Entrevista: Pablo Trapero estrena “La quietud”

Luego de la exitosa “El clan”, el cine de Pablo Trapero continúa visitando los terrenos que definen buena parte de su obra: su nueva película es una historia familiar de tensión asfixiante, sexo y violencia. Y con una participación asombrosa de Graciela Borges en un papel insólito.

Los Inrockuptibles
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11 min readAug 29, 2018

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Por Mariano Kairuz

El tráiler de La quietud pudo hacerles creer por un segundo a los seguidores del cine de Pablo Trapero que el director había decidido, acaso por su salud, compensar la experiencia agotadora de filmar El clan –con sus escenas de violencia, secuestros, salto al abismo con efectos visuales y todo– con otra un poco más tranquila, pequeña, de cámara; un relato que descansara fundamentalmente en diálogos y actuaciones. Más melodrama, más acción emocional e interior que de la otra. Pero después de todo, la ambivalencia del título era manifiesta y podía intuirse que en él se alojaba su opuesto (la inquietud, la tensión, ¡el caos!), de la misma manera que en la elección de un espacio presuntamente contemplativo y relajado como el campo como escenografía –eje central de buena parte de los conflictos argentinos, históricos y contemporáneos– se proponía, en realidad, el quilombo.

Lo otro que ofreció como estímulo la campaña promocional de la película fue la sugestiva imagen de sus dos protagonistas: Martina Gusmán (pareja de Trapero y protagonista absoluta de su película Leonera, así como su musa en otras) y Bérénice Bejo (franco-argentina radicada en París, estrella internacional desde la oscarizada El artista, del director Michel Hazanavicius). Sugestiva por la belleza de ambas, por su insoslayable parecido físico y porque aparecen en las imágenes más difundidas yaciendo una junto a la otra, disparando bien lejos la imaginación. No hace falta aguarle las revelaciones argumentales de La quietud a nadie: alcanza con contar lo que está en la superficie de las promociones para confirmar que, en efecto, Martina y Bérénice interpretan a dos hermanas que se reencuentran después de un tiempo considerable sin verse, que hay un pasado compartido lleno de secretos, que las vidas sexuales de ambas están –de diversas maneras– íntimamente vinculadas pero que, a su vez, la impresión latente de una pulsión incestuosa representa antes que nada la endogamia, el encierro en sí mismos al que están sometidos los protagonistas, la circulación asfixiada de sus intereses, deseos y traumas. La madre de las chicas está interpretada por esa mujer-institución del cine argentino que es –de los “modernos” de los años 60 al “nuevo” cine argentino que a su muy personal manera abonó La ciénaga, de Lucrecia Martel– Graciela Borges. Pero volvamos primero a lo de la inquietud, lo del quilombo.

“Salvo alguna vez en una retrospectiva de un festival, no vuelvo a ver mis películas. No por algún trauma, sino por una cuestión de tiempo: tengo dos pibes, una vida que es un quilombo, así que si encuentro dos horas para ver una peli, veo alguna que no haya visto.”

Sí, todo tendría que haber sido más fácil”, reconoce Pablo Trapero, en conversación con Los Inrockuptibles en las oficinas en las que estaba aún trabajando en la película a fines de mayo, cuando la fecha de estreno de la película acababa de posponerse a este agosto repleto de grandes estrenos argentinos y él se disponía a salir volando hacia Europa a filmar tres capítulos de CeroCeroCero, la serie basada en Gomorra, de Roberto Saviano, que el guionista Stefano Sollima (el de la reciente Sicario 2: día del soldado) comanda en varios países con vistas a su estreno a través de la plataforma de streaming de Amazon Prime el año que viene. “Lo que pasa en realidad es que nunca es fácil”, dice Trapero. Combinar la película que no había acabado de posproducir con sus nuevas responsabilidades en el extranjero fue tan complicado como lo había sido antes coordinar las agendas del reparto internacional –que incluye además a Joaquín Furriel y al más internacional de todos: el venezolano Edgar Ramírez, el Chacal del Carlos de Olivier Assayas– de su noveno largo.

La Quietud también terminó de tomar forma entre otros proyectos que no acababan de arrancar –primero fue un anunciadísimo thriller en la India; luego el también público The Man in the Rockefeller Suit, al que luego quedaría vinculado Walter Salles–. “Para contarlo de manera simple, CeroCeroCero trata sobre el bussiness side del narcotráfico. Son cuatro o cinco semanas de rodaje por capítulo, una locura, casi una película por episodio y un desafío para mí, que paso de ser el guionista, director, productor y editor de mi película a trabajar en esta producción a una escala mega, con varios directores, en múltiples idiomas. No puedo decir a esta altura que un proyecto así me asusta, pero sí que me da algo de ansiedad”.

