“No tengo miedo de la muerte. Son los preliminares los que me preocupan”

Días después de lanzar You Want It Darker, Leonard Cohen se despidió del mundo con un disco tranquilo y profundo. En esta entrevista exclusiva, el poeta canadiense hablaba de la muerte de su musa Marianne Ihlen, del Leonard Cohen de 1967, de su voz de oro y de la escritura.

Los Inrockuptibles
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6 min readNov 11, 2016

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Por Pierre Siankowski y JD Beauvallet

Foto Dominique Issermann

Al escuchar religiosamente sus discos, comprendimos –y hace ya mucho tiempo– que Leonard Cohen había empezado a dejar el mundo a su manera. Ya percibíamos la huida, que él buscaba con la mayor elegancia posible, incansablemente.

Al mismo tiempo bonzo, poeta y vagabundo infatigable, del Montreal que lo vio nacer a las colinas del monte Baldy en California (donde practicó el zen durante mucho tiempo lejos de todo), pasando por su isla de Hidra, por Nueva York, por Nashville e incluso por París, que lo recibió varias veces, Cohen cultivó la desaparición con una ciencia propia.

La cultivó para nuestra gran felicidad, y para la suya también, por supuesto. Hasta el momento, muy preciso, en que le dirigió en julio una carta conmovedora y evocadora a su musa moribunda Marianne Ihlen, quien le inspiró una de sus más bellas canciones: “So Long, Marianne”.

“No tuve conciencia de mi mortalidad. Como diría mi amigo y poeta Irving Layton: ‘No tengo miedo de la muerte. Son los preliminares los que me preocupan’.”

Marianne, llegó el tiempo en que somos tan viejos que nuestros cuerpos se caen a pedazos; pienso que te seguiré muy pronto. Sabé que estoy tan cerca de vos que si extendés tu mano, creo que podrás tocar la mía. Ya sabés que siempre te amé por tu belleza y tu sabiduría, no necesito decir más sobre eso ya que lo sabés todo. Ahora, solo quiero desearte un muy buen viaje. Adiós, vieja amiga. Mi amor eterno, nos volveremos a ver.”

Por primera vez, nos imaginamos el mundo sin Leonard Cohen. Por primera vez, él también parecía, aunque con el humor que lo caracteriza, imaginarse seriamente fuera de este mundo.

El descubrimiento prohibido de You Want It Darker, disco con una belleza crepuscular, con una precisión absoluta, siguió en la misma línea. Tranquilo, sumergido en el interior de sí mismo pero siempre con esa distancia que nos falta a la mayoría de todos nosotros, Cohen parecía a través de este disco trazar su oración perfecta.

Intenso y sublime, You Want It Darker nos dio inmediatamente ganas de volver a hablarle, de retomar ese vínculo que siempre lo unió a Los Inrockuptibles, a los que siempre se ofreció sin falta con sus entrevistas llenas de luz, de sabiduría, de lucidez y de ternura. Entrevistas que claramente construyeron esta revista, que hicieron latir el corazón de su redacción.

Así, estos últimos días movimos cielo y tierra para obtener algunas respuestas, a veces concisas, siempre mágicas. Respuestas que Leonard Cohen nos hizo llegar, un lunes a la mañana, a través de un email firmado “L. Cohen”, como al final de “Famous Blue Raincoat”.

Déjenme agradecerles a Los Inrockuptibles y a sus lectores por la atención que siempre le prestaron a mi trabajo a través de todos estos años”, escribía Cohen, al comienzo de su mail. Acá les ofrecemos sus palabras, con placer, humildad y emoción.

ENTREVISTA> Cuando volvés a ver la caja de tu primer disco, Songs of Leonard Cohen, que salió en 1967, ¿qué sentís al mirar la foto? ¿Reconocés a ese hombre, te sentís cerca de él?
Era un buen tipo, lleno de buenas intenciones. Su obsesión era armar estrategias, a menudo temerarias, para vencer una fuerte depresión. A pesar de las advertencias de su madre, tenía tendencia a confiar en todo el mundo.

En tu nuevo disco, You Want It Darker, se escucha el coro de la sinagoga Shaar Hashomayim de Quebec. ¿Por qué esos coros?
Ya desde chico me encantaba escucharlos cantar. Gracias a ellos, el trabajo pesado que era para mí mi presencia obligatoria en la sinagoga se volvía un placer. Desde hace mucho tiempo soñaba con trabajar con el director y su coro. Lamentablemente, años de giras me alejaron de ese proyecto. Y luego, incidental pero fundamentalmente, hay momentos en los que querés exhibir tu bandera, recordar que esta cultura te puede nutrir, que no es totalmente ajena a la situación actual, que una nación no debería rechazarla, odiarla. Esto es más importante en unos países que en otros.

“No me puedo vanagloriar de haberme deshecho de lo superfluo. Algunos de los siete pecados capitales parecen haber perdido interés en mi persona, en este cuerpo inmóvil.”

¿Dirías que You Want It Darker es tu disco “más judío”?
No tengo la sensación de encontrarme frente a una mesa llena, en la que elijo un plato u otro en función de mi apetito. Se me aparecen migajas de posibilidades. Muy pocas. La canción que me interesa es la que está hambrienta. Eso sucede sin teología. En este caso preciso, tuve la suerte de que me sirvieran los platos reconfortantes de mi infancia.

¿Cuándo tomaste conciencia de la mortalidad?
No tuve conciencia de eso. Como diría mi amigo y poeta Irving Layton: “No tengo miedo de la muerte. Son los preliminares los que me preocupan”.

¿Hasta qué punto te afectó la muerte de Marianne Ihlen, la musa de tu juventud?
De la misma manera que cualquier hijo de puta sin corazón habría sido afectado frente a la amputación implacable de su propio pasado.

¿Te acordás de la última vez que lloraste?
Sí, en el cine.

Al principio y al final de You Want It Darker mencionás un “tratado”. ¿De qué tipo?
Se trata de un tratado entre tu amor y el mío, esos dos amores sigue siendo totalmente impenetrables, indescifrables uno para el otro. Un hombre con el que estudié dijo: “¿Amar al prójimo? Difícil. Por qué no decir más bien: ‘Intentá no odiar al prójimo’”. A menos que la situación represente una amenaza mortal, hay que dejar vivir al que uno ama (y a todos los otros, al mismo tiempo).

Es conocida tu particular relación con París. ¿Cómo viviste los ataques de 2015?
Tuve que decirle adiós a aquellos a los que jamás querría perder.

“No tengo la sensación de encontrarme frente a una mesa llena, en la que elijo un plato u otro en función de mi apetito. Se me aparecen migajas de posibilidades. Muy pocas. La canción que me interesa es la que está hambrienta.”

En tu vida, como en tu música, te deshiciste de todo lo superfluo, la vanidad…
¡Son más bien esas cosas las que se deshicieron de mí! No me puedo vanagloriar de eso. Algunos de los siete pecados capitales parecen haber perdido interés en mi persona, en este cuerpo inmóvil.

Cantaste “nací con el don de la voz de oro”. ¿Cuál es tu relación hoy con el canto?
Empezó como un matrimonio muy forzado. Luego las disputas se fueron difuminando. Y hoy ya ni hablamos de divorcio.

Seguís teniendo la reputación de ser un buen vividor. ¿Cuáles son tus placeres hoy en día?
Tomar café en el balcón de mi viejo dúplex, con el gato en mis pies, y algunas galletitas. Y un cuaderno al alcance de la mano. Y nadie que me venga a molestar.

En 1963, escribiste, después de la salida de tu primera novela, The Favourite Game: “Cualquier persona con orejas se dará cuenta de que destruí orquestas para alcanzar la simplicidad de mi línea melódica”. Usaste una orquesta en You Want It Darker. ¿Hoy dirías lo mismo?
¡Qué molesto! Soy mucho menos terminante que antes. Hay a veces algunos vagos pensamientos sobre mi trabajo que salen de las profundidades y flotan sobre las superficies, pero cada vez son más irrecuperables.

Nota publicada en la edición #219 — noviembre de 2016 de Los Inrockuptibles.

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