Entrevista a Nick Cave: “Es mucho más emocionante ser un setentón tocando rock que mirar Netflix tirado en un sillón”

Los Inrockuptibles
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11 min readJun 26, 2017

Con más de treinta años de carrera, Nick Cave sigue activo. La salida del compilado Lovely Creatures: The Best of Nick Cave and the Bad Seeds, 1984–2014 lo pone otra vez en los escenarios, luego del sombrío Skeleton Tree, un disco marcado por la muerte de su hijo. El australiano evoca una trayectoria fuera de toda norma, su tragedia familiar, la partida de Leonard Cohen y cómo se siente cumplir sesenta años.

Por JD Beauvallet

Cuando apareció Skeleton Tree, en septiembre del año pasado, muchos escarbamos en él –movidos un poco por el morbo, otro poco por la curiosidad, fundamentalmente por la necesidad– con el objetivo de encontrar en sus textos alguna palabra, directa o solapada, acerca de su tragedia personal (un año antes, su hijo Arthur había muerto en un accidente al caerse en un acantilado en Brighton, donde vivía con su familia). Ya se dijo en estas páginas: el hecho encontró a Nick Cave en medio de la composición de canciones para un disco que se grabó en un proceso marcado por el dolor y el sinsentido. Eso es lo que se sabía, porque eso es lo que se decía. Finalmente lo pudimos ver en One More Time with Feeling, la película en la que el cineasta Andrew Dominik registra esas sesiones, y en las que conversa con los protagonistas. Por entonces Cave no estaba dando entrevistas. Lo que tenía para decir sobre el hecho iba a estar en la película. Así, más curiosidad, más morbo, más necesidad.

Lo primero que llama la atención en One More Time with Feeling es una voz en off del propio Cave, voz que intervendrá repetidas veces a lo largo de la película, a partir de textos que combinan algunas reflexiones como también comentarios con cierta gracia y humor sobre alguna situación retratada. Se trata de un elemento distanciador, pero sobre todo que evidencia el control que Cave tuvo sobre la película, y que expone un gesto que estaba exaltado en el documental 20,000 Days on Earth: era Cave haciendo de Cave jugando a ser Cave. Por eso, encontrarse con ese recurso algo artificioso en One More Time with Feeling, una película en apariencia lúgubre, profunda, elegante (su blanco y negro es espectacular), es al menos llamativo, y más cuando en una primera escena Dominik le hace repetir la salida de su casa al estudio poniéndose y sacándose un saco hasta encontrar la toma ideal. Pero ese artificio es solo un reflejo. Porque la primera vez que Cave habla “en serio”, sentado en el auto que lo traslada al estudio, seguido siempre por una cámara consciente de ser entrometida (esta película pudo hacerse únicamente por la amistad entre Cave y Dominik), ese efecto distanciador se rompe. Y ese tono marcará todo el film. Es Cave con sus fantasmas, con la herida abierta, viéndoselas por primera vez, y casi contra su voluntad, en una situación nueva: la de encontrar las palabras para referirse –casi siempre indirectamente, hasta que ya no puede más– a algo que lo hace perder el control. Ver en primer plano los ojos de Cave inyectados en lágrimas en vez de sangre es algo muy impresionante. Ahí cuando en 20,000 Days on Earth Cave era Cave a la milésima potencia, en One More Time with Feeling parece cualquiera de nosotros. Un vampiro quemándose a la luz del día.

Y si la vida de Cave cambió para siempre, lo mismo parece haber ocurrido con su música. El australiano describe en la película –y también en estas páginas– las nuevas formas que tomaron sus canciones, más libres, despojadas de estructuras rígidas, que no es otra cosa que el efecto de cambio integral en todos los aspectos de su vida. “Ya no tengo ni puta idea de lo que hago. ¿Para qué me planto frente a una cámara para hablar de estas cosas? En mi vida hubiera imaginado que haría algo semejante”, cuenta, en uno de los momentos más dolorosos de la película, en el que Cave opta por abrir su corazón y llamar las cosas por su nombre.

La salida del compilado Lovely Creatures, a casi dos años de la tragedia, encuentra a Nick Cave quizá más sanado, quizá más sabio, o quizá simplemente con ese aparente control emocional que da la distancia para referirse a algo que no se puede dimensionar. / Javier Diz

“El documental One More Time with Feeling: tuvo un enorme impacto en mí, por fin se hacía algo bello en homenaje a mi hijo. El temor, cuando uno atraviesa una desgracia así, es que todo pierda su valor, su sentido. Me sentía desamparado y de repente la película le aportaba algo de sentido a mi vida. Esta película y los recitales en Australia marcaron un giro, sentía por primera vez desde hacía mucho tiempo que mi trabajo podía ayudarme.”

ENTREVISTA> Parecería que un nuevo público te descubrió con Push the Sky Away en 2013. ¿Cómo lo explicás?
Ampliar el público con más de cincuenta años es un golpe de suerte. Es claramente mucho mejor que reducirlo (risas)… Para mí, Push the Sky Away representaba, musicalmente, el comienzo de un nuevo ciclo. Fue un alivio y un orgullo que el público haya acompañado esa mutación. Sin embargo, fue una ruptura muy clara respecto de nuestro disco anterior, Dig, Lazarus, Dig!!!, de 2008. Estábamos un poco preocupados. Push the Sky Away y Skeleton Tree el año pasado se alejaron de ese sonido, cada vez más. Me cansé de hacer discos de rock, así de simple. Había hecho demasiados… El rock, por naturaleza, ordena cierta rigidez en la escritura. Necesita puentes y estribillos. Y estaba harto de ese lastre. Harto de escribir respetando ese formato, de que las guitarras dominaran los debates. Cuando Mick Harvey dejó la banda en 2009, fue como si se hubiera llevado las guitarras con él. Y no lo reemplacé. Nos liberó, nos autorizó a probar otra música.

Compusiste mucho para el cine y la televisión en estos últimos años. ¿Esas experiencias influyeron en la música de The Bad Seeds?
Mi música se nutrió de esas experiencias. Los dos últimos discos de The Bad Seeds son testigo de eso. Con Warren Ellis (N. de la R.: su mano derecha desde 1996) hicimos seis bandas sonoras solo en 2016. Ser invisible ofrece una enorme libertad. El hecho de que esta música sea instrumental me quita un peso de encima. La escritura de letras siempre fue una fuente de angustia para mí. Es como la búsqueda de diamantes: hay que hurgar en la mugre todo el tiempo, luego incansablemente pulir, eliminar, borrar… Es muy laborioso, un verdadero sufrimiento pero, a veces, la belleza surge. Aunque The Bad Seeds es una aventura colectiva, en el fondo soy yo quien encarna la banda, quien la sostiene. En las bandas sonoras, comparto totalmente las responsabilidades y es una bendición. Me autoriza a ser más temerario, a llevar mis límites más allá.

¿Por qué sacar un nuevo best of?
No soy el mejor para hablar de mi discografía: la mayoría de mis fans la conocen mejor que yo. Así que este tipo de compilaciones no se dirige a ellos. Un best of, generalmente, es una mala idea. Suele dirigirse a un público periférico que piensa que podría gustarle Nick Cave aunque no está seguro, y busca una puerta de entrada. Artísticamente, no sirve para nada, excepto si uno hace esfuerzos para hacerlo interesante. Y es lo que intentamos hacer. Sacamos todos los documentos, fotos, objetos, ensayos que teníamos guardados, ya que todo está metódicamente archivado en Australia. Al final, aquello que podría haber sido una compilación sin alma, decidida por la discográfica, terminó siendo un disco muy personal. Yo no guardo nada, salvo mis textos, archivados en mis libretas, que son fabricadas especialmente para mí por una australiana. No soy uno de esos autores que garabatean por todos lados, como en los posavasos, por ejemplo… Necesito mi escritorio y mis libretas. Tuve que volver a escuchar todo, metódicamente –algo que no soporto–. Hubo muchas discusiones sobre las canciones, su orden, su capacidad o no de compartir el mismo disco. Fuimos muy meticulosos. Para el DVD también, estuvimos mirando recitales durante horas. Pero terminé por ceder, ya no podía más; lo llamé a Mick Harvey para que me rescatara. En cierta forma, él es el garante de la historia de The Bad Seeds.

¿Qué sentís cuando escuchás una vieja canción tuya?
Para ser sincero, no escucho nunca nuestros discos. Acá, en mi casa, no tengo ningún ejemplar de ellos. El único momento en que escucho con ganas una canción de The Bad Seeds es cuando la tocamos en un recital. Incluso cuando escucho una grabación de un recital, me impresiona la manera en que transformamos la canción. Así como detesto escucharme, soporto aún menos verme. Y eso es un problema. Conozco a músicos que, apenas termina el concierto, se reúnen para mirar el video. No lo hago nunca, y es un problema porque habría muchas cosas para corregir. Aprendería muchísimo sobre mí mismo, pero no me animo a hacerlo. Soy muy consciente de la escisión que existe entre la realidad de nuestros conciertos y la impresión que me llevo de ellos (silencio)… Prefiero quedarme en la negación e imaginar que fue maravilloso.

“Escribo las canciones solo para mí. Las grabo para el público. Y a partir de ese momento, cuando están en la naturaleza, ya no tengo nada que ver con ellas.”

¿Habías olvidado canciones, otros Nick Cave que podrías haber sido en el pasado?
Para mí, este catálogo es un monstruo. Vive en la sombra, no puedo despertarlo. No logro discernirlo bien, lo veo mal. Sin embargo, me sorprendió en el buen sentido lo que habíamos grabado desde 1984. Y logré solo seleccionar las canciones que me gustan.
Sin embargo, soy despiadado: alcanza con una frase que no considero que esté a la altura para que una canción quede eliminada. Pero esta vez, por primera vez, sentí orgullo, y eso que para mí el pasado está teñido de vergüenza. Creo que soy optimista con cada proyecto, sincero cada vez. Pero rápidamente me atrapan mis demonios.

¿No reconocés la nostalgia de tu propia música?
Escribo las canciones solo para mí. Las grabo para el público. Y a partir de ese momento, cuando están en la naturaleza, ya no tengo nada que ver con ellas. La escritura es vital para mí, para la persona que soy. La grabación no me interesa. Pero nunca se sabe, quizá un día quiera recuperar mi discografía completa. La compraré en e-Bay (risas)

Este mes volvés al escenario. ¿Cuándo y cómo sabés que es hora de dejar tu escritorio de Brighton para irte de gira?
No podría pasar toda mi vida encerrado. Me encantan los recitales, hoy mucho más que antes. A principio de año hicimos una gira por Australia que fue muy conmovedora, no se parecía a nada que hubiéramos hecho antes. Empezó después de Push the Sky Away, pasó algo muy fuerte entre el público y nosotros. Me aportó mucho, mentalmente hablando. Durante años estuve en una posición confrontadora con el público. Hoy la música es menos violenta, menos áspera, las letras son más abstractas. Entonces, el público forma parte del proceso, ya no está excluido, los recitales parecen orgasmos colectivos. Realmente siento que el público me ayuda, que ayudo al público a alcanzar una suerte de trascendencia. Estamos mucho más allá de lo que los músicos suelen proponer en el escenario. Necesitamos mucho tiempo para alcanzar esa fuerza.

Tu último disco, Skeleton Tree, fue escrito antes y después de la muerte accidental de tu hijo Arthur. ¿Qué pensás hoy de ese disco?
Habíamos grabado muchas cosas antes de la muerte de Arthur. Algunos meses después de que falleciera, nos llevamos las grabaciones a los estudios La Frette, cerca de París. Lo viví como un profundo dolor. Estábamos todos perdidos en el estudio, no sabíamos qué hacer con canciones tan brutas, tan desnudas. Se habían vuelto imposibles de escuchar. Son las canciones mismas las que rechazaron cualquier intervención, cualquier interferencia. Empezaron como improvisaciones y conservamos esa forma, su fragilidad, su belleza, su libertad. Nuestro desarraigo, nuestra imposibilidad de tocarlas permitió eso. Normalmente hubiéramos llegado al estudio con versiones primitivas de canciones para darles forma y amplitud, pero fuimos incapaces de modificarlas, de volverlas aceptables, convencionales. Simplemente, nunca llegaron a ser canciones. Skeleton Tree es un espejo que refleja esa tragedia atroz.

¿Necesitabas terminar ese disco?
Hacer ese disco me ayudó mucho. Como el documental One More Time with Feeling: tuvo un enorme impacto en mí, por fin se hacía algo bello en homenaje a mi hijo. El temor, cuando uno atraviesa una desgracia así, es que todo pierda su valor, su sentido. Me sentía desamparado y de repente la película le aportaba algo de sentido a mi vida. Esta película y los recitales en Australia marcaron un giro, sentía por primera vez desde hacía mucho tiempo que mi trabajo podía ayudarme. Después de la muerte de Arthur, seguí yendo cada día a mi lugar de trabajo para escribir. Llené páginas y páginas. Pensaba que iba a tener muchas canciones cuando llegara a La Frette, pero eran atroces cuando intenté cantarlas. No tenía fuerza. Entonces odié cada palabra de esos textos. Pero más tarde, para la película, Andrew Dominik me pidió leer en off algunas, escritas justo después de la muerte de mi hijo. Y de repente, sin música, comprendí la belleza de esos textos, de esos poemas.

Este año cumplís sesenta. ¿Cuáles son tus modelos de “envejecer bien”?
Para empezar, hasta que mi esposa Susie me lo pruebe, estoy convencido de que soy un año menor (risas)… Tengo muchísimo respeto por todos aquellos que todavía son de la partida después de los setenta, son milagros. Cuando yo era chico había una creencia muy arraigada y tonta que decía que no se podía hacer rock y envejecer. Dylan, los Stones, Neil Young, Iggy Pop o Lou Reed probaron lo contrario. No les podemos quitar su amor por el escenario. Es mucho más emocionante ser un setentón tocando rock que mirar Netflix tirado en un sillón (risas)

“Leonard Cohen me reafirmó en mi soledad, me validó como persona, me permitió ser yo mismo.”

Si te hubieran dicho, en la época de tus primeras bandas –The Boys Next Door o Birthday Party– que ibas a hacer música a los sesenta años, ¿lo habrías creído?
A los veinte años nunca hubiera creído que iba a llegar a los sesenta. De todas maneras, nunca creí en el mito de la juventud, de la novedad. Incluso en esa época, todos los que escuchaba eran viejos bluesmen, cantantes de country… Nunca escuché a mis contemporáneos.

En 1991 participaste en un disco de covers de Leonard Cohen, I’m Your Fan. ¿Te afectó mucho su muerte?
Sabíamos que estaba enfermo. Pero aun así fue una gran tristeza. Fue un faro toda mi vida. Cuando era adolescente, Leonard Cohen definió mi estética. Un día, la hermana de un amigo me hizo escuchar Songs of Love and Hate y mi vida cambió. Sabía que me hablaba directamente. Todo lo que yo sentía confusamente sin ser capaz de ponerlo en palabras, él lo expresaba con precisión. Fue una verdadera liberación para mí, a los quince años. Gracias a él empecé a escribir. Crecí en el campo, en un pueblo de Australia aplastado por el sol. El único negocio de ropa había recibido un único modelo de pantalones con patas de elefante cinco años después del final de esa moda. Enseguida supe que no pertenecía a ese mundo. Leonard Cohen me reafirmó en mi soledad, me validó como persona, me permitió ser yo mismo.

Nick Cave And The Bad Seeds
Lovely Creatures: The Best Of Nick Cave And The Bad Seeds, 1984–2014

(Mute)

En vivo el 10 de octubre en el Estadio Malvinas Argentinas (Gutemberg 350, CABA). Entradas por Ticketek.

> nickcave.com

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