Entrevista a Fernando Vallejo

Difícilmente quien haya leído La virgen de los sicarios o El desbarrancadero, entre tantas novelas de Fernando Vallejo, haya podido olvidarse de la voz voluptuosa que las propulsa, ni de sus frases, serpientes bífidas cargadas de insultos furiosos y una nostalgia inconsolable. De paso por Buenos Aires, uno de los escritores más célebres del continente evalúa retrospectivamente vida y obra en una conversación sin pelos en la lengua. / Entrevista Lucas Mertehikian

Los Inrockuptibles
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11 min readDec 16, 2012

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Más que un maldito, Fernando Vallejo es un raro. La rareza tiene una tradición (y una actualidad) fuerte en la literatura latinoamericana, en la que bien podrían leerse muchos de sus textos. Desde la publicación de La virgen de los sicarios, en 1994, cada uno de sus libros puede pensarse como un punto dentro de esa serie de desvíos felices. Ahí estaría la serie violenta de novelas sobre su Colombia natal, por supuesto, pero también algunos otros libros perdidos entre una lista larga de éxitos, como la biografía novelada sobre ese modernista igualmente perdido, José Asunción Silva, o su última investigación sobre el lingüista José Cuervo, otros raros (por razones diferentes) que comparten con Vallejo algunos de sus temas: la obsesión gramatical; la homosexualidad entendida como configuración erótica y social; la pregunta, llevada hasta el límite del desprecio, por lo nacional. De visita en la Argentina para el IV Festival Internacional de Literatura de Buenos Aires, queda la evidencia de que rara es también su voz, despreocupada y amabilísima, entre la ternura y la resignación. Una marca ineludible de esa rareza para quien ha leído sus libros, donde la voz se impone ante todo y reclama un cuerpo para quien habla, desde el narrador de La virgen de los sicarios al hermano de El desbarrancadero, por citar dos puntos altísimos del uso de la primera persona en la novela contemporánea. Y es raro sobre todo el efecto de choque que se produce entre esa voz tranquila y las provocaciones que suele largar, lo que hace pensar que Vallejo tiene además algo de estoico: puesto en el lugar del que va a morir, parece tomarse las cosas terribles de este mundo con calma desesperación.

ENTREVISTA> A comienzos del siglo XX existía en Buenos Aires una “cultura de la conferencia”: invitados ilustres que venían a hablar de algo y a los que era un lugar común preguntarles qué pensaban de Buenos Aires. ¿Usted cómo se lleva con sus compromisos internacionales como escritor? Y, por supuesto, ¿qué piensa de Buenos Aires?
Fernando Vallejo: Yo trato de ya no viajar, he venido en muchas ocasiones, pero no por invitaciones a asuntos literarios. Sin embargo, sí he venido a dos Ferias del Libro a Buenos Aires y me interesa mucho la ciudad, porque pienso que, con lo mal que está y con lo mal que está la Argentina, sigue siendo la capital de la lengua española, porque es la ciudad que más quiere a los libros. Y una ciudad que quiere a los libros, pues yo la quiero por ese motivo. Yo también los quiero, aunque ya no los leo.

¿Y cómo es amar los libros sin leerlos?
Antes leía muchísimo. De niño, de muchacho, me he pasado una buena parte de la vida leyendo.

“Me parece hermosa la eliminación del autor y acabar con la propiedad privada de las obras literarias y de los libros, y que sea como en el comienzo: propiedad colectiva. El autor no va a desaparecer, pero lo pueden cambiar intensamente las redes sociales y todas esas cosas.”

Pero solo quedó el amor…
Ya no me aportan nada, no me dicen nada, no busco nada en ellos. No he encontrado nada en ellos, sospecho que no voy a encontrar nada en ellos. Me cuesta trabajo concentrarme, les perdí el interés, y eso te digo del papel. Los otros, los electrónicos, no tengo la costumbre, y no creo que la vaya a adquirir.

