Estreno: “El crítico”, de Hernán Guerschuny

El crítico reflexiona sobre el lugar particular de la crítica de cine, utilizando Buenos Aires como centro específico, bajo la forma de una comedia romántica. / Por Juan Manuel Domínguez

Los Inrockuptibles
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4 min readApr 17, 2014

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El 27 de febrero, LA Weekly publicó un informe forense: “¿Quién asesinó a la comedia romántica?”. Amy Nicholson hablaba con lentes de estrella de Hollywood pero es innegable: el género de las Julia Roberts, de las Reese, de las Sandra, de las Meg, de las McAdams ya no figura ni en tops (la primera comedia romántica en aparecer entre las cien películas más vistas de 2013 figura en el puesto 101) ni en los planes de los estudios. Ya lo dijo Jerry Maguire, y lo dice aquí Agatha, la sobrina de Víctor Tellez, el crítico de El crítico que atosiga a su sobrina por estar enamorada de las películas “cursis, previsibles y lindas”: “Vivimos en un mundo cínico, y trabajamos en un negocio de duros competidores”. El mismo Víctor no podría estar feliz con el titular de LA Weekly: es un crítico de cine; mejor dicho, es un crítico de cine en Buenos Aires, en la que se cruza con gente del mundillo, teniendo por centro gravitacional el centro porteño, donde están ubicadas las distribuidoras de cine (Tucumán, Lavalle, Junín y Callao como vectores y límites del asunto). Víctor es Rafael Spregelburd, un tipo agobiado, con una barba que parece hecha de todo el cansancio del mundo. Víctor conoce a Sofía (Dolores Fonzi). Ella es, como los acordes de Embriagado de amor que le ponen el tempo a El crítico, algo que flota, iluminado, incluso hasta para la superconciencia de Víctor (que, muchas veces, en perfecto y subtitulado francés, es la de Hernán Guerschuny, uno de los directores de la mítica revista Haciendo Cine). Pero a pesar de recorrer miserias típicas y ridiculizadas de esa indefinición y ese grotesco lujo llamado crítica de cine, Guerschuny se para en el pentagrama de la comedia romántica para “hablar sobre todo de la intelectualidad o, más bien, de los intelectuales, y su (nuestra) tendencia a privilegiar la escala de valores estéticos o ideológicos ante cualquier otra cosa, de cómo incluso define nuestras relaciones afectivas. Nunca me propuse ‘hablar de los críticos’”.

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Pero Guerschuny entiende, con alto kilometraje en términos de saber sobre formas reactivas y simbióticas del cine nacional, que “uno de esos prejuicios es que los cineastas y los críticos pertenecemos a mundos opuestos y diferenciados. Los primeros sienten que por ‘ensuciarse las manos’ en el set son más dignos que los segundos, y los segundos que, por la cantidad de libros leídos o películas vistas, son intelectualmente más aptos que los primeros. No es tan cierto que los críticos estén necesariamente más cultivados que los cineastas, como tampoco lo es que un director sea pura intuición, si pensamos que una película se calcula en el mejor de los casos por espacio de dos años. Pero es como dice Woody Allen: ‘los intelectuales son como la mafia: solo se matan entre ellos’”.

Si los intelectuales se matan entre ellos, entonces El crítico es una versión amable del Misterio, el juego de mesa donde había que descubrir quién mató a mató quién. ¿Qué fue lo que mató en Víctor su sensibilidad para con el cine? ¿Dónde muere la felicidad de vivir entre películas? ¿Dónde se acaba el cine y empieza la vida; o, mejor dicho, hasta dónde podemos estirar nuestra mentira de sesenta segundos por minuto? Todas preguntas que El crítico, vistiendo clichés Armani del género (sabe al dedillo su costo importado, pero riéndose cuando se lo presta) no pierde de vista. “La comedia romántica es, entre todos los géneros, el más previsible. Y, sin embargo, tal vez por eso mismo, genera una adicción extraña. Pareciera que casi tiene una función social. Vos ponés una comedia romántica de la misma manera que volvés a escuchar por milésima vez ese tema de U2 que sirve para un estado anímico determinado, o abrís un vino blanco si comés pescado. Criticamos que nuestras mujeres vuelvan a ver Un lugar llamado Notting Hill pero nos es imposible resistirnos a la mayoría de sus escenas. Es un género en el cual, como sabemos que las cosas sí van a resultar, no nos importa el final: nos importa el viaje.

“No es tan cierto que los críticos estén necesariamente más cultivados que los cineastas, como tampoco lo es que un director sea pura intuición.”

El crítico exhibe su capacidad para recorrer Buenos Aires (pocas películas saben pasear por la ciudad convirtiéndola en destino universal, en no-lugar, y también en un lugar específico, donde ese personaje solamente puede existir) y entiende el espacio reactivo de la crítica: “Aquello que podían llegar a decir otros, primero lo decía el protagonista (con su voz en off en francés), y en forma muy drástica. El recurso me salvó, pero además lo encontré muy rico narrativamente. A partir de allí, se trató de un juego. En lugar de pretender reinventar el lenguaje, como sanamente hacen muchos ‘operaprimistas’, me dediqué a jugar con él, con las convenciones, con todas esas millones de horas de imágenes que tenemos consumidas desde que nacimos”.

Sin ser perfecta, El crítico es perfectamente noble en sus pasos, en su sentido de pertenencia, y termina jugando a ser una reflexión amable sobre el cine. Así como el niño de El último gran héroe no podía decirle todo lo que necesitaba al personaje de ficción que estaba a punto de irse del mundo real (y el personaje le respondía “necesito estar donde siempre me buscaste”), El crítico no puede decirle al cine todo lo que lo necesita. Sin embargo, la comedia romántica lo entiende. No necesita últimos grandes héroes en Buenos Aires: necesita un cine que crea en un mundo y lo explore con tanto corazón como odio.

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El crítico
De Hernán Guerschuny
Con Rafael Spregelburd y Dolores Fonzi

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