Volvió el indie impertinente de Perras on the Beach
En su nuevo disco –Flow de Cuyo– la banda mendocina se oscurece pero le sigue cantando al porro y a los amigos.
Por Javier Diz
“¿Que mierda soy? ¿Para qué estoy acá?”, canta Simón Saieg en “Futuro”, como si fuera un Lennon abismado, aún en sus jóvenes 20 años. Si bien no es una canción que represente el mood del disco, no es errado arrancar por ahí, porque aun conservando ese espíritu adolescente de “música de joda”, como alguna vez la definieron ellos mismos, Flow de Cuyo representa una evolución que se plasma en diferentes aspectos. Le siguen cantando al porro y a los amigos, pero ese marco de fiesta eterna se entremeten visiones más oscuras, como si las temporadas en las que la banda se instala en la capital porteña fueran minando la paz y la frescura que los chicos traen de su montaña mendocina (“maldita Municipalidad, otra vez no me dejan estar re loco en una fiesta”). Y esa “intranquilidad”, por llamarla de algún modo, repercute en la música, mucho más inquieta a la hora de desbaratar etiquetas.
Perras on the Beach maneja una idea de psicodelia, que aunque básica no deja de ser propia, y en la que caben cambios de ritmos, arreglos de teclados coloridos, jugueteos con el dub, el hip hop, amagues de música tropical y, sobre todo, ese lastre que viene de la nueva escena de jóvenes mendocinos (con Luca Bocci a la cabeza) que mira con afecto algunos tics del rock argentino de los 80, ese al que cualquier chico siempre intentó contraponerse, solo por representar la música de sus padres. Lo cierto es que el saxo y la sobreabundancia de chorus en las guitarras (proble)matizan el punk y la insolencia que mostraron en Chupalapija. Con todo, Flow de Cuyo expande y confirma a la banda como tótem generacional en la escena indie actual, algo por demás curioso cuando su música poco y nada tiene que ver con los preceptos que definen al indie. Quizás en esa impertinencia esté otra de las virtudes de Perras on the Beach.
Perras on the Beach
Flow de Cuyo
(Independiente)
