“Hacer una canción es un desahogo.”

La banda del sur del conurbano se reforma para su quinto disco, “24 horas”. Walter “Ñoqui” Lema, líder carismático de Placer, reconoce su particular vínculo con la música y celebra el presente luminoso del grupo.

Los Inrockuptibles
Los Inrockuptibles
12 min readSep 11, 2018

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Por Santiago Delucchi

© Liza Ponzanetti

De un tiempo a esta parte, la escena local se pobló de grupos que rozan la perfección. Suenan muy bien, como las bandas de afuera. Están al día, aunque eso implique ser retro. Tienen un look canchero. Y saben manejar las redes sociales. Parecen destinadas al éxito (o, en todo caso, al hype). Sin embargo, para cierta audiencia –una minoría, digamos, más trajinada–, resultan inverosímiles. Les falta algo que podría llamarse “experiencia”. Es decir: situaciones reales, vividas en carne propia, alejadas en tiempo y en espacio del mundo virtual. Y todo eso, precisamente, es lo que le sobra a Placer, el grupo que desde hace ya quince años encabeza Walter “Ñoqui” Lema. Su meta es certera y demasiado sencilla: seguir escupiendo canciones, de melodías redondas y arrebato punk, como postales instantáneas en las que importa lo que se ve y no cómo se ve. Están “llenos de fallas”, como pregonan en el segundo tema de su nuevo disco, 24 horas. Pero eso no importa: todo vale por un golpe que sea memorable.

Ñoqui nació en Lanús, pero se ganó su apodo en Longchamps, donde su madre tiene una casa de pastas. Entró en la adolescencia de la mano del punk rock, con una banda que se llamaba A.A. (siglas de Averiguación de Antecedentes, en la que también tocaba Leo De Cecco, baterista de Attaque 77 y Mal Momento, entre otros). Pasó por varios grupos más, pero luego sus problemas de adicción se volvieron lo suficientemente graves como para relegar cualquier proyecto musical y terminar descarrilando su vida. Así recaló en severos centros de rehabilitación. Se escapó. Regresó. Y volvió a escaparse, hasta que tocó fondo y cayó preso. Tras las rejas se reencontró con las canciones, casi como un acto de supervivencia. Compuso sin parar. Y empezó a cartearse con amigos como Matías “Matu” Naso (alias BK). Una vez que salió, armó Placer. El nombre lo decía todo: una sola palabra que redimiera un pasado cargado de palabras negativas. En diciembre de 2003, tuvieron su primera fecha, en El Dorado. Y desde entonces, más allá de algunos cambios de formación y algún que otro desliz, no pararon más. Editaron su debut homónimo en 2007, al que le siguió Incurable (2009). Cambiaron de sello y volvieron a la buena senda de sacar un álbum cada dos años: Impecable (2014) y Extrañas (2016). Ahora, con el regreso de Matu a las filas del grupo que completan Gerardo Cardone en guitarra, el bajo de Santiago Guzmán y Matías Herrera en batería, grabaron 24 horas, nuevamente producido por Miguel Castro (UN, ex Victoria Mil). Un cargamento más de canciones sanadoras. Y una buena ocasión para revisitar la gran historia de Walter.

“Placer nunca va a cambiar mucho. A lo mejor nos vamos un poco para un costado. O sonamos más o menos rústicos. O más o menos sofisticados. Pero mantenemos una esencia, siempre. Y esa esencia es la canción.”

ENTREVISTA > El nuevo disco está disponible en las plataformas digitales. Y tiene una edición en vinilo. Por primera vez editaron en este formato y se saltearon el CD. ¿Cómo escuchás música en tu casa?
Yo escucho música desde la computadora. Pero me pareció genial que el disco también salga en vinilo. Tengo muchos amigos que escuchan vinilos y son medio coleccionistas. Así que, automáticamente, pensé en ellos. La edición tiene esos dos extremos: Internet y vinilo. Esta vez no está ese punto intermedio que era el CD. A mí mucho no me cambia. Es que no escucho tanta música. Es decir: me gusta escuchar algún que otro disco, pero no estoy haciéndolo todo el tiempo. Por ahí escucho un rato y, después, me pongo a tocar la guitarra. O me pongo a escribir, si es que se me ocurrió algo. También le doy bastante a la Playstation (risas). Soy medio fana del PES, un juego de fútbol. En general, soy más de escuchar los temas que voy haciendo. Cuando hago un tema, lo grabo donde sea y lo escucho varias veces, para asimilarlo bien y ver para qué lado lo llevo. Igual, tampoco me aventuro tanto: al final siempre me quedo en la canción. Siempre busco eso, porque es lo que me gusta, lo que me motiva, lo que siento que tiene fuerza. Si me voy para otro lado, hacia algo que ya no es canción, siento que dejo de ser yo. No puedo forzarme a hacer otra cosa.

¿En qué circunstancias se te suelen ocurrir las ideas de las canciones?
No sé. A veces, la verdad, estoy en la nada misma. Tarareo algo, agarro la guitarra, escribo algún renglón y listo. Ahí surge todo. No me pasa eso de tener un concepto previo, de ver una luz o una imagen, algo puntual que me inspire. Cuando arranco con algo, empiezan a caer todas las cosas que me estuvieron pasando. Quizá son cosas que me pasaron durante esa semana. O quizá son desde hace dos meses y aparecen ahí porque no pude volcarlas antes en ningún lado. La canción, en ese sentido, no es sólo el momento. Es el momento con relación a lo que me pasó o lo que siento que me puede llegar a pasar. Parecen del momento porque salen un poco así, de un tirón. Ahora tal vez hago una parte y la termino al otro día. Me ha pasado últimamente, en dos o tres canciones del nuevo disco. Después, a lo mejor, voy acomodando un poco las letras. Puede haber una palabra que no me gusta del todo, pero que en el momento me sirve para que se disparen otras. O puede pasar que saque una palabra que funcionaba como eje: eso lleva la letra para otro lado y también está bueno. Pero todo surge naturalmente: no hay ningún planteo.

Tus letras dan cuenta, en gran medida, de ese proceso: tienen algo de catarsis, están en primera persona y se valen de un sentimiento propio, verdadero.
Creo que algo de eso tiene que ver con mi intención de darle un vuelo a la palabra común, de elevar lo normal, lo cotidiano. Trato de hacer que vuele la palabra común y corriente. No suelo usar palabras intrincadas. Por lo general, escribo como hablo. Y busco que se entienda lo que digo. Mi sensación es que esas palabras que uso toman vuelo con la música. Es decir: vuelan a partir de la música. Puedo leer un renglón, algo suelto, y me gusta, pero cuando lo escucho con la música siento otra cosa: esas mismas palabras toman una fuerza única, pasan a otra dimensión.

“En la cárcel me solían pedir que toque temas como ‘Descerebrado’. Se volvían locos los muchachos… ‘Toca ese tema, toca ese tema’ (risas). Les gustaba. Y creo que era porque los sacaba del molde. Era importante sentir que no éramos nada más que un número. Con eso, al menos, salíamos un poco de la rutina.”

Ahí se nota tu apego por las melodías: esa búsqueda de la canción redonda…
Sí, me gustan las melodías. Es lo primero que me llega. Para mí, es el principio de la canción. De ahí surge todo. A mí se me ocurre una melodía antes que cualquier otra cosa. Y en esa melodía, hay por lo menos un renglón, algo para decir. Después, puede pasar que ese renglón inicial gane más protagonismo, o incluso termine desapareciendo de la canción. Eso se va viendo, a medida que van cayendo las palabras. En casa siempre agarro la guitarra. Pero a veces me pasa que estoy arriba del colectivo y mando alguna melodía. Luego, una vez que tengo los temas armados, se los mando a los chicos de la banda. A veces se los mando desesperadamente. Y otras veces no, los dejo descansar un poco… A los temas. Y a los chicos también (risas).

Placer tuvo varios cambios de formación. Ahora parece que encontraron cierta estabilidad.
Cambiamos varias veces, sí. Y es cierto que, para 24 horas, no hubo mucho cambio. De hecho, no se fue nadie: seguimos los mismos que en el álbum anterior. Pero se sumó Matu, que es el guitarrista de los dos primeros discos. El cambio pasa por ahí: es la primera vez que hay dos guitarras en Placer. La otra diferencia es que no hay teclados, al menos en vivo. Sí grabamos teclados en el disco; los grabó Miguel Castro, que es nuestro productor. Con él hicimos los últimos tres discos. Está muy bueno trabajar con Migue; nos gusta lo que pasa, artísticamente, al margen de la amistad que tenemos desde hace años.

© Fede Imbriano

Matu no solo es el guitarrista de los primeros discos: él también estuvo involucrado en algunas de las canciones que ayudaron a germinar a la banda…
Claro, con Matu nos conocemos hace años. Al principio surgió como un trío, sin cantante y sin nombre. Hasta que me pidieron que cante. Y entonces yo aporté el nombre y más temas. Ya teníamos unos temas que habíamos hecho con Matu, por correo, cuando yo estaba detenido.

Esa historia de las canciones que se mandaban por correo es maravillosa.
¡Era toda una movida! Yo tenía un solo grabador, y tenía que salir por el pabellón a pedir que me prestaran otro. Así me podía grabar cantando con la música que me llegaba por correo. Un grabador reproducía sólo la música. Y el otro grabador capturaba mi voz encima de eso. Cantaba y le ponía letra. Luego lo mandaba de vuelta, también por correo. Hicimos varios temas así, pero hay dos o tres puntuales que figuran en el primer disco.

“Sé muy bien lo que significa desintoxicarse. Y sé que todo pende de un hilo: cuando uno toca en una banda, obviamente, frecuenta lugares donde hay de todo. Pero ahora tengo varias lecciones encima.”

También componías por tu cuenta. Y mucho. ¿Cuántos temas habrás hecho en la cárcel?
Uf, hice cientos… Todo el primer disco, salvo una canción, salió de ahí. Y creo que Incurable, el segundo, también. Incluso, si no me equivoco, metí alguna de esas canciones en el tercero. Recuerdo que en la cárcel me solían pedir que toque temas como “Descerebrado”. Se volvían locos los muchachos… “Toca ese tema, toca ese tema” (risas). Les gustaba. Y creo que era porque los sacaba del molde. Era importante sentir que no éramos nada más que un número. Con eso, al menos, salíamos un poco de la rutina.

Las canciones se volvieron un bálsamo y tomaron otro sentido en tu vida…
Totalmente. Las canciones, para mí, eran un remedio. Y siguen siéndolo. Me encantaba eso de poder grabar una canción, ponerla en un sobre con estampillas y mandarla. Era fantástico. Había dejado un surco en el aire de mandar tantas cartas. Si veías los sobres, ya sabías que eran míos. Adentro siempre había un casete y una carta, porque no solo mandaba lo que grababa: también aprovechaba para escribir. Así pasé mi etapa en la cárcel… Me volví con un cuaderno lleno de canciones y la secundaria terminada.

¿Cuánto tiempo estuviste preso?
Dos años y nueve meses. Una bocha. Fue porque el robo fue con armas. Y porque habíamos sido tres. Robo calificado por uso de armas en poblado y en banda: esa fue la causa. Así se le dice cuando son más de dos o tres: “en banda”; es lo que antes se llamaba “asociación ilícita”.

Eso fue justo en la época en que te escapaste de un centro de rehabilitación, ¿no?
Sí, antes me escapé de Open Door. Y por eso me llegó una re-internación. Pero yo no quería saber nada. Y entonces un amigo me dice: “Mirá, yo me voy a Villa Gesell a trabajar, ¿querés venir?”. Y fui. Yo no estaba bien. Y esa decisión fue para peor: enseguida caí en la lona. Y terminé saliendo a robar con otros dos locos que había conocido ahí. Estaba descontrolado. Por eso mucho no me acuerdo. En realidad, yo tendría que haber sido inimputable, porque estaba contra indicación médica en la calle. Estaba fugado de un centro para tratar adicciones. Judicialmente era inimputable, pero no me dieron bola cuando me agarraron. No respondía a mis actos, no estaba en mi sano juicio. Por algo me habían internado y un perito había resuelto que yo no tenía que estar en la calle.

“Hacer una canción, para mí, es un desahogo. Es la búsqueda de una respuesta, aunque no siempre se encuentre. Es la intención de sanar.”

Y en ese momento de excesos, ¿hacías canciones o estabas en alguna banda?
Acababa de hacer un álbum con Teleúnicos, la banda que tenía por entonces. Eso fue en el año 2000. Nunca salió ese disco; lo tengo por algún lado, debería colgarlo en Internet. Me pasó de todo en el transcurso de ese grupo. Yo venía trastabillando mal. Entonces, al toque terminamos de grabar el disco, me internaron en Open Door. Y me escapé. No me resultó difícil: ya estaba acostumbrado a escaparme, enseguida les sacaba la ficha a los centros. El pabellón 1, que es el de los drogadictos, es el que tiene más seguridad, mucho más que el de los locos. El pabellón 1 era bravo: eran todos drogadictos que salían a reventar farmacias.

¿Y cómo lograste escaparte del centro?
Le pedí plata a alguien, a una visita. Había que pintar algo y yo me hice el que quería ayudar. Salimos para hacer este trabajo y, apenas me dieron dos metros de distancia, desaparecí. Me escondí en una garita de colectivo y, cuando vi que venía, me subí y terminé en Luján. Me fui a tomar birra a un quiosco. Y después me fui a ver a Racing. Llegué para el segundo tiempo. Jugábamos contra River. Y perdimos, siempre perdíamos (risas). Terminé en Longchamps, en lo de mi vieja. Y de ahí me fui con este pibe a Villa Gesell. Llevaba algo de plata, por si no me alcanzaba. No tardé mucho en salir por ahí y empezar a bardear. Una cosa llevó a la otra. Y pasó lo que pasó: una gran cagada. De alguna manera, iba a terminar mal. Es que yo venía muy desahuciado. Estaba como loco. No me importaba nada y, a la vez, me importaba todo. Sufría mucho y eso me ponía peor. Apenas respiraba un poco, todo se volvía una tortura. Era muy jodido llevar solo todo este asunto. Tenía amigos. Y tenía novia. Pero era imposible: no escuchaba a nadie. Tenía que fugarme. En algún momento, tenía que desaparecer. Y lo hacía, durante tres o cuatro días nadie sabía nada de mí. Y al final no pensaba nada más que en eso: cocaína y alcohol, alcohol y cocaína. Pensaba en cómo conseguir plata, o en que me fíen, siempre alrededor de eso.

“Por lo general, escribo como hablo. Y busco que se entienda lo que digo. Mi sensación es que esas palabras que uso toman vuelo con la música. Es decir: vuelan a partir de la música.”

En cierto modo, Placer simboliza tu redención. ¿Alguna vez pensaste que ibas a durar tanto en una banda?
No, jamás. A mí me costaba mucho sostener algo. Lo que más me duró siempre fue la música, porque siempre fue lo más importante para mí, pero eso también se me complicaba por mi problema con las drogas. A lo mejor llegaba a estar tres meses bien, pero de repente me mandaba alguna y todo se iba al carajo. Eso me pasaba siempre con Teleúnicos: tocaba y me internaban, todo el tiempo. Nunca llegué a acumular tiempo y productividad en una banda. Hasta que llegó Placer. Con esta banda es otra historia. Y eso que me he llegado a internar estando en Placer, pero de una manera diferente: ya consciente, bajo mi propia voluntad. Cada vez que sentí que venía desbarrancando, fui y me interné, justamente para no llegar a esos extremos que ya viví. Si veo que vengo mal, no lo dudo: voy y me interno, a lo mejor un mes, para volver y tomar carrera. Es un momento en que necesito alejarme del circuito. Sé muy bien lo que significa desintoxicarse. Y sé que todo pende de un hilo: cuando uno toca en una banda, obviamente, frecuenta lugares donde hay de todo. Pero ahora tengo varias lecciones encima.

Placer tiene un halo de perpetuidad. Y de persistencia también, que se ratifica disco a disco.
Y es que Placer nunca va a cambiar mucho. A lo mejor nos vamos un poco para un costado. O sonamos más o menos rústicos. O más o menos sofisticados. Pero mantenemos una esencia, siempre. Y esa esencia es la canción. En este nuevo disco, por ejemplo, hay un momento medio dark, pero después hay una explosión de felicidad que te pasa por arriba. Bajamos y subimos. O viceversa. Son contradicciones que, al final, te das cuenta que están relacionadas. Y está bien que sea así. Hacer una canción, para mí, es un desahogo. Es la búsqueda de una respuesta, aunque no siempre se encuentre. Es la intención de sanar.

Placer

24 Horas
(Géiser discos)

> https://placer.bandcamp.com/

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