Entrevista: Mariana Obersztern

Sacándole punta a un estilo cada vez cerebral y al mismo tiempo intuitivo, en Si el destino viene a mí, su nueva obra, Mariana Obersztern construye una máquina inquietante de interrogar al teatro y la realidad. / Entrevista Alejandro Lingenti

Los Inrockuptibles
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5 min readJun 24, 2013

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Preguntas, preguntas y más preguntas. Los primeros instantes de Si el destino viene a mí están llenos de interrogantes sin respuestas definitivas. Y ese inicio puntúa la obra, la marca a fuego, determina su desarrollo posterior. Para Mariana Obersztern, las indagaciones son una motivación, un motor que estuvo presente desde siempre en su trabajo, tanto en el campo de las artes visuales como en el de la danza y el teatro. De los noventa para acá, Obersztern construyó una obra que la fue colocando casi siempre en la patria de los disidentes, donde parece sentirse más cómoda. Con Baldomero Fernández Moreno, la pintura abstracta o la odontología como disparadores, esta mujer siempre atenta a la literatura y la psicología creó un código personal cuyas claves son conceptos que ella define como “muy cercanos”: riesgo, probabilidad, ocurrencia. Son los mismos que curiosamente aparecieron en el manual que usó como base para su nueva obra, que acaba de estrenarse en El Extranjero luego de pasar por interesante ciclo “Manual” del Centro Cultural Rojas el año pasado. “El manual que elegí terminó siendo como una partitura, pero lo único del texto que usé efectivamente, y que apareció tal cual en la obra, fue un gráfico de doble entrada con factores de riesgo, probabilidad de ocurrencia, ajustes… Usé esos conceptos para elaborar una pesquisa interior. Los actores se preguntan quiénes son y qué hacen ahí. Y hay un borramiento de los límites: no está claro si la pregunta atañe solamente a la ficción o se desplaza a la vida. Es algo que la obra no resuelve, dado que se enfoca sobre todo en el momento de la pregunta”, explica. Y es rigurosamente cierto que en este nuevo trabajo de Obersztern las fronteras son difusas: a lo largo de la obra, un grupo de actores va maniobrando a tientas en un escenario impreciso que cada cual carga con un sentido propio y por momentos instransferible. Ni siquiera el tiempo y el espacio escapan a la maquinaria de investigación cartesiana que empuja al relato. Si destino viene a mí escapa con mucha convicción a la clausura de sentido y abre, para ese elenco heterogéneo y virtualmente desorientado, una vía de escape encomiable, un mundo que cada uno puede fundar con sus propias ideas.

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ENTREVISTA> ¿Cuáles son tus objetivos cuando trabajás con actores?
Mariana Obersztern:
Nunca dejo de ver a las personas. Las veo intervenidas por el texto, por el acontecer específico que propone la obra. Y esta vez no había obra ni personajes muy definidos, sino una ficción tenue, unos hilos con los que los actores tienen que construir un conato de ficción. Ese era el objetivo en este caso.

¿Y costó? Porque no es una propuesta del todo convencional.
No hubo padecimiento, pero en los ensayos nos dábamos cuenta de que estábamos en una zona un poco desconocida para todos. En las primeras reuniones que hicimos nos preguntábamos si lo que íbamos a trabajar se iba a parecer a una obra de teatro. Lo que estuvo siempre en primer plano fueron los cuerpos y el texto. Yo necesitaba un poco de espíritu de aventura de parte de los actores. Y ellos lo tuvieron, trabajaron con mucha entrega.

¿No tuviste que ser un poco tirana?
No, para nada. Soy bastante tirana con el texto, eso es verdad. Pero después buscamos juntos el desarrollo. En relación a esa especie de textura escénica que sostiene el nivel de abstracción de la obra, hubo una búsqueda conjunta, un camino compartido. En un momento usábamos algo del manual, la idea de la auditoría interna, para pasarla al cuerpo: el ser en estado de auditoría interna, buscándose a sí mismo, después la idea de conciencia excesiva; hicimos eso para distanciarnos del algún riesgo de intento de representación del manual. Y esta idea nos permitió armar esa capa que permite el funcionamiento de la obra: cuerpos en estado de supervisión de sí mismos y de los otros. Y que también supervisan sus vínculos con los objetos. No es una textura realista la de la obra, está claro.

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“Me gusta la compañía del público, pero no trabajo para agradar.”

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Lo que colabora mucho con la dinámica de la obra es la aparición del humor. ¿Fue algo buscado?
Siempre se filtra el humor en mi trabajo. No hago comedia, pero aunque suelo estar ocupada de temas “serios”, es usual que en mis trabajos haya hilitos de humor.

¿Y qué relación te interesa establecer con el público?
Me gusta la compañía del público, pero no trabajo para agradar. Prefiero que cada uno venga a vivir su propia experiencia. Hay una especie de equívoco instalado: se espera del público la aprobación. Y a mí me parece que es más que eso lo que uno pide. Más que una calificación, lo que yo pretendo es que el espectador también ponga el cuerpo, viva ese momento como algo propio.

Azar y ambigüedad son dos conceptos que uno podría asociar con tu obra. ¿Tienen resonancia para vos?
Sí, son palabras que me gustan mucho. Uso mucho la palabra ambigüedad en los ensayos, y uso mucho la palabra azar en las clases. Siempre digo que no hay domesticar ni explicar lo que está en el cuerpo, lo que el azar proporciona. El azar nos ofrece un terreno que la planificación anula. Me siento muy afín con estos términos, definitivamente. Ojo, no busco la ambigüedad voluntariamente, pero la valoro como el contrapunto de la manipulación absoluta de los sentidos. Cuando trabajo, no me interesa mucho conducir de una manera muy controlada el sentido que emana de la obra, eso que comúnmente se llama argumento. Mi conducción más rigurosa es en otro lugar, en el texto, en los movimientos, en lograr convocar de vuelta lo que ocurre en los ensayos.

¿Cómo ingresa la política en tu teatro?
Me parece que cuando uno trabaja pone en juego sus valores, con lo cual hay algo de su ser político que inevitablemente está presente, aunque no siempre se tematice. A veces me ha ocurrido que sí, que lo político fue un tema, en distintas proporciones. Con Espina no peito, una obra que hice en 2010 en el Rojas, por ejemplo. Esa era una obra sobre el celo, advertido pero no indagado, que padece el pueblo argentino en todos sus estamentos sociales en relación al Brasil. Envidiamos la unión de los brasileños como pueblo, su identidad, que haya aparecido un político como Lula… La obra era algo así como nuestra mirada no declarada sobre ellos. Hicimos la última función el día que murió Néstor Kirchner. Y algo pasó en esa función. Cuando lo percibimos, no sabíamos si modificar algo de la obra o no, si teníamos que tomar posición frente a lo que ocurría. Pero teníamos una obra armada en el pentagrama anterior y no pudimos del todo. Todo eso me hizo dar cuenta de que era una obra política. Cambió la coyuntura y cambió su sentido.

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Si el destino viene a mí
Con Luciano Suardi, Laura López Moyano y Denise Groesman, entre otros.
En El Extranjero (Valentín Gómez 3378, CABA).
Viernes a las 23.15.

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