“El único patrimonio que tiene un periodista es su mirada” Entrevista a Leila Guerriero

Representante eximia de la crónica narrativa, Leila Guerriero presenta “Plano americano”, el volumen que recopila perfiles de artistas –de Kuitca a Arlt, de Nicanor Parra a Sara Facio, de Minujín a Martel– que leídos en conjunto construyen un retrato de época y un ejemplo de cómo el periodismo de calidad puede ser atrapante y conmovedor.

Los Inrockuptibles
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14 min readJun 18, 2018

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Por Malena Rey / Fotos Diego Sampere

Es emocionante entrar en la intimidad de la gente que se admira. Desde la distancia de quienes no tienen la suerte de conocer personalmente a determinados artistas, el trabajo de Leila Guerriero como cronista es doblemente valioso: nos acerca visualmente sus universos –a través de escenas que describen la disposición de los muebles de sus casas, por caso–, y nos revela detalles clave, destellos que completan con genialidad la personalidad del entrevistado en cuestión. Y todo esto lo hace con gran conciencia narrativa y gran naturalidad. Ejemplos sobran en su nuevo libro, Plano americano. ¿Sabía usted que Onetti gustaba de tomar helado Häagen-Dazs? ¿Que María Elena Walsh coleccionaba pequeñas tortugas? ¿Que Martín Kohan salvó a su padre de la muerte durante un infarto practicándole respiración boca a boca, o que Idea Vilariño anotaba en una libreta el nombre de cada uno de sus amantes? A esto llega Guerriero: a iluminar con sutileza y precisión ese hueso duro de roer que es la intimidad, hasta completar a pinceladas el retrato –el perfil– de quien tiene delante. “Excepto el de inventar, el periodismo puede, y debe, echar mano de todos los recursos de la narrativa para crear un destilado, en lo posible, perfecto: la esencia de la esencia de la realidad”, dice en Zona de obras, otro libro de lectura fundamental para cualquiera que quiera dedicarse a este oficio. Una conversación sobre algunas influencias que la marcaron, sobre las dificultades de escribir sobre otros, y sobre tecnología, periodismo y feminismo en pleno siglo XXI.

“Me parece que la perspectiva de género es interesante en tanto y en cuanto abra el panorama y no se transforme en una forma de mirar las cosas desde el nicho. Espero que en un futuro no demasiado lejano podamos pensarnos a todos como personas más allá del género.”

ENTREVISTA› Este libro tuvo una primera edición hace varios años en la editorial de la universidad chilena Diego Portales y ahora sale en Anagrama. A su vez, recopila perfiles escritos durante mucho tiempo. ¿Cómo se arma este volumen definitivo?
Este libro tiene una historia larga, que empezó con Matías Rivas, el editor de la Universidad Diego Portales, que lo editó en 2013. Él vio un libro en la reunión de los muchos perfiles que yo había ido publicando de gente que hace cosas creativas en distintas disciplinas durante años. Tiene algunos perfiles que me llevaron mucho tiempo de trabajo, y de los que tengo recuerdos muy potentes, como el de Idea Vilariño, el de Nicanor Parra, o el de Roberto Arlt, que es el único inédito del libro. Desde que se armó, de una manera muy natural, me dio satisfacciones. Llegó por ejemplo a manos de Mario Vargas Llosa, que sin conocerme escribió una columna muy impresionante en El País de España. Y esta edición sale con una tapa con una obra de Guillermo Kuitca, por quien tengo un afecto muy especial. Es un libro que tiene una carga de afectos cruzados muy fuerte. A la vez, creo que tiene como una especie de sistema de vasos comunicantes. Los perfiles se van cruzando y se arma como un retrato de época. Sin querer, terminó siendo una especie de reflejo de un siglo.

¿Cómo elegís sobre quién escribir? ¿Sos de aceptar los encargos de distintos medios en los que colaborás, o preferís proponerlos vos?
Depende del caso. Los perfiles del libro los viví más bien de manera independiente porque fueron hechos a lo largo de los años, y cada uno fue generado por una cuestión distinta. El de Nicanor Parra, por ejemplo, surgió gracias a Matías Rivas y Adán Méndez (que es una especie de hijo no biológico de Parra), y estuve como un año trabajando en la investigación previa hasta tener la entrevista con Nicanor, que ofrecí para Babelia. El de Kuitca lo propuse yo para Vanity Fair en los comienzos de la revista. El de Idea Vilariño fue una idea conversada con Rivas. Y ese perfil me despertó las ganas de hacer uno con Dorothea Muhr, la mujer que estuvo casada con Onetti hasta su muerte.

“Los que están en crisis son los medios. No creo que los periodistas estén en crisis porque veo a mucha gente estudiando periodismo, haciendo talleres. Es cierto que hay personas un poco amargadas en esos talleres por la clase de periodismo que se puede hacer, pero también me digo que si lo hacen es porque piensan que pueden torcer ese destino amargo.”

¿Cuánto te lleva armar un perfil como los que se incluyen en Plano americano? ¿Tenés muchas idas y vueltas hasta dar con la versión definitiva?
Siempre digo que hay perfiles de media y de larga distancia. De media distancia son los de Martín Kohan, el de Lucrecia Martel, el de Hebe Uhart. Están hechos casi todos en torno a una sola entrevista con el protagonista, y con pocas voces corales de entrevistas hechas con otras personas de su entorno. El de Lucrecia Martel y el de Piglia fueron dos encargos de Babelia que tuve que hacer en dos semanas. En el caso de Piglia, yo no lo conocía, y lo vi por primera vez en mi vida cuando le hice la entrevista, que fue larga, de unas tres horas. Después fue una figura muy central para mí. Con Kuitca estuve tres meses yendo y viniendo, visitando su casa; con Sara Facio, un mes y medio. A Fogwill lo había entrevistado varias veces antes, y aproveché muchas cosas que podían aportarle al perfil por haberlo conocido más allá de las circunstancias periodísticas. Pero en general no es una labor performática que pasa por pensar en la cantidad de tiempo que me tengo que dar con una persona. Ojalá se resolviera más rápido, pero el hecho de entrevistar a una persona tres, cinco o diez veces te da la posibilidad de acercarte a su “verdad psíquica” de una manera mucho más profunda que si lo ves dos veces. A la hora de escribir, ese acercamiento te da una libertad muy distinta. Tenés más herramientas para hablar con conocimiento de causa. No me gusta hacer hipótesis exageradas sobre las conductas de alguien si en realidad lo vi una vez en mi vida tres horas. El hecho de permanecer mucho con los entrevistados en su entorno es genial para observar cosas, detalles.

“Los medios salen porque los hacemos los periodistas como soldados rasos. En algún momento tendríamos que defender algunas formas de trabajo y dejar de sostener esa precarización.”

Todo esto que decís aplica para los perfiles de las personas vivas. ¿Pero qué dificultades encontrás para tratar a los muertos? ¿Qué te pasó al abordar la figura de Roberto Arlt, al que le dedicás el perfil más largo del libro, además del hecho de que su hijo se empecine en no atenderte por teléfono?
El hijo es como Bartleby, ¿no? Con su “Preferiría no hacerlo”. Otra gran dificultad fue entrevistar a la hija, Mirta Arlt, que no me quería recibir. Terminó aceptando porque me enteré que Natu Poblet era su amiga íntima y ella hizo de nexo. Estuve meses persiguiendo a Mirta. El de Arlt es el inédito del libro, una figura súper importante que no había sido abordada desde un perfil, pero sí desde biografías o artículos académicos. Me costó muchísimo hacerlo. Siempre trabajo mucho la dimensión visual en los textos y en el caso de un muerto se me hace un poco imposible. En el caso de Arlt, opté por trazar una especie de mapa de recorrido por el territorio por el que pasó él. Fui físicamente al lugar donde estaba el diario en el que trabajó, al sitio donde se suponía que había nacido, me encontré con los vecinos. Lo difícil en el caso de una persona muerta es insuflarle vida al perfil y que no quede chato. Y en el caso de Arlt corría con una desventaja grande, que escritores y críticos geniales escribieron sobre él: Sylvia Saítta, Alan Pauls, Ricardo Piglia, David Viñas… ¿Qué puedo decir yo? Bueno, soy periodista, no estaba para hacer una tesis ni un laburo académico.

Arlt también era periodista. Y en el perfil citás una aguafuerte en la que él dice “Si se aprende a mirar y luego se aprende a ver, el verdulero es tan interesante como la princesa”. ¿Qué pensás de esa afirmación?
Arlt inventó su manera de hacer periodismo. Él venía de una tradición, pero inventó una manera de salir a la calle todos los días y volver con una columna en su cabeza. Eso es un laburo demencial. Y me parece que lo que tenía él era una mirada de rayos X, una capacidad increíble de generar nexos entre las cosas, que viene de una gran capacidad de mirar. Siempre me pareció que el único patrimonio que tiene un periodista es su mirada. Una mirada dotada de una cabeza bien amueblada, de nutrientes de todo tipo: desde la cultura más erudita a lo más pop, y con la que puedas hacer dialogar la realidad. A partir de esa mirada, de esa imagen como de poner el trípode acá y enfocar, aparece el “ver”. Ver demora mucho tiempo. Primero tiene que correrse el velo de la realidad confusa. Hay un fotógrafo chileno, Sergio Larraín, que decía eso: “Uno se demora mucho tiempo en ver”. Creo que es así: aunque una tenga la mirada ejercitada o esté todo el tiempo mirando, ver es una cosa mucho más quirúrgica, que se relaciona con cierto entendimiento y con llegar a lo que realmente se quiere decir.

“No tengo redes porque soy muy lenta y necesito una concentración para escribir que me cuesta lograr. Cualquier pequeña cosa que pase me saca de esa concentración. No tengo Whatsapp, me parece insoportable. Pero estoy muy pendiente de los mails, que puede parecer una tecnología precámbrica. Si tuviera Twitter o Facebook quisiera hacerlo bien. Pero no tengo todo el tiempo cosas para decir.”

Además de dedicarle un perfil, Piglia es una presencia gravitante en muchos de los textos del libro. ¿Qué relación tenías con él? ¿Es una influencia para vos?
Por Piglia siempre tuve una admiración enorme. Era una mente brillante, aunque suene a lugar común. Estaba muy tensa cuando lo entrevisté por primera vez, porque sabía que me iba a encontrar con una persona de una gran erudición. No sabía cómo estar a la altura. Y me encontré con un tipo sensacional, de una inteligencia increíble, y de una humildad genial. Estaba muy en la tierra, lejos de esta imagen de intelectual perdido en una nube de ideas inaprensibles. Era un tipo capaz de hacerte reír de cualquier cosa. A partir de ese perfil, lo vi varias veces más en situaciones públicas. Pero lo que siento que me unió y me acercó muchísimo fue un viaje que compartimos al Hay Festival en Jalapa, México, como invitados. Y cuando regresábamos hubo inconvenientes aéreos y perdimos la conexión. Nos tuvimos que quedar un día entero en Ciudad de México. Y terminamos en una zona muy cutre, en un hotel tremendo. Le propuse ir de paseo a una librería y le pareció muy aburrido, así que fuimos a un museo de esos de “Aunque usted no lo crea”. Loquísimo… Fuimos a un laberinto de espejos, y a un túnel del terror, que es, junto con el tren fantasma, lo único que me da miedo en la vida. Me asusté muchísimo y Piglia se reía, pero a la vez era muy contenedor. En un momento hasta me olvidé de que estaba con Piglia. ¡Yo parecía de 8 años y él de 12! Después fuimos a almorzar y más allá de la jarana tuvimos una conversación genial. No puedo creer la generosidad de ese hombre: me preguntó a mí todo el tiempo cosas sobre la escritura, los libros. Fue una lección de la vida del escritor. Para mí ese día en DF fue un antes y un después. Una lección del maestro que sabe perfectamente lo que está haciendo pero que no sé si mide el tamaño de su legado. No era su amiga, pero me hubiera encantado. Le hice una de las últimas notas por mail, cuando ya estaba enfermo. Creo que Piglia gravita en la vida de muchos de los que lo hemos leído. Siento que lo extraño, que lo perdí, y que no pude tener una relación más asidua. Es uno de los autores más inteligentes y brillantes de la Argentina en registros dificilísimos: buen cuentista, increíble ensayista y novelista. Un tipo de una contemporaneidad temible: era el más joven de todos. Y siempre se relacionaba con gente joven: era un hombre muy de su tiempo.