¿De las pasiones artísticas de juventud cuál lo sigue acompañando? ¿La música?
La música me sigue acompañando, pero la música mía no es la música de la humanidad. Buena parte de esa música ha desaparecido, la de España, de los reyes hispanoamericanos desapareció; los pasodobles, las milongas, las rancheras, una música con un valor tan grande para mí como el de la música clásica, como Mozart… Una música en vías de extinción, la música clásica siempre estuvo reducida a un público pequeño, ahora proporcionalmente a la población es más pequeño. Los jóvenes, que son los dueños del mundo, la tienen asociada a generaciones del pasado, de las que no quieren saber nada. Entonces adoptaron la música (o el ruido) anglosajona para las discotecas. Pero la música produce sensaciones más hondas que la palabra. A lo mejor a los jóvenes su ruido les produce un sentimiento como el que me producía mi música en esos tiempos, más que el que me produce ahora, que es de nostalgia.

Como constante, en sus libros hay una preocupación, casi musical, por el ritmo de la frase, y cierta nostalgia por algo que ya no existe más…
Lo del ritmo es algo sobre lo que he llegado a una conclusión con claridad: que la prosa ante todo es ritmo, no rima. Hay muchas frases que llaman versos, que llaman poesía, que no son ni lo uno ni lo otro, porque no es poesía, y verso no es porque no tiene ritmo ni rima. Pero la prosa tiene ritmo, esa es ante todo la esencia de la prosa. Sin embargo, yo no hablaría exactamente de musicalidad, porque son distintos los medios, la palabra y el sonido. Yo estudié en el conservatorio, quería ser músico y no tenía música en el alma ni grandes facultades para eso; traté de estudiar composición con profesores malísimos que no tenían nada qué enseñarme. En la literatura, tenía grandes profesores pero que no sabían escribir, de manera que no me enseñaban. A ellos no les debo nada, lo que yo he aprendido, lo aprendí por fuerza propia, por decisión mía de entender algo, que logré dominar y entender. A la música nunca he podido dominarla ni entenderla. Yo te puedo decir de una pieza que está llena de acordes de séptimas, novenas, que nunca está establecida la tonalidad claramente, pero no he llegado a dominar el problema, a entenderlo. Hay otras de las que yo más o menos voy a entender alguito.

“Sería fantástico que se acabara el cine, el fútbol, la tiranía, las dictaduras, la que llaman democracia (que no la hay en ningún lado del mundo) y por supuesto, la Iglesia Católica y el Islam.”

¿Por ejemplo?
He llegado a entender algunas cositas de moral o de literatura, pero de la música, no. Yo te puedo someter a análisis algo de literatura, tú me entregas una página y yo te digo qué hay en ella, por qué es mala, por qué es buena; inmediatamente, con unas pocas frases del comienzo o del final, te digo de quién es. Pero con la música, no. Y sin embargo es lo que más me llega al corazón.

¿Y de su interés juvenil por el cine qué queda?
El cine es insignificante. Yo me tragué el cuento de que el cine es un gran arte, el arte de las artes. No lo es. Primero que todo, el cine es un lenguaje limitadísimo. Al lado de la palabra, lo que puede decir el cine es casi nada. El cine tiene una presencia inmediata que es la que tiene la vida, por eso si en la pantalla apareciera alguien que le gusta sexualmente, es igual a que si apareciera en la vida; la literatura nunca podrá competir con eso. Si el cine recurre a la música que a mí me gusta, me llega más profundamente; la novela nunca podrá recurrir a la música, porque uno no oye con acompañamiento. El cine es despreciable, un lenguaje absurdo, disparatado, y cada vez más, porque está a punto de tumbarle a uno la retina por la velocidad a la que van las imágenes. Si los planos antes duraban en promedio medio minuto (porque eso es la esencia del cine, el absurdo de estar cortando la realidad así) ahora duran diez segundos. Y va de salida también. Con la piratería al cine le van a dar el puntillazo para que se acabe. Sería fantástico que se acabara el cine, el fútbol, la tiranía, las dictaduras, la que llaman democracia (que no la hay en ningún lado del mundo) y por supuesto, la Iglesia Católica y el Islam.

