Mariana Enriquez: “Al escritor que no lee no lo entiendo”

Una de nuestras escritoras más importantes, está triunfando en el mundo con su libro de cuentos "Las cosas que perdimos en el fuego", editado el año pasado por Anagrama. Y acaba de publicar su novela más rockera, "Éste es el mar", la fascinante historia de unas hadas fanáticas, Las Luminosas, encargadas de convertir en estrellas planetarias a ídolos del rock de la talla de Hendrix, Morrison, Lennon o Cobain. Un diálogo imperdible sobre literatura, música, industria editorial y juventud.

Los Inrockuptibles
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13 min readAug 3, 2017

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Por Martín Caamaño / Fotos Ale Guyot

Mariana Enriquez es de esa clase de personas que tiene gustos e intereses bien definidos. Basta escucharla hablar unos minutos para comprender que nada podrá interferir en eso que ella misma denomina su “parcelita” y desde la cual hace años viene desplegando una literatura magnética. En Éste es el mar, su última novela, confluyen dos de esos intereses, que por otra parte siempre estuvieron presentes tanto en su carrera como escritora de ficción como de periodista: la cultura rock y lo sobrenatural. El libro narra la historia de Helena, un hada que debe convertir en leyenda a James Evans, el frontman de una banda de rock teen. Helena pertenece a una cofradía de ninfas que a lo largo del tiempo ha convertido en semidioses a viejos trovadores del medioevo y a rockeros icónicos como Jimi Hendrix, Jim Morrison, John Lennon, Nick Drake o Kurt Cobain. La novela aparece en un momento particular para Enriquez. Su libro de cuentos Las cosas que perdimos en el fuego, editado el año pasado por Anagrama, es una suerte de boom editorial que no para de traducirse a distintas lenguas y, como un objeto mágico, a la vez luminoso y tiránico, lleva a su autora a presentarlo en festivales literarios de todo el mundo.

ENTREVISTA> ¿Cómo vivís la repercusión de Las cosas que perdimos en el fuego?
Es raro porque en la rutina de todos los días no me doy cuenta más que por cuestiones de agenda. Tengo que andar corriendo cosas permanentemente, pidiendo permisos en el laburo para viajar. Algo absolutamente laboral. Como si se me hubiese acrecentado el trabajo. Y estoy más cansada y tengo menos tiempo para escribir, cosa que me preocupa un poco porque yo no quiero ser esa clase de escritor que viaja y no escribe. A mí no me interesa. Y para eso tenés que parar y básicamente decir que no. No es tan difícil. Decís no y chau.

Igual me imagino que ahora te sentís más leída.
Sí, claro. Las ediciones son más, los libros se venden más. Al mismo tiempo, lo que pasó con las traducciones es algo que tiene que ver con la industria editorial. Estoy una agencia muy buena, que confía y apuesta por mi trabajo, y que me consiguió un contrato con Anagrama. Eso cambia la percepción que tienen los que van a comprar los derechos. O sea, no es lo mismo estar en ese catálogo que estar en otro. Y creo que un escritor tiene que saber, hablar y comprender esas cosas. Sobre todo para entender que tu trabajo puede gustar mucho, pero que no solo se está moviendo por eso sino porque hay un montón de condiciones de la industria editorial. Luego, por supuesto, si el libro está bien va a gustar más y va a conseguir lectores. Pero está bueno saber lo otro para no pensar que sos muy genial. Porque eso es una vergüenza. Cuando un escritor piensa que es muy genial es grave.

“Para mí, leer y escribir son parte de un mismo proceso. El deslumbramiento es algo que, si no me pasa porque estoy en un momento alicaído, lo construyo cuando escribo. Porque el entusiasmo me parece fundamental. No me gusta mucho la escritura irónica, distanciada. Me aburre."

¿Pero no pensás que lo tuyo va más allá de las condiciones de la industria?
Sí, porque también es importante que haya ciertos editores que se enamoren de tu trabajo. Mi editora francesa, por ejemplo, con la que además nos hicimos bastante amigas, es fan. Le encanta lo que hago. A Jorge Herralde también. Le gustaron mucho los libros. Es el único editor que tuve en mi vida que cada vez que sale una reseña me la manda. Entonces, cuando tenés la suerte de tener unos cuantos editores a los que de verdad les gusta lo que hacés, eso sí te ubica en otro lugar que tiene más que ver con lo “artístico”. No es solo que están bien conectados, que sí lo están, sino que además trabajan mucho porque les encanta lo que escribo. Es gente que le habla de tu trabajo a otra gente, que te lee y te recomienda. Y se arma eso otro que es más interesante y más gratificante.

¿Ese reconocimiento afecta tu escritura?
No. Todavía no.

¿Te preocupa?
No. Porque yo tengo obsesiones supermarcadas. Pocas y muy determinadas. Y pueden tener variaciones estilísticas, si querés, pero trabajo en una baldosa propia que conozco perfectamente. La baldosa de al lado, ni idea. Entonces si me piden, por ejemplo, un libro que puede funcionar muy bien en el mercado, no lo puedo escribir. No me sale. Lo único que me “preocupa” es esta cuestión de no poder estar tranquila en mi casa, tener la vida interrumpida por viajes y no poder terminar un proyecto determinado. Pero eso es ahora, este primer año, y con las traducciones todavía tengo como el pudor de decir que no.

Además acabás de sacar otro libro…
¡Sí!

¿Por qué Éste es el mar salió por otra editorial?
Porque Anagrama está esperando otro libro que estoy escribiendo. Una novela larga. Y creo que Éste es el mar les pareció, para el perfil que ellos quieren para mí y el de ellos como editorial, demasiado rocker, demasiado juvenil. Supongo. No sé los detalles de la negativa. Igual, un poco me gusta tener textos en diferentes editoriales. Pero Anagrama en este momento es mi editorial principal. Es a la que le estoy escribiendo esta novela larga y en la que estoy pensando para otro libro de cuentos.

Éste es el mar me hizo acordar a “Carne”, de Los peligros de fumar en la cama. En ese relato unas fans se comen el cuerpo de su ídolo. ¿Éste es el mar podría funcionar como su reverso?
Totalmente. Pasaron varias cosas con el librito. Primero, lo escribí mientras estaba con los cuentos de Las cosas que perdimos en el fuego. Y de Los peligros de fumar en la cama en algún punto también, al menos la idea. Los cuentos tienen elementos fantásticos, algunos también elementos rockeros. Pero son muy de terror, absolutamente oscuros y muy realistas al mismo tiempo. Y muy argentinos. Y en el medio de eso me empezó a aparecer esta historia que no era para nada argentina, para nada realista, que tiene elementos de terror si sos muy susceptible, pero que a mí no me parece en lo más mínimo. Es una historia romántica. Se parece un poco a mi primera novela. Pero con otros elementos.

¿Por qué?
Bajar es lo peor es una novela sobre un tema joven escrita por una joven, con curiosidades e ingenuidades jóvenes. Y esta es una novela también juvenil, si querés, pero ya no escrita por una persona joven sino por alguien con mucha más noción del artificio de la novela.

¿Y qué pasó en el medio?
Lo que pasó en el medio de las dos fue una construcción de escritora. No creo que fuese escritora en Bajar es lo peor. Creo que era una persona que escribió una novela. Veinte años después ya tengo una formación de fracasos, de saber lo que me funciona y lo que no, lo que sé hacer, de qué influencias puedo tomar algo. Es como una despedida de la juventud. Es un cierre para ciertas obsesiones juveniles. Para mí la juventud es un tema… Me interesa mucho y quería escribir una novela sobre el fin de la juventud.

¿A qué nivel la juventud es un tema?
Por fascinación. Me parece el mejor momento de la vida. No tengo la suficiente sabiduría como para decir que disfruto del paso del tiempo y de la madurez.

“No sé dónde empieza y dónde termina lo de la atención, lo de tomar influencias y estar informado, de buscar en todo eso que se te presenta con el periodismo. Pero lo que te termina formando la originalidad es elegir los pequeños pedazos de cosas a partir de tu sensibilidad.”

Y es el momento del rock. Esa fascinación juvenil por el rock está muy presente en el libro.
Hacía mucho que tenía ganas de hablar sobre la cuestión de las fans. Siempre me pareció un elemento poco pensado, después de trabajar tanto tiempo escribiendo sobre rock. Ahora un poco más tal vez. Pero durante muchos años fue casi despreciado. Sobre todo, las chicas. Los chicos también, porque tienen casi el mismo comportamiento, pero es como si el de fan fuera un atributo femenino. Y para mí es un atributo muy fundamental de la mitología del rock en el sentido de que sin ellas no tenés ese tipo de ídolo. O sea que lo construyen. Y trabajando con todos esos elementos se me ocurrió la idea de pensar que las fans siempre fueron las mismas, que al menos hubiese un grupo que hubiesen sido las mismas históricamente. A ese momento un poco brujo del rock, que a mí siempre me fascinó muchísimo, lo mezclé con cierta mitología literaria y mitología a secas, digamos. Las bacantes, las mujeres que atacan a Orfeo, la medusa, las sirenas… Todas esas mujeres de la mitología que son atractivas y letales al mismo tiempo. Esos elementos tienen muchas influencias de otro montón de escritores que me gustan y con los que no estaba trabajando tanto en los cuentos. Neil Gaiman, Bradbury. Autores más tiernos, si querés. Y la preocupación por el rock que tuve siempre. Sobre todo por ese rock mitológico, más alejado de lo musical, que finalmente es lo que más me termina interesando. Porque siento que hay un desprecio de la crítica de rock escrita por varones sobre todo lo que rodea al rock: la moda, las chicas. Entonces quería hacer esa mirada para mí no oblicua, sino totalmente fundamental del rock.

¿Vos fuiste fan?
Soy superfan. Por ahí hoy ya no voy y grito como las nenas porque soy grande. Pero grité. Por Iggy Pop grité. Por The Cult grité. Bah, en realidad por Ian Astbury porque no sé si The Cult me interesaba tanto. Pero él me interesaba muchísimo. Por Nick Cave trastorné. Si hubiese visto a Bowie de joven, hubiese quedado totalmente enferma. Entiendo perfectamente lo que se siente. Y también otro tipo de identificación que es muy particular de este fenómeno: no solamente estás enamorada de este señor sino que también querés ser él. Que es una cosa no muy fácil de entender. Hay un deseo de ser eso. Lo querés tener hasta el nivel de la transformación. Es una cosa bien curiosa. Y sí, la experimenté.

En la novela, antes de convertir a James en leyenda, Helena quiere que él haga buena música. Ahí también te reconocí a vos. ¿Fue una forma de demostrar cierto respeto al género?
Sí, fue total respeto hacia el género. Y otro poco por nostalgia de esos grandes momentos epifánicos musicales que hace rato que no tengo, a lo mejor por edad o a lo mejor porque realmente en una oferta y en una dispersión tan grande es difícil de encontrar. Incluso lo que pasa en el libro es muy anacrónico: lo que Helena le ofrece a él es una canción muy antigua que ella recuerda. Y después termina sonando en la radio. Es algo casi órfico. Un misterio. El misterio de una canción hermosa que, por lo menos yo, hace mucho que no siento. O por lo menos no en ese nivel de masividad. Y lo dejé anacrónico a propósito. Por eso digo que es una novela juvenil vintage. Porque no es para jóvenes de ahora. Es para mí cuando era joven.

Si fueses Helena, ¿a qué músico de la actualidad convertirías en leyenda?
Uh, no sé… Dejame pensar un poco…

Me sorprende que no lo hayas pensado.
Sí, lo pensé. Pero no es un rockero. A Jared Leto. Lo que pasa es que es actor. Pero en su faceta de músico… También es medio viejo. Lo ves y físicamente tiene veinte años. Pero es un señor de mucho más de cuarenta. Tendría que haber empezado con la banda antes… Es lo que te decía. Es muy vintage la idea de la novela. Yo no voy a ver a nadie ahora porque ya no me causan esa sensación. Pero creo que es un problema mío de percepción más que otra cosa.

¿Y cómo discriminás cuando una idea va para un cuento o para una novela?
En general sé cuándo los cuentos van a ser cuentos. Hay algo intuitivo en eso. Como a esta novela la empecé a escribir en un intervalo entre los cuentos, dejaba que creciera solita. Y me di cuenta de que empezaba a ser una novela justamente cuando los personajes y la trama crecían muchísimo, más que en un cuento. O sea que era menos una idea y más una historia con personajes y con una trama que condicionaba ciertas cosas. Que la banda sea mala es también porque necesitaba que ella sea la que le diera la canción a él.

“Veinte años después ya tengo una formación de fracasos, de saber lo que me funciona y lo que no, lo que sé hacer, de qué influencias puedo tomar algo.”

Una cuestión técnica…
Claro. ¿Cómo hacemos para solucionar técnicamente que James se convierta en leyenda? Por eso me divirtió que él sea mal músico. Para mí fue una escritura muy divertida. En los cuentos también me divierto pero de otra manera. Mantengo más el control en muchos sentidos. Esta era una novela donde no me importaba nada. ¿En qué idioma hablan? Qué se yo. No sé. No tenía preocupaciones de ese tipo. Cuando empecé a escribir cuentos de terror, fantásticos, oscuros, violentos, perturbadores, wired, llámalo como quieras, quería escribir esos cuentos. Eran los tipos de cuentos que estaba leyendo, los cuentos que me interesaban. Y estaba totalmente metida en un universo muy local, argento, y yo no soy eso nada más. Tengo toda esta parte de lecturas y de influencias que no necesariamente están ligadas a la literatura argentina ni a la música argentina ni a la Argentina en general ni a Buenos Aires ni a la política. Todo eso me interesa muchísimo pero me parece que ya lo había hecho hasta el cansancio.

Te pensás mucho a través de las influencias, ¿no?
Sí, en todo sentido. Para mí leer y escribir son parte de un mismo proceso. El deslumbramiento es algo que, si no me pasa porque estoy en un momento alicaído, lo construyo cuando escribo. Porque el entusiasmo me parece fundamental. No me gusta mucho la escritura irónica, distanciada. Me aburre, básicamente. Y al escritor que no lee no lo entiendo.

¿No sos de las que no quiere contagiarse de la escritura de los otros?
Es lo mejor que te puede pasar que te contagie. No tengo problemas con la influencia. Ni inseguridades con eso. Porque trabajo con algo muy chico pero que es mío. Y la literatura es eso, son influencias. Influencias de tus contemporáneos, me gusta saber qué se está escribiendo ahora. Me pasa todo lo contrario al miedo a la contaminación. Yo quiero contaminación. Escribo una novelita corta y le pongo un epígrafe de Paul Éluard que ni siquiera saqué de leer a Paul Éluard sino de ver Maps to the stars de Cronenberg. Toda esa mezcla es con lo que a mí me gusta trabajar literariamente. Ahora hay una generación de cuentistas y de escritores de fantasía, terror, ciencia ficción, fantástico que me parece que está en un momento enorme, y a mí me interesa mucho, tipo Kelly Link, Gaiman, gente más oscura tipo Richard Gavin. Incluso acá, en América Latina.

¿Quiénes?
Bueno, Samanta Schweblin me gusta. Ella es mucho más técnica que yo. Es un poco más fina. Luciano Lamberti. Federico Falco, que hace algo medio lyncheano, raro, triste, oscuro. Me gusta el boliviano Maximiliano Barrientos. Me parece que hay una corriente por ahí, de raros.

¿Creés que lo de la influencia está relacionado con tu trabajo como periodista?
Puede ser. Empecé a escribir literatura y periodismo más o menos en la misma época. Saqué mi primera novela cuando tenía veintiún años y estaba en tercer año de periodismo. Y por la novela empecé a trabajar de periodista. La leyeron y dijeron “esta pendeja puede escribir, la mandamos a cubrir cosas a la calle”. No sé dónde empieza y dónde termina lo de la atención, lo de tomar influencias y estar informado, de buscar en todo eso que se te presenta con el periodismo. Pero lo que te termina formando la originalidad es elegir los pequeños pedazos de cosas a partir de tu sensibilidad. Porque yo escucho a Zeppelin y escucho una banda de brujos. No la escucho desde el feminismo ni veo una banda machista, priápica. Ni en pedo. Todo pasa por un tamiz que es propio y por el que vampirizo todas estas historias que terminan viviendo en mi parcelita. Lo que sí es muy fácil de diferenciar para mí es el trabajo de periodista y el de escritora de ficción. Porque hay una cuestión de responsabilidad pública que un oficio tiene y el otro no. Tenés que ser veraz y clara, estás informando al público.

Y ahora que te va mejor, ¿te gustaría dejar el periodismo y dedicarte solo a la literatura?
Sí, claro. Pero no porque el trabajo en sí no me guste sino porque lo hago hace veinticinco años. Ya está. Me gustaría dejar de hacerlo. Pero no es una posibilidad real…
Ah, me quedé pensando. Ya sé a quién convertiría en leyenda de los nuevos. Posiblemente a Christopher Owens de la banda Girls. Tiene algo, cierta delicadeza. Más que Leto. Y también hay varias chicas. Pero mis chicas no “hacen” chicas.

Mariana Enriquez
Éste es el mar
(Random House) 128 páginas

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