Cuando tratábamos de quedar para hacer esta nota me dijiste que no usás Whatsapp. ¿Qué tipo de relación tenés con la tecnología?
Tengo una buena relación, pero tomo solo lo que necesito para funcionar. No tengo redes porque soy muy lenta y necesito una concentración para escribir que me cuesta lograr. Cualquier pequeña cosa que pase me saca de esa concentración. No tengo Whatsapp, me parece insoportable. Pero estoy muy pendiente de los mails, que puede parecer una tecnología precámbrica. Si tuviera Twitter o Facebook quisiera hacerlo bien. Pero no tengo todo el tiempo cosas para decir. Tampoco me interesa estar pendiente de lo que digan. Veo que hay mucho narcisismo y agresividad, cosas con las que no comulgo. Sí chusmeo algunas cuentas de gente que me interesa. Hasta ahora, nunca me enteré de nada demasiado revelador por esas vías. Si se muere alguien importante, me suena muchísimo el teléfono.

“Aunque una tenga la mirada ejercitada o esté todo el tiempo mirando, ver es una cosa mucho más quirúrgica, que se relaciona con cierto entendimiento y con llegar a lo que realmente se quiere decir.”

Hablando de gente importante que muere, el mes pasado falleció Tom Wolfe, el padre del “nuevo periodismo”…
Wolfe tenía una prosa muy incendiaria, muy notoria. No recuerdo qué fue lo primero que leí de él, pero su libro sobre el nuevo periodismo me parece genial, porque además es un libro generoso, que recopila el trabajo de otros colegas, que despliega un pensamiento acerca de esa nueva forma de hacer periodismo. Me gustan mucho su novela La hoguera de las vanidades, y los textos reunidos en un librito llamado Las décadas púrpura.

Esto me da pie para preguntarte por el periodismo y los medios en el siglo XXI. ¿Cómo ves la transición entre lo analógico y lo digital, y el rol de los grandes diarios que buscan suscriptores más que lectores?
No debería asustarnos el tema de las plataformas. Así como la imprenta fue una revolución en su momento, no deberíamos asustarnos ante lo digital y todas las posibilidades nuevas. Sí creo que se vio muy modificado el tema de las noticias, la información caliente. Y ahí hay que hacer una reflexión seria sobre si es lo mismo llegar primero que llegar mejor, y si la fórmula de llegar primero es sostenible en términos de calidad, y si es eso realmente lo que queremos ofrecer a los lectores. Me niego un poco a hablar de “audiencias”. Naturalmente, algunos cambios son irrenunciables: la inmediatez, la competencia por esa rapidez. Pero hay una especie de exasperación con eso que va en detrimento de una de las mejores cosas que tiene el periodismo. Y en ese sentido hay que dar una batalla. Los medios salen porque los hacemos los periodistas como soldados rasos. En algún momento tendríamos que defender algunas formas de trabajo y dejar de sostener esa precarización.