Y finalmente la humanidad…
Ah, eso sería un descanso para el planeta.

¿Y quiénes fueron los que lo engañaron?
Me gustaba Buñuel, porque era el gran director de las películas en mi idioma; me gustaban Hitchcock, Visconti.

“Lo del ritmo es algo sobre lo que he llegado a una conclusión con claridad: que la prosa ante todo es ritmo, no rima. Hay muchas frases que llaman versos, que llaman poesía, que no son ni lo uno ni lo otro, porque no es poesía, y verso no es porque no tiene ritmo ni rima. Pero la prosa tiene ritmo, esa es ante todo la esencia de la prosa.”

En su literatura sobresale el uso de la primera persona. Da la sensación, justamente por ese ritmo tan particular, de que los narradores tienen urgencia por hablar.
Hay un solo narrador, no hay sino un solo narrador en esos diez libros de los míos que se podrían llamar novelas, una sola voz, que es una mezcla rara del lenguaje hablado coloquial colombiano y de un idioma literario, unos procedimientos literarios, una sintaxis literaria y un vocabulario literario que pareciera que no estuvieran ahí por el peso que pueden tener algunas palabras o giros coloquiales. Pero básicamente es una mezcla, lenguaje literario vivificado por el habla de la ciudad de Medellín. Ese tipo que está ahí y dice “yo” a lo mejor sí tiene la necesidad de decir cosas, de insultar a mucha gente, de mostrar cuántas infamias hay. La palabra “denuncia” no me gusta porque es una palabra muy usada, pero la indignación que me produce ver lo que está ocurriendo, con las que llaman religiones que son empresas criminales, con lo que llaman democracia, que son mafias políticas de rapaces que van detrás del botín de los puestos públicos, contra todo lo que están considerando noble y bueno del ser humano, contra lo que llaman deporte, que no es deporte sino un espectáculo imbécil como es el fútbol… Son de tal evidencia las mentiras del Cristianismo, del Islam y sus infamias, cómo las podemos seguir arrastrando. Es tal la impudicia de los jefes de Estado nuestros de toda Hispanoamérica, Europa y los Estados Unidos, y que ni te diga de los tiranos del mundo, los del mundo árabe, los que quedan, los que vendrán cuando entren ahora en lo que creen que va a ser la democracia. Hay tantas cosas y tantos miserables para insultar que me entretiene hacerlo. Me podría quedar callado, me podría quedar callado…

Hay una tendencia en la narración del siglo XXI a la primera persona.
La novela va a tomar ese camino y dejar el otro. Ha durado mucho tiempo, y es el caso del cine, que era casi como el narrador omnisciente, que es absolutamente absurdo. Es un camino gastado, recorrido, que no lleva a ningún lado. La literatura hay que estarla cambiando, si quieren que siga viviendo.

¿Y a qué cree que se debe ese camino nuevo de la primera persona? ¿Al abandono de una idea de totalidad que existió en algún momento y ya no, por ejemplo?
Bueno, yo llevo treinta años escribiendo y todas mis novelas son en primera persona; lo hice deliberadamente, pero no estaba reflexionando sobre el tema. Ahora hay una gran cantidad de ensayos sobre el tema de la primera persona, en Francia, sobre todo.

Acá en la Argentina también…
Me imagino. No lo he reflexionado tanto porque no lo he necesitado. No lo haré nunca, ¿cuál podría ser la razón de eso? Primero que todo, si Dios no existe, ¿cómo va a venir cualquier hijo de vecino a contarnos lo que piensan ciento veinte personajes, a contarnos su biografía resumida, a decirnos qué dijeron como si lo estuviera grabando con una grabadora el novelista? Son todos procedimientos absurdos. Si un lector lo quiere aceptar porque con eso se va a evadir de la realidad, se va a llevar mejor con el cine, que es tan miserable como esta otra forma. Tal vez sea por la desaparición de Dios, o por la necesidad de un ser omnisciente. De todas maneras, en el género, la narración en primera persona viene de los comienzos mismos de la literatura de occidente, como la narración en tercera persona. Viene de los poemas homéricos, que tienen varios cantos donde Ulises cuenta lo que ha sido de su vida hasta ahí, y en esos cantos él está hablando en primera persona. Sin embargo, se tomó el camino de la tercera persona. No creo que ahora el cambio esté relacionado con algo por fuera de la literatura. Ya van 2700 años de eso, tal vez ya iba siendo hora de que se cansaran.

“El cine es despreciable, un lenguaje absurdo, disparatado, y cada vez más, porque está a punto de tumbarle a uno la retina por la velocidad a la que van las imágenes. Si los planos antes duraban en promedio medio minuto (porque eso es la esencia del cine, el absurdo de estar cortando la realidad así) ahora duran diez segundos.”

¿Y qué pasa en el medio con Internet y las posibilidades de escritura que abre?
Bueno, cosas como el proyecto Wikipedia me parecen asombrosas, la gran enciclopedia que nunca hubieran pensado antes, una gran enciclopedia dirigida por unos personajes que están en la sombra y no sabemos quiénes son, pero que está funcionando y es asombrosa. A la Enciclopedia Británica se la fagocitaron, se la tragaron, la absorbieron y es una partecita de las tantas cosas que absorbió. Y si tú vas a buscar todo el mundo hispánico en la Británica no hay nada, ¿a quién encontrarías del siglo XIX? Ahora encuentras miles de nombres, es milagroso.

¿Y esa construcción colectiva del conocimiento le genera optimismo?
Me parece muy hermosa y me parece hermosa la eliminación del autor y acabar con la propiedad privada de las obras literarias y de los libros, y que sea como en el comienzo: propiedad colectiva. El autor no va a desaparecer, pero lo pueden cambiar intensamente las redes sociales y todas esas cosas. Yo no pertenezco a ellas y no sé bien cómo son, pero la suplantación de personas, hacerse pasar por otro, poner en boca de uno opiniones que no ha hecho, son cosas muy interesantes. Es otra cosa. Estamos en una realidad de una complejidad inmensa, todas las ciencias del hombre juntas no pueden dar cuenta de todo lo que está ocurriendo. La realidad enloqueció y tomó un ritmo vertiginoso. Ahora la literatura podría reflejarlo, la novela. Solo haría falta que lo lograra captar, que no se quedara solo en los conflictos locales propios de un país, o de una región. Ahí está todo abierto.

Pasaron casi veinte años de La virgen de los sicarios. Ese libro y los siguientes fueron leídos contra el nacionalismo y la idea de nación. Ahora en América Latina hay cierto rebrote de discursos nacionalistas. ¿Sigue estos procesos políticos y culturales?
Los sigo, además los siente uno, porque están en el aire, yo aterrizo acá en Buenos Aires y estoy inmediatamente hundido en su realidad. No lo he reflexionado sobre mis libros, porque hablo espontáneamente contra las cosas que me parecen inaceptables o que son dignas de insulto y repudio, como el nacionalismo, porque es vergonzoso. La palabra “patria” no tiene porqué existir más, es una palabra miserable. Es un invento, si no lo queremos llevar hasta Atenas, Esparta, y Grecia, por lo menos del siglo XIX, de las guerras de patrias. Son banderas de demagogos, de la gente más despreciable que gobierna este continente, que es más despreciable que la que lo gobernó en el siglo XIX. Piensa en Sarmiento y compáralo con los presidentuchos que han tenido ustedes, compara a Mitre con esto que hay.

¿No le preocupa de tan políticamente incorrecto volverse políticamente correcto?
Bueno, lo políticamente correcto es un sinónimo de hipocresía. No puedo ser políticamente correcto, porque la corrección política es no decir con claridad las cosas, no decirlas como uno las está pensando, mentir en el fuero más íntimo.

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