobre sus hombros, McGee le hizo jurar a Primal Scream –permanentemente bajo el efecto del éxtasis desde la salida de Loaded– que íban a armar un programa de trabajo intenso. La banda decidió cortar la semana en dos: del martes al jueves estarían en el estudio, y del viernes al lunes Gillespie y compañía se drogarían donde pudieran. “Me impresionó la forma en que lo hicieron”, cuenta McGee.

El jefe de Creation, que apostó mucho al resultado obtenido en el estudio, envió a los mejores productores para ayudar a los escoceses a dar a luz a su monstruo de seis cabezas. Se sucedieron Andy Weatherall, claro, pero también los especialistas en electrónica de The Orb y sobre todo el legendario productor Jimmy Miller, realizador de los mejores discos de los Rolling Stones: Beggars Banquet (68), Let It Bleed (69), Sticky Fingers (71), Exile on Main St. (72) y Goats Head Soup (73). “Había conocido a Miller en Nueva York en un momento en que él tomaba mucho. Estaba bastante deprimido, no había encontrado una banda que lo motivara tanto como los Stones. Cuando le hice escuchar las maquetas, se volvió totalmente loco, quería trabajar con esos chicos a cualquier precio”, cuenta Alan McGee.

Después de haber sacado otros dos simples, Higher than the Sun y Don’t Fight It, Feel It, la banda entregó finalmente su disco en 1991. El resultado es brillante, como esa caja inolvidable, suerte de ectoplasma con forma de sol en un fondo rojo. Screamadelica capitaliza tanto la vertiente electrónica de la banda como sus acentos stonianos magnificados por la producción de Jimmy Miller. Movin’ on up y la magnífica Damaged parecen haber salido de la minipimer Jagger/Richards.

Durante la velada de lanzamiento del álbum, en la Brixton Academy de Londres, la banda invitó a Weatherall y ofrecieron una fiesta terrible donde la ketamina hizo su aparición en Londres: “Me acuerdo de haber cruzado la sala en un momento en el que Andy mezclaba, decenas de personas estaban acostadas en el piso, completamente drogadas, los ojos hacia el vacío: una escena apocalíptica”. Disco ambidiestro con un ADN complejo que no quiere elegir su campo, Screamadelica salpica con su libertad a toda una generación de artistas, que desde entonces no tienen miedo de encontrarse entre la guitarra y el sampler confiando su destino musical a las drogas. Los bleeps y los loops se cruzan con las melodías de manera alocada, tan apasionante como agotadora. Escuchar Screamadelica es cada vez una regeneración total. Bajo sustancias diversas, puede revelarse una experiencia sublime y caótica, según la hora y el lugar. “No sé qué influencia tuvimos en las bandas que aparecieron después nuestro, pero mucha gente nos dijo que Screamadelica los había descomplejizado. Pienso tanto en los hermanos Gallagher que vinieron a vernos a Londres el año pasado cuando tocamos el álbum entero durante dos noches –cada uno vino una noche …(risas)– como en los chicos de Chemical Brothers o de Daft Punk que me confesaron adorar el disco. Estoy orgulloso de esa gran distancia”, concluye humildemente Bobby Gillespie.

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Screamadelica (20th Anniversary Edition)

(Sony)

En vivo el miércoles 28 de septiembre a las 21 en el Club GEBA.

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