“Siempre me pareció que el único patrimonio que tiene un periodista es su mirada. Una mirada dotada de una cabeza bien amueblada, de nutrientes de todo tipo: desde la cultura más erudita a lo más pop, y con la que puedas hacer dialogar la realidad.”

¿Creés que el periodismo está en crisis?
Los que están en crisis son los medios. No creo que los periodistas estén en crisis porque veo a mucha gente estudiando periodismo, haciendo talleres. Es cierto que hay personas un poco amargadas en esos talleres por la clase de periodismo que se puede hacer, pero también me digo que si lo hacen es porque piensan que pueden torcer ese destino amargo. Me parece difícil arriesgar hipótesis sobre lo que puede pasar. Es un tiempo confuso pero la permanencia del oficio en el futuro no está en peligro.

En este último tiempo se empezó a hablar del “periodismo performático” para referirse al trabajo de periodistas que ponen su cuerpo al servicio de una experiencia concreta o de una investigación. Pienso por ejemplo en lo que hace Gabriela Wiener, la cronista peruana. ¿Te interesan estos abordajes?
Gabriela hace una cosa súper interesante, extrema, intensa, desde hace muchos años. Una figura parecida es la del periodista encubierto, el gonzo, el tipo que va y se hace pasar por Pantera Negra como Hunter S. Thompson hasta que lo descubren y lo muelen a palos. Creo que le ponemos nombres distintos a las cosas, pero son las mismas que están inventadas hace rato. Lo que sí me resulta atractivo es lo que está haciendo Tálata Rodríguez con las cartas que le enviaba su padre, que es genial. Y lo que hace Lola Arias con trabajos que sí son performáticos como su obra sobre la guerra de Malvinas, que me rompió la cabeza. Ella pone a tres excombatientes argentinos y tres ingleses a recordar. No sé si eso puede llamarse periodismo, pero creo que sí. Es no ficción de una calidad increíble. Si el periodismo de inmersión se hace bien, me parece que sirve para desentrañar una realidad a la que una no tendría acceso de otra forma. Lo que no hay que hacer es decir que ahora todo tiene que ser así.

“El hecho de entrevistar a una persona tres, cinco o diez veces te da la posibilidad de acercarte a su ‘verdad psíquica‘ de una manera mucho más profunda que si lo ves dos veces. A la hora de escribir, ese acercamiento te da una libertad muy distinta. Tenés más herramientas para hablar con conocimiento de causa.”

El feminismo está muy presente en los debates políticos y sociales actuales. La perspectiva de género está ganando cada vez más terreno en la agenda periodística argentina y mundial, pero siguen faltando mujeres periodistas que la asuman. ¿Qué pensás de esto? Te lo pregunto como periodista y como mujer.
Preferiría que me lo preguntaras como persona. Me parece que es un momento súper interesante y siempre digo que el hecho de ser mujer nunca me facilitó ni me complicó las cosas, pero sé que a muchas sí se las complicó y lo padecieron. Creo en la sororidad, en la cofradía y la hermandad entre mujeres, y soy partidaria en ese punto de generar reclamos colectivos. Las que tenemos la suerte de hacer uso de la palabra pública para hablar de estas cuestiones deberíamos hacerlo. Me parece que la perspectiva de género es interesante en tanto y en cuanto abra el panorama y no se transforme en una forma de mirar las cosas desde el nicho. Espero que en un futuro no demasiado lejano podamos pensarnos a todos como personas más allá del género. Me encantaría que dejaran de invitarme a mesas redondas de la Feria del Libro para hablar de literatura femenina, cosa que igualmente no acepto. A veces se piensa que eso es perspectiva de género, y eso es reproducir una mirada perimida, arcaica y machista. No hay una forma de escribir que sea femenina y otra masculina. Defendamos el lugar de igualdad de verdad: ellos pueden manejar camiones y escribir novelas, y nosotras también.

Leila Guerriero
Plano americano

(Anagrama)

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