Franz Ferdinand habla de su nuevo disco

Con la salida de Right Thoughts, Right Words, Right Action como excusa, fuimos a buscar a Franz Ferdinand a su estudio de Londres. Nos encontramos con una historia de resurrección y, ¡sorpresa!, con el mejor disco de su carrera. / Por JD Beauvallet

Los Inrockuptibles
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8 min readAug 31, 2013

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Bob Hardy, el bajista de Franz Ferdinand, parece estar perplejo. Nos encontramos con él en un estudio de Hoxton, en la zona este de Londres, en donde la banda ensaya sus nuevas canciones, que pronto sonarán en vivo desde algún escenario. Se sorprende por la presencia de un periodista en ese lugar sagrado. “¿Qué vas a hacer mientras tocamos? Porque si viniste a darnos consejos, tendrías que haber pasado hace dos años, ¡cuando realmente los necesitábamos!”, dice.

A medida que los escoceses llegan al estudio y empiezan a contar la génesis de su cuarto disco, nos damos cuenta de hasta qué punto la banda estuvo cerca de la separación, hasta qué punto estuvieron perdidos, cansados y exasperados por la vida compartida. El cantante Alex Kapranos precisa: “Pensamos en separarnos antes de volver a grabar. Sacar un disco más o menos digno para nosotros estaba fuera de discusión. No soporto esas bandas que graban solo porque no saben hacer otra cosa y tienen facturas que pagar. Empezamos haciéndonos esa pregunta: ¿nosotros todavía podemos hacer canciones de las que nos sintamos orgullosos para presentarle al mundo? Si no, se terminó”.

Para explicar qué había pasado con Franz Ferdinand, Bob habla de uno de esos buques de carga que necesitan tres días para inmovilizarse, en los que hay que anticipar los virajes con varias horas de antelación. Habla de una máquina pesada, que se alimentaba de energía humana y que los había dejado a todos muertos antes de un break en 2011: demasiadas canciones grabadas en muy poco tiempo, demasiados conciertos, demasiados “sí” a varios pedidos. Demasiado de todo. Desde los comienzos de la banda en 2003, varias veces dieron señales de estar al borde de la implosión, del hastío. El disco Tonight, proyecto faraónico, los había dejado sin fuerzas en 2009. Y la larga gira que vino después terminó de agotarlos. “Una gira es un desierto creativo”, dice Alex. “Te la pasás delegando, sin asumir responsabilidades, como en una colonia de vacaciones. Durante mucho tiempo me privaron de toda autonomía.”

“Empezamos haciéndonos esta pregunta: ¿todavía podemos hacer canciones de las que nos sintamos orgullosos?”

Es curioso, porque huir de las responsabilidades y de la edad adulta suele ser, justamente, la motivación principal de muchas bandas de rock. Alex bromea: “Los músicos quedan paralizados en el tiempo cuando se vuelven exitosos: no evolucionan más intelectualmente. Yo ya estaba en la edad adulta cuando finalmente conocí el éxito, así que no me quedé en los 17. ¡Pero sí en los 30! Ya había solucionado los problemas del ego”.

Este éxito tardío, que vino después de varios años de fracasos, de bandas sin ambiciones y de trabajos desagradables, fue una bendición para Franz Ferdinand. La banda supo manejar las crisis y las peleas como hacen los adultos, momentos en los que músicos más jóvenes se hubieran separado en lugar de tomar distancia. “Durante nueve años, toqué sin nada de éxito. Habría enloquecido de alegría si me hubieran propuesto aunque sea un recital… Entonces no iba a morderle la mano al que me da de comer, quejándome por trabajar mucho con Franz Ferdinand. Pero sin embargo eso debilitó completamente nuestra espontaneidad.”

De ahí viene la sorpresa de encontrar a la banda muy emocionada, inquieta, despreocupada e impaciente por pelearse en este pequeño estudio londinense. Detrás del eslogan combativo y militante de Right Thoughts, Right Words, Right Action (así se llama el disco nuevo), encontramos a Franz Ferdinand en condiciones. De “Right Action” a “Bullet”, de “Love Illumination” a “Fresh Strawberries”, lo que sorprende durante este ensayo es que las canciones nuevas ya forman parte del “grandes éxitos” de la banda, y que suenan, en este estudio, con una fuerza de convicción alucinante, como un compilado de pop británico de los últimos diez años. De a cuatro, cerrando filas, la banda entendió que su fuerza estaba en el impacto diabólico, en el cruce del pop con la dinámica de la música electrónica: no se necesitan cuerdas, vientos, computadoras ni artificios cuando se tienen canciones tan intensas, poderosas, enérgicas. Tocan un cuerpo de canciones compacto y denso, como si fueran jóvenes pataleando de emoción detrás de sus instrumentos, mientras que el público lo componemos un sofá, algunas tazas y un periodista. Los temas suenan simples, directos, vivos… “Hace falta muchísimo trabajo para hacer algo simple”, dice Alex. “Musicalmente nunca habíamos hecho canciones tan complicadas, teóricas, producidas. ¡Pero lo más importante era que eso no se notara! Mi obsesión es que la gente escuche estas canciones rascándose la barba, pensando que es algo prodigiosamente inteligente. Esforzarse para escuchar música es absurdo.”

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Este cuarto álbum fue grabado entre Londres, Suecia, Noruega y Escocia, en función de las ganas y de los encuentros. Sesiones entrecortadas por pausas, concebidas más para la creación de diferentes EPs que para registrar un disco: una buena receta para evitar la claustrofobia del estudio. Fue ventilada por las visitas de los amigos, en una relajación inédita para esta banda puntillosa: hacían un máximo de cinco grabaciones en cada lugar, para aprovechar la espontaneidad, para “conservar la vida”, en palabras de Alex. En el disco participan el sueco Bjorn (sin Peter ni John), los Hot Chip (que aparecen especialmente para hacer un solo de… cajones), la orquesta sinfónica de un solo hombre que es Owen Pallett, la leyenda del house Todd Ferry, y Roxanne Clifford de Verónica Falls.

“Dont play pop music…”, cantan en uno de los diez hits de este disco de diez canciones. Franz Ferdinand miente. Y no solo eso, sino que nos hacen pensar en lo que entendemos por música pop: en el Reino Unido, la banda creció en paralelo a los realitys musicales de Simon Cowell (Pop Idol, X Factor). Dos visiones opuestas del pop. Pongámonos de acuerdo: el pop es algo sagrado. No vamos a lanzar una campaña para que se le dé una denominación de origen controlada o para que sea patrimonio de la UNESCO, porque se volvería medio aburrido, pero tampoco podemos dejar que lo humillen, que lo pisoteen, que lo hagan girar en ridículo en un reality show que, evidentemente, lo desprecia y lo trata como un espectáculo de música meramente comercial. “Lo paradójico de ese tipo de programas es que ninguno de nosotros hubiera pasado el filtro de las primeras audiciones”, se ríe Alex. “El proceso de los reality shows es tan malvado… Hay una crueldad inaudita, incluso hacia los ganadores. No surge ningún alma ni nada de poesía. Y encima, arruina los otros programas dedicados a la música, como si fuera un cáncer. Nosotros crecimos con Bowie, The Smiths, Ramones, Roxy Music, Nirvana… Para mí, eso es el pop. Melodías indiscutibles, tocadas por pibes como yo, que solo querían hacer música, y no gente que busca ser famosa antes de ser talentosa, o que pretende hacerse conocida antes de tener siquiera una canción.”

Desde que Internet apareció y aceleró todo a un ritmo vertiginoso, haciendo y deshaciendo carreras a la velocidad de la luz, la vida de las bandas es como la de los gatos: hay que multiplicar por siete. Así, después de diez años de carrera y cuatro discos, los escoceses parecen veteranos, viejos sabios. Por eso sorprende el milagro de este crecimiento que hace estremecer con Right Thoughts, Right Words, Right Action. Grabado sin mayores inconvenientes, sin deadlines, es un disco que respira libertad. “Cuando, a fines de 2011, finalmente nos encontramos, era como formar una nueva banda: había que inventar todo. No había nada de alegría en Tonight. Solo inquietudes, estrés… Desperdiciábamos la energía: 88% de mi tiempo dedicado a embrollos administrativos”, dice Alex.

“Nunca habíamos hecho canciones tan complicadas. ¡Pero lo importante era que no se notara!”

Si bien esta vez trabajó mucho en su escritorio, fue más que nada por los textos. Es la primera vez que la palabra de Alex se vuelve tan precisa, pasando con vértigo del microscopio al telescopio en su observación de la vida, tanto propia como ajena. Palabras robadas de cartas postales antiguas, eslóganes dados vuelta y observaciones íntimas: Kapranos, que en 2006 escribió un libro insólito sobre sus experiencias culinarias, finalmente encontró su tono. Y el equilibrio entre melodías eufóricas y reflexiones melancólicas e incluso mórbidas (la degeneración en “Fresh Strawberries”), funciona con una perfidia temible. “Estoy feliz de haber hecho un disco tan alegre sobre la muerte y la soledad. Hasta ahora me sentía siempre agobiado como letrista, intentando hablar de cosas muy personales, pero escondiéndome, de modo que todo estaba ahogado, opaco. Acá me volví más claro.”

De Citizens! hasta Cribs, Alex Kapranos es hoy también productor de algunas bandas, algo así como un gurú del nuevo pop inglés. “Mi novia a eso le dice ‘la Escuela Kapranos para los jóvenes’”, bromea. Sin embargo, recuerda con horror los momentos en los que algunos productores intentaron imponer su marca a Franz Ferdinand, desde la estrella Brian Higgins en una versión rápidamente abandonada de Tonight hasta el pobre Tore Johansson en el primer disco. “Yo no sabía para nada en ese entonces lo que era un productor. Para mí, era solo un tipo que tocaba el botón para grabar. Pero estando ahí me decían: ‘¿Capaz estaría bien acortar el estribillo?’ Y yo pensaba: ‘Capaz deberías irte a la mierda’… Un productor es más útil para una banda con ideas imprecisas. Nosotros sabemos muy bien a dónde queremos llegar. Por ejemplo, incité a Citizens! a tocar instrumentos, en vez de hacer todo en la computadora. ¡Eran mucho más interesantes en vivo pero no se daban cuenta!”

Lo que nos lleva lógicamente a Daft Punk, cuyo reciente disco marcