Entrevista: José Muñoz en Comicópolis
“El talento parece ser antidemocrático, casi insultante, cuando lo posee el otro”, dice José Muñoz (1942). Habla de Hugo Pratt, su adorado Pratt, y una anécdota puntual: la forma en que el dibujante del Corto Maltés entintaba directamente páginas, sin previo trabajo a lápiz, mientras charlaba en la redacción. Es extraño oírlo envidiar talento. “Yo traté de ser digno de mis maestros”, sigue Muñoz. “Hay algunos que me piensan como una especie de leyenda que deambula por el mundo real. Es raro, pero es lindo.” Es que él mismo es una fuente nuclear de ese talento del que habla. Su obra, que va desde las colaboraciones con el guionista Carlos Sam-payo (Sudor sudaca, Alack Sinner y varios clásicos) hasta su juventud como ayudante de Solano López durante la primera parte de El Eternauta (“ahí me hice especialista en copos de nieve”) es de esas que definen las posibilidades del medio (y no de forma exquisita: cualquiera que asoma a un Muñoz puede entender su búsqueda y, mejor todavía, sus encuentros). Sus blancos y negros no son meros blancos y negros: son pura potencia, son pura energía de todo aquello que cruza y cruzó a Muñoz, y vienen fundamentando nada menos que su creencia desmedida en dejar una huella que genere maravilla.
ENTREVISTA> ¿Cómo vivís la historieta hoy, después de tanta obra y de Fragmentos, una muestra con más de doscientas piezas y originales en el Palais de Glace?
Dibujo con el lápiz, como dice el tango “Sarampión” de Blanco y Hormaza. Me divierto con aquella Argentina de mi infancia, del Sargento Kirk, de Rico Tipo. Eso lo frecuento mucho. Después me fui ilustrando con otros trabajos, en otros países. Italia estaba presente en nuestra infancia. Recibí tanta maravilla, digamos, que se desarrollaba ante mis ojos, también con la arbitrariedad de mi imaginación (entre un cuadrito y otro hay un espacio y cada uno lo llena como puede). Vivo todavía esas maravillas, esos fragmentos, esas lucecitas que permanecen en mí. Ilustradas por todo este gran camino que hice. Fui formado por quienes me precedieron: Pratt, Breccia, Ferro, Divito, Calé… Soy el producto derivado de una serie de estímulos que encendieron en mi cabeza y en mi corazón el amor a este trabajo. Cuando, de pibe, me enamoré de la historieta, no estaba muy bien vista. Humberto Cerantonio, escultor argentino, que también me educó estéticamente en su taller cuando yo tenía doce años, trató infructuosamente de contener mi afán historietístico.
Siempre hablás de Pratt…
Cuando descubrí a Pratt, en 1952 o 1953, percibí la maravilla. Caí dentro de sus cuadritos y suspendí la incredulidad. Más adelante llegó el tiempo en que empecé a entender la intensidad humana de los pensamientos narrativos de Oesterheld (su camino fue inmenso y rico, entretenimiento y enseñanza a través de la aventura). Ahí estaba expuesto a dos excelencias que estaban creciendo y floreciendo juntas. Cada hoja, cada línea que marcaba, cada arruga de la chaqueta del Sargento Kirk, eran maravillas gestuales de Pratt. En buena parte, sigo viviendo dentro de esa maravilla.
“Fui formado por quienes me precedieron: Pratt, Breccia, Ferro, Divito, Calé… Soy el producto derivado de una serie de estímulos que encendieron en mi cabeza y en mi corazón el amor a este trabajo.”
También supiste defender la historieta como medio cuando no era fácil hacerlo.
La historieta, cuando es buena, se defiende sola. Hay quienes la han criticado por su inmovilidad. Son los amigos del movimiento perpetuo. El problema de la historieta nunca fue su inmovilidad. En todo caso, eso sería una virtud. Si todo se mueve, algo, alguien, se tiene que quedar quieto. ¿Qué es eso de mover todo? ¿Qué es eso de no poder estudiar una línea? Una viñeta es un cuadro, eso es. La historieta es también una sucesión de cuadritos chiquititos.
Tu estilo, aunque enamorado de la historieta, siempre fue muy personal. ¿A qué se debe?
Cerantonio combatía mi talento y simultáneamente me abría ventanas de excelencia hacia las artes. Por otro lado, Breccia hacía casi lo mismo en sus clases de la Escuela Panamericana.
¿Cuáles fueron las principales lecciones de ambos?
Seriedad. Placer. Intensidad. Buscar la excelencia, apreciar la excelencia.
¿Y en el caso puntual de Breccia?
Yo tenía catorce años. Breccia nos proponía el esquema de un tablero de ajedrez: cuadrado negro, cuadrado blanco, cuadrado negro, cuadrado blanco. Eso era la historieta. Blanco, negro, blanco, negro. Forma y blanco y negro.
“El problema de la historieta nunca fue su inmovilidad. En todo caso, eso sería una virtud. ¿Qué es eso de mover todo?”
Después vino Oesterheld, probablemente el guionista más famoso de la Argentina…
Desde muy joven, ya me daba cuenta de la compleja trama sentimental, ideal, humana y social que se desprendía de los guiones de Oesterheld. Fuimos tocados por su varita mágica.
Siempre se toman como un hito tus cómics junto a Carlos Sampayo.
Con Carlos nos introdujimos en la gran cocina psicológica de la realidad. El noir es una buena excusa para investigar las heridas sociales. Nos metimos en el cuerpo vivo de un detective privado (otro invento literario, como decía Raymond Chandler, porque en la realidad no hay tal cosa, es una construcción agregada a partir de la imaginación). Alack Sinner, un detective privado, privado también de cinismo, nos calmó. Vivíamos afuera, él nos entretuvo, nos sirvió para tratar de comprender. En 1974, la Argentina estaba adentrándose en una tempestad de sangre y nosotros estábamos lejos. A ese dolor de la Argentina, nuestra casa lejana, hemos tratado de sublimarlo en historietas. Con Alack nos hemos acompañado. Resultó un trabajo profundo, considerado como una de las mejores cosas que sucedieron últimamente en el campo de la historieta.
En un momento tus historietas se volvieron más “argentinas”, digamos…
Cuando se empezó a ver cierta luz y el régimen de los asesinos empezaba a temblar, en ese momento se nos presentó como posible, a Sampayo y a mí, trabajar sobre cosas que tuviesen que ver con la Argentina, nuestra experiencia directa. Ahí aparecieron Sudor sudaca, Tango y milonga, El libro. Empezamos a trabajar nuestros recuerdos. A mí me costó la fatiga de la nostalgia. Había que combatirla haciéndola trabajar. Me conecté con ese pasado, con el placer de pasear la pluma por la trucha de un milonguero, de delinear un pan Felipe, y por caminos misteriosos aparecía la maravilla del pincel de Pratt en Sargento Kirk. La milonga del blanco y negro. La danza del dibujo.
¿Cuál es el resultado de esa milonga?
Creo que hay quienes son capaces de depositar una gota de misterio, en dibujos o palabras, dándole vida a sus creaciones. Roberto Arlt, por ejemplo. Esa emoción ante la belleza, el desconsuelo alegre frente a los asuntos del mundo, una cercanía y lejanía que ciertas personas saben convertir en una mano tendida ahí, que se enlaza con los ojos de quien mira. Es ese el camino de las almas que propicia el consuelo que podemos darnos los unos a los otros.
¿Cuánto de tu alma pusiste en tu obra?
Todo lo que pude.
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Fragmentos
En el Palais de Glace, Posadas 1725. Hasta el domingo 20.
Sudor sudaca
(Hotel de las Ideas)
En Comicópolis
Homenaje a la escuela panamericana de arte
Jueves 17 a las 15.30
Integrantes: David Lipszyc, Enrique Lipszyc, José Muñoz, Mandrafina
Moderador: Andrés Accorsi
Lugar: Sala Auditorio
Detectives: ¿Por qué los amamos?
Sábado 19 a las 15.30
Integrantes: José Muñoz, Domingo “Cacho” Mandrafina, Juan Sáenz Valiente
Moderador: Thomas Dassance
Lugar: Sala Auditorio 2
La cocina del pecado: José Muñoz y Carlos Sampayo
Sábado 19 a las 18.30
Integrantes: José Muñoz, Carlos Sampayo
Moderador: Martín Pérez
Lugar: Sala Auditorio 2
Todas las actividades son en Tecnópolis.
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