Entrevista a Richard Brown, productor de True Detective

Los Inrockuptibles
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9 min readAug 6, 2015

“Tenemos el mundo que nos merecemos”, dice Colin Farrell, con su bigote melancólico al viento, en el segundo episodio de la serie más esperada del año. Volvió True Detective, igual de oscura que antes y con las mismas almas perdidas. Sin embargo, esta nueva temporada no se parece para nada a la anterior. Es cierto que ya nos habían avisado que así sería, pero de todos modos el shock es brutal.

Respetando el principio de la antología en el sentido de una colección constituida por fragmentos, el guionista y showrunner Nic Pizzolatto dejó atrás a Matthew McConaughey y a Woody Harrelson, alias Rust Cohle y Marty Hart, que hicieron de la serie un fenómeno mundial en su primera temporada. También abandonó los decorados pegajosos de Luisiana. Ahora estamos en California, en la pequeña ciudad ficticia de Vinci, en las inmediaciones de Los Ángeles. Muy cerca del glamour, aunque no se note.

Cuando no están en los bares, los protagonistas sombríos y corruptos de esta temporada avanzan con dificultad bajo la luz rasante del Pacífico. Ray Velcoro (Colin Farrell) es un policía arruinado por la bebida y los traumas (no necesariamente en ese orden), que comparte un secreto oscuro con Frank Semyon (Vince Vaughn). El socio de este último acaba de ser asesinado. Claro que esa sociedad había nacido para aprovechar un turbio negocio inmobiliario. Ani Bezzerides (Rachel McAdams) también es policía, al igual que Paul Woodrugh (Taylor Kitsch, de Friday Night Lights), un ex marine que ya no se acuerda de qué es la alegría.

True Detective se convirtió en un fenómeno cultural, y la pregunta se volvió central: ¿cómo hacemos más de esto?”

“Intriga pero no cautiva”, escribió el New York Times sobre esta segunda temporada, mientras que el respetado crítico Alan Sepinwall, del sitio HitFix, disparaba el dardo más afilado en una de las primeras reseñas publicadas: “Los juicios sobre True Detective probablemente sean más duros esta vez, y con razón. A menos que mejore después de su caótico comienzo, esta temporada quizá nos haga reconsiderar lo que Pizzolatto y compañía hicieron hasta el momento.”

Sucede que mientras la primera temporada paseaba entre distintos tipos de relato –los interrogatorios a Rust y a Cohle, sus mentiras, cierto tono de cuento fantástico–, mezclando deliciosamente las referencias temporales –tres épocas diferentes se superponían–, esta empieza de la forma más lineal posible. Hay cinco millones de dólares que desaparecen. De una forma u otra, todos los personajes se ven enfrentados a las consecuencias del asesinato de un tal Ben Casper. La investigación se despliega, claro, llena de pistas falsas en un escenario con doble fondo: en definitiva, no deja de ser True Detective. Pero con una inquietante sensación de déjà-vu

La sorpresa persiste también porque True Detective es menos llamativa desde lo estrictamente visual. Hay un deleite frente a los planos majestuosos de las autopistas de California, pero algo cambió. Literalmente. El mayor evento fue la partida de Cary Fukunaga, el hombre que había dirigido –hasta el cansancio, parece– los ocho episodios de la primera temporada. En conflicto con Pizzolatto, Fukunaga conserva un crédito como productor, pero varias personas se fueron sucediendo tras la cámara, especialmente Justin Lin (conocido por su trabajo en Rápido y Furioso), que dirigió los primeros dos episodios. Y Lin, con menos fluidez que su predecesor, privilegia una imaginería basada en la unidad de la escena, incluso del plano, mientras que Fukunaga buscaba sin cesar un flujo de imágenes capaces de penetrar con profundidad en el espectador. Sin Cary, la serie no parece animarse a enfrentar mayores desafíos.

“Nic Pizzolatto quiso buscar otro método para la segunda temporada, un poco más tradicional. Fue su elección, para bien y para mal.”

¿Pero qué cosas no cambiaron? Por empezar, seguimos en el centro de las visiones y las fobias de Nic Pizzolatto, que son insistentes e incluso idealmente retorcidas. Más allá de la aparición de un personaje femenino importante –Rachel McAdams, acorralada entre su padre gurú new age, su hermana estrella de porno y una probable violación–, la masculinidad, aunque herida, sigue siendo el motor de la serie. También persiste una temática constantemente relacionada con la filiación. Alcanza con ver al personaje de Colin Farrell pegándole una piña al padre de un niño que martiriza a su hijo en la escuela para entenderlo. Todo acá tiene que ver con conflictos entre potencia e impotencia, incluida la sexual. El novio de Ani no puede tener una erección, mientras que el ex soldado Paul se ve obligado a tomar Viagra para entrar sin vergüenza en la habitación de su chica. El más atormentado de todos, sin embargo, es el mafioso interpretado por Vince Vaughn, incapaz de eyacular en un frasco para tener un hijo por inseminación artificial, pese a los esfuerzos de su mujer. “Chupate tu propia pija”, le dice ella, sobrepasada, en lo que es probablemente el mejor diálogo de la temporada, con una crudeza y una lucidez perfectas.

¿Llegaremos a amar estos hombres y mujeres? ¿O en su defecto, a tenerles miedo? Algunos momentos fuertes generan la esperanza de que True Detective despliegue definitivamente todo su encanto. Y no hay que olvidarse de que, con una dinámica inversa a la de la primera temporada, que se iba cerrando a medida que terminaban los episodios, acá el relato va desarrollando tentáculos para finalmente atraparnos en un mundo inmenso e inquietante, del que es imposible salir. “La historia se cuenta con hechos y con mentiras”, nos avisa Leonard Cohen en la canción de los títulos. Nosotros solo queremos volver a sentir ese vértigo.

True Detective se convirtió en un fenómeno en 2014. ¿Qué se aprovechó de ese éxito?
Creo que abrimos un espacio para la serie de autor. Entiendo que es un espacio que ya existía, pero todo cambió muy rápidamente estos últimos años. Desde que Netflix entró en la pelea por producir programas de calidad, se transformó radicalmente la industria de las series en los Estados Unidos, y en otros países también. Antes, HBO era el parangón. El canal fue responsable de una nueva edad de oro que empezó con Los Soprano, Deadwood y The Wire y duró más o menos diez años. Hasta los 2000, se miraban en la tele los grandes canales de aire, con publicidad. Lo que diferenció a HBO fueron los abonos, que hicieron que la publicidad ya no importara. David Simon, creador de The Wire, me dijo un día que esa diferencia iba a cambiarlo todo. Y así fue. HBO pudo construir una identidad confiando en los autores. Esto es muy poco frecuente. En el cine, nadie va a ver una película porque fue producida por Sony, Universal o Warner Brothers.

HBO fue muy copiado…
Es cierto. Es que había mucha tela para cortar. En el modelo de HBO, la televisión le daba poder a los guionistas, ya que los directores solían ser técnicos. Había razones objetivas para eso, relacionadas con la velocidad. ¡Y además, los guionistas necesitaban una revancha! Pero poco a poco el trabajo del guionista fue cambiando con la aparición de los showrunners, que también son productores y toman las decisiones importantes, a veces en detrimento del director. Desde cierto punto de vista, es coherente e interesante, pero al mismo tiempo señala una falta: la dirección. En la televisión, los actores muchas veces son geniales, los guionistas también, pero hay poco cine.

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¿Con True Detective quisiste llevar el cine a la televisión?
El nacimiento de True Detective es una consecuencia de mi reflexión sobre este tema. En ese entonces, Netflix acababa de confiar en David Fincher. El timing era perfecto. Antes de House of Cards, el tema del piloto era central: la promesa de un primer episodio era lo mejor que se podía esperar de una entrevista con un canal. Pero Netflix directamente le pidió dos temporadas a David Fincher. Fue un gesto loquísimo. Todo explotó. Así que elegimos presentarle a HBO un paquete para que se comprometieran directamente con una temporada completa. True Detective estaba estructurada según la lógica de un relato cerrado, comparable al modelo narrativo de una novela con capítulos. Para eso, necesitábamos a una sola persona al mando de la escritura pero también una sola persona para dirigirlo: en este punto, mi modelo era David Lynch en Twin Peaks. Y di con Nic Pizzolatto, que había escrito una novela, Galveston, con diálogos geniales y un tono fuerte, enérgico. Tenía la idea de una serie de ocho horas, entre el cine y la televisión. Luego elegimos al director: Cary Fukunaga. Su llegada abrió nuevas posibilidades en relación con los actores. Matthew McConaughey no quería hacer una serie pero sí trabajar con Cary. Y sabía que solamente sería por ocho episodios. Originalmente, le propusimos a Matthew el papel que finalmente tuvo Woody Harrelson, y de hecho fue él quien lo llamó. En ese entonces, no nos imaginamos que en el momento de la transmisión, McConaughey sería la estrella número uno del cine estadounidense.

Respecto de HBO, ¿qué tan fuertes eran ustedes para negociar en un primer momento?
Nosotros no teníamos una idea de serie, sino una serie lista: eso hizo una diferencia enorme y nos dio mucho poder. De hecho, varios canales nos hicieron propuestas, pero elegimos HBO porque nos daba una gran libertad de creación. El rodaje de la primera temporada duró nueve meses y medio, que es bastante para una serie. Queríamos alejarnos de la televisión tradicional y funcionó: True Detective tuvo el éxito que todos conocemos. Todo el mundo comprendió que ya no había reglas y que había muchos canales, más de cuarenta, listos para hacer algo que todavía llamamos “televisión”, aunque quizá debería tener otro nombre. Hoy no hay ninguna estrella de cine o director de Hollywood que no quiera pertenecer a este mundo. A veces, es incluso contraproducente. Las grandes series de los 2000, como Mad Men, no se apoyaban en estrellas de cine, y en parte nos gustaban por eso. A pesar de todo, el contenido episódico a largo plazo es un camino que hay que explorar: no es ni la tele tradicional ni exactamente el cine. Estos objetos narrativos y visuales pueden estructurarse según nuestro deseo, sin límites o casi.

En la segunda temporada de True Detective, hubo algunos cambios: Cary Fukunaga, que no se llevaba bien con Nic Pizzolatto, dejó su lugar a varios directores. ¿Volvieron a un modelo más clásico?
Los problemas entre Cary y Nic estaban relacionados con el hecho de que ambos querían dirigir la serie. Dos capitanes para un solo barco es algo complicado. Justificadamente, Nic tenía el control y quiso buscar otro método para la segunda temporada. Respecto de esta experiencia, quería hacer televisión un poco más tradicional. Fue su elección, para bien y para mal.

“¿La audiencia todavía significa algo? Esta es otra brecha abierta por Netflix. Históricamente, la audiencia empezó a medirse para vender publicidad. Con la aparición del cable, ya tenía menos sentido. Pero desde el momento en que el modelo se basa en el streaming, ¿qué significan esos números?”

El conjunto de actores (Colin Farrell, Vince Vaughn, Rachel McAdams, Taylor Kitsch) es impresionante…
Muchas actrices y actores querían participar de la segunda temporada de True Detective después del éxito de la primera. Digamos que esta vez la gente nos llamó a nosotros… ¡Lo extraño era que no sabíamos que iba a haber una segunda temporada!

¿La continuación de True Detective no estaba prevista?
En nuestra cabeza, estaba la idea de que True Detective pudiera convertirse en una serie antológica. Nic había hablado de eso con HBO. Pero la verdad es que fue creada como un bloque de ocho horas con un final. Luego se convirtió en un fenómeno cultural, y la pregunta se volvió central: ¿cómo hacemos más de esto? Ninguno de nosotros sabía realmente la respuesta, porque era algo nuevo. Había que darle cuerpo a la idea, y ahí todo el crédito es de Nic Pizzolatto. Cada uno tendrá su opinión sobre él, pero es un tipo muy talentoso.

“Muchas actrices y actores querían participar de la segunda temporada de True Detective después del éxito de la primera. Digamos que esta vez la gente nos llamó a nosotros… ¡Lo extraño era que no sabíamos que iba a haber una segunda temporada!”

En esta temporada, la audiencia de la serie aumentó un poco, pero las críticas fueron más duras. ¿Qué pensás de esta paradoja?
¿La audiencia todavía significa algo? Esta es otra brecha abierta por Netflix. Históricamente, la audiencia empezó a medirse para vender publicidad. Con la aparición del cable, ya tenía menos sentido. Pero desde el momento en que el modelo se basa en el streaming, ¿qué significan esos números? Netflix no los informa, y tiene lógica. Lo único que les interesa es aumentar la cantidad de abonados. Además, nuestra cultura está contaminada por los números, como si la calidad dependiera de la audiencia. Hasta los espectadores piensan eso a veces. Es normal que la segunda temporada de True Detective provoque curiosidad. Pero recién al final de la difusión sabremos si aumentó o no. En cuanto a la prensa, un cambio de perspectiva era inevitable. A la crítica le había gustado mucho la primera temporada. Cambiamos todo, con nuevos personajes y un nuevo decorado; el efecto sorpresa era necesariamente menor. La presión sobre Nic hoy es extrema. La espontaneidad ya no forma parte del paisaje.

¿Qué pensás que pasará con la relación entre televisión y streaming en los próximos años?
Para mí, la novedad es el acercamiento entre las series y el cine. Abrimos puertas. Steven Soderbergh también, al dirigir y producir todos los episodios de The Knick. Los cineastas se inclinan con ganas hacia proyectos limitados en el tiempo. Paolo Sorrentino va a dirigir The Young Pope con Jude Law, nosotros estamos en tratativas con Jacques Audiard para una serie, Paul Greengrass está por hacer otra, Alejandro González Iñárritu también… Algunas historias merecen ser contadas en seis u ocho horas, y los cineastas, si pueden ser autores del proyecto, en el sentido histórico de la palabra, quieren hacerlo. Estamos empezando a vivir en una era híbrida. La fuerza de atracción de este modelo es increíble.

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True Detective
Final de temporada el domingo 9 a las 22 por HBO.

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