ENTREVISTA > En base a lo que se vio como anticipo, uno podría creer que La quietud iba a ser una película tuya un poco más tranquila, con menos sexo y violencia de lo que suele haber en tu filmografía, pero no; de hecho, lo hiciste de nuevo: pasan cosas muy significativas, sexuales y violentas, y a bordo de autos, una de tus obsesiones.
Lo de los autos pasa siempre, pero es más inconsciente que programado. Es más, una de las frases que decíamos con el equipo era: “No hay nada más desesperante que filmar en un auto”. Por lo que significa técnicamente, entre otras cosas: una vez que ya hiciste las escenas, tenés que mezclar el sonido, que grabado dentro de un auto sale horrible, y tenés que conseguir que se escuche bien. Y está el problema de la imagen, de moverse en un espacio limitado y de los espejos y los vidrios y los reflejos. Me digo: “Loco, odio hacer las escenas de autos”. Me lo dije hoy mismo a la mañana, mientras hacíamos color, y me contestaron: “¡Pero si siempre filmás en autos!”. Y eso que para mí era una película de cámara, de ensamble, con cinco actores en el campo…

¿El primer guion era algo más chico de lo que terminó siendo la película?
El disparador sí fue un poco en oposición a otras cosas que venía haciendo. La idea era hacer una película en la que la narración fuera llevada por el encuentro entre personajes, que no hubiera factores de distracción como armas, tiros y explosiones, esas cosas que sirven muchas veces como puntos de giro narrativos. Quería usar un dispositivo más de cine clásico, como los de Rebecca u otras películas de Hitchcock en las que el suspenso no está en el vértigo o la velocidad de montaje o las peripecias, sino en la suma de layers silenciosos que van construyendo un camino para el relato y una tensión para el espectador que, si todo sale bien, irá creciendo. Una película que estuviera en total ebullición pero en la que, si querés enumerar “las cosas que pasan”, hay poco: una mujer que llega del exterior, que se encuentra con la hermana y con la madre; una de las dos chicas es la hija preferida, mientras tanto algo le pasa al papá. Hasta es difícil contarla… Empezás a hacerlo y no podés dar una dimensión de lo que es realmente. Quería también homenajear a directores que para mí son fundamentales, como Hitchcock, a quien ya nombré, y como el Buñuel del surrealismo más narrativo, el de El ángel exterminador, con ese humor ridículo y esos personajes encerrados en sí mismos, incapaces de expresarse.

“De lo que menos se habla cuando se habla de amor es del respeto por el otro, por el espacio de cada uno, de entender que nuestras acciones afectan las vidas de los demás. Creo que eso es algo bastante central en La quietud.”

Cualquiera diría que así como no podés dejar de pensar escenas con autos, te gusta filmar gente cogiendo.
Es algo que genera dos cosas, una a nivel cinematográfico y otra a nivel personal. En un momento pensé que otra vez me iban a decir eso de que siempre pongo a mi mujer en escenas de sexo y me dije “¿en qué me metí?”. Pero ahora, con la película hecha, creo que esas escenas sexuales del principio tienen que ver con una manera de expresarse de los personajes que, al igual que el sexo, es algo desarticulada. Es lo mismo que buscamos con casi todos los diálogos de la película: los personajes están diciendo algo pero lo que de verdad importa es otra cosa, lo que dicen es como una cortina de humo, como un tipo que te habla mucho de algo solo para distraerte y sacarte la billetera. Cuando el personaje de Esmeralda (Graciela Borges) habla, no sabés si lo que está diciendo es la verdad o está manipulando a otros, y en las escenas de sexo pasa lo mismo: lo que podría verse como un vínculo de determinado tipo entre las hermanas y con el padre y con las parejas, es menos esa cosa aparentemente incestuosa que un reflejo de desesperación, de necesidad, de unión. De gente que no puede estar unida, incluso de víctimas y victimarios que se abrazan porque no saben qué hacer con sus vidas.

La película arranca con esta familia que por momentos parece representar un sector social muy tradicional de la Argentina, e incluso una parte conservadora –hasta rancia– de la historia, pero a medida que avanza se mueve hacia una idea más moderna de las relaciones, del amor, de nuevos tipos de familia.
Creo que lo que les pasa a los personajes es un poco lo que siempre sentí haciendo películas, trabajando en equipo: hay muchos roles, y están los más conocidos, pero también está el tipo que se encarga película a película de cortar la calle a cinco cuadras para facilitar el rodaje, la señora que cose la rotura del pantalón del actor principal, o los extras… Una diversidad enorme que relaciono inmediatamente con el amor, porque para mí el amor tiene un componente fundamental de respeto. De lo que menos se habla cuando se habla de amor es del respeto por el otro, por el espacio de cada uno, de entender que nuestras acciones afectan las vidas de los demás. Creo que eso es algo bastante central en La quietud. Eso es lo que siento yo, que vengo de una familia bastante común, mujer y dos pibes, de una vida bastante previsible. Creo que las ideas que circulan sobre el amor en la película, sobre las formas en que se puede dar y compartir el amor, terminan resultando liberadoras.

