“En primera plana”, de Todd MacCarthy

Los Inrockuptibles
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3 min readFeb 11, 2016

En primera plana parece, a simple vista, una película simple. Sabemos, quienes realmente amamos el cine como modo de vida, que las mejores suelen ser así. Suelen operar de forma casi líquida en nosotros: se vuelven parte de nuestra visión del mundo sin darnos cuenta. Todd McCarthy (director errático cuanto menos) lo sabe, y sabe que algo similar sucede con, por ejemplo, nuestro lugar, o aquello que define nuestro mundo, o una de nuestras razones de ser en el mundo, por ejemplo, la redacción de un diario. McCarthy mezcla esas configuraciones (periodismo en redacción más cine, sabemos, es un combo infalible) en su nueva película, sobre la historia real que en 2002 llevó a la publicación de un artículo en The Boston Globe, donde se denunció cómo la Iglesia de forma sistemática cubría a curas pedófilos, con una lista que implicaba a más de setenta nombres que todavía estaban en la ciudad de Boston y alrededores.

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McCarthy posee, por lejos, un instinto por lo humano que, paradójicamente, aumenta el cine en cada uno de los instantes de En primera plana. Por ejemplo, ese primer momento en el que un editor nuevo, venido de Miami (es decir, una ciudad diametralmente opuesta a Boston y su complejo sistema de clases sociales con un 50% de religión cristiana), interpretado con genialidad capilar por Liev Schriever, cree que hay algo más en una nueva noticia de abuso por parte de un clérigo. Sin buscar espectáculo, McCarthy captura cómo un hombre puede ser distinto sin intentar ser excepcional, defendiendo con cejas e inteligencia su idea de base. En primera… no es una carta de amor al periodismo; al contrario, es juzgar a un mundo que cree que el periodismo es, simplemente, textos en una celda de un programa de diseño (o algo que hay que defender con cartas de amor). Ese juzgar no es tendencioso, es enamorado: ¿ven lo que sucede cuando hombres y mujeres, mal vestidos pero insistentes, frágiles pero sin esos instantes “oscarizables”, deciden hablar, recorrer, escuchar sobre la bestialidad más enorme que puede llevar a cabo una institución de por sí bestial? El tamaño del monstruo ayuda a entender el valor del gesto humano, que en sus actores (Keaton, mejor que nunca; Ruffalo, torcido pero consistente, McAdams, siempre lacerante –hasta cuando hace de mujer común–; Tucci, que le da corazón a cualquier película-hojalata) se hace amablemente cine.

En primera plana no es una carta de amor al periodismo; al contrario, es juzgar a un mundo que cree que el periodismo es, simplemente, textos en una celda de un programa de diseño.

McCarthy nos dice muchísimas cosas (sobre todo a nosotros, habitantes de un lugar donde los diarios son hoy gacetillas de prensa que ya no quieren entender el mundo sino solo chocar los cinco con su porcentaje del mercado). Habla de cómo un diario es parte del alma de una ciudad, de una sociedad, y de que una ciudad nos define de formas tan bestiales como sacudibles; nos dice, también, que el cine está hecho de actores excepcionales jugando a ser personas normales y que el estado actual de los diarios, su futuro de cinco minutos de duración, implica un amor enorme por parte de quienes dedican su vida a ese medio (sea periodista o lector). McCarthy crea la más sutil actualización del cine de Howard Hawks asestándole una lanza a un mundo donde la primicia es algo que pasó por una trituradora y después llegó a Internet: el corazón importa, demasiado, a la hora de creer en un oficio y su ejecución.

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En primera plana (Spotlight)
De Todd MacCarthy
Con Michael Keaton y Mark Ruffalo

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