“Quería homenajear a directores que para mí son fundamentales, como Hitchcock y el Buñuel del surrealismo más narrativo, el de El ángel exterminador, con ese humor ridículo y esos personajes encerrados en sí mismos, incapaces de expresarse.”

¿Cómo fue el trabajo con Graciela Borges? ¿Cómo asumió ella, que es un icono, este personaje bastante monstruoso que le escribiste?
El personaje nace por varios motivos. Para empezar, yo tenía muchas ganas de volver a trabajar con Martina. Su personaje está atravesado por todos los demás: su papá, su mamá, su hermana. Necesitaba personajes muy fuertes para que estos extremos locos pudieran convivir y de ahí surge esta trinidad que conforman con su hermana y su mamá; necesitaba una actriz que pudiera representar esa fortaleza. Pero pasa además que con Graciela nos conocimos hace muchos años, antes de que Martina volviera a actuar –porque ella fue actriz de chiquita, pero cuando nos conocimos no actuaba–. Fue por la época de Familia rodante, y recuerdo que Graciela, que para mí era toda una institución, me habló con mucho afecto de mi trabajo y me dijo que quería hacer una película conmigo en la que ella fuera la mamá de Martina. Insisto: Martina en ese momento no se dedicaba a la actuación. Cuando todos estos años después la convoqué, me dijo que no le hacía falta leer el guion. Yo le dije “no, Gra, necesito que lo leas, que lo trabajemos juntos”. Así que la película finalmente, de alguna manera, condensa varios deseos: volver a trabajar con Marti, hacer esta especie de locura y de chiste con Martina y Bérénice, a quien había conocido tiempo atrás y a quien se parece tanto, y lo de Gra haciendo de la madre.

Esta vez firmaste solo el guión de la película. En El clan tenías dos colaboradores, y antes venías de montar una estructura con un equipo de al menos seis manos que trabajó con vos en tres películas. ¿Por qué ahora decidiste volver a este trabajo más solitario, como el de tus primeras películas?
Acá tuve algunos intercambios con Alberto Rojas Apel, pero la verdad es que me gusta ir explorando y cambiando, y me gusta mucho escribir. Cuando laburé con más gente tuvo que ver con explorar la escuela italiana de trabajar entre muchos. Nos dividíamos escenas y después por ahí yo escribía la escena de otro y otro una mía, pero también es cierto que al final del camino estaba yo solo de vuelta, con la versión de guion “de rodaje”, por así llamarla. Al escribir solo invertís menos tiempo en el intercambio, y a la vez perdés distancia, opinión. El proceso de escribir me encanta pero es duro; a veces te vas a acostar habiendo escrito una escena que creías que era genial y cuando te levantás a la mañana siguiente releés esa escena y sentís que la tenés que tirar a la basura. Cuando trabajás con otra gente vas compartiendo esa angustia; tenés el alivio de que alguien te diga por ahí qué le parece esa escena que ayer sentías pésima y hoy genial. Pero al final de cuentas solo te alivia en el momento, la angustia la tenés solo. Yo nunca me sentí escritor; con los años me fui asumiendo como guionista porque escribo mis películas, pero más que de guionista es un rol de planificador. Mis guiones son más bien hipótesis: si todas esas cosas que dice el guion se cumplen bien, la película va a quedar de tal forma. Después gustará más o menos, pero ese es mi plan, al menos.

Ahora que ya llevás casi veinte años de carrera, ¿encontrás un eje común en tus películas? ¿El universo que aúna historias distintas?
Yo no tengo ese análisis retrospectivo y no siento que me ayude. Sé que soy yo en cada película, pero los que lo ven de afuera lo notan con más nitidez. Puedo ver cosas en común entre esta película y El clan, que son parecidas y opuestas a la vez, porque en las dos está el mundo endogámico de la familia y casi que hasta podés ver un paralelo entre Arquímedes Puccio y Esmeralda, o en las relaciones entre Alejandro Puccio con su hermano y la de las hermanas de La quietud. Pero no hago ese ejercicio de manera consciente, me imagino en todo caso que siempre serán las mismas cosas las que me movilizan. Además, salvo alguna vez en una retrospectiva de un festival, no vuelvo a ver mis películas. No por algún trauma, sino por una cuestión de tiempo: tengo dos pibes, una vida que es un quilombo, así que si encuentro dos horas para ver una peli, veo alguna que no haya visto.

La quietud
De Pablo Trapero
Con Martina Gusmán, Bérénice Bejo y Graciela Borges

Estreno en Argentina: 30 de agosto.

> http://www.matanzacine.com.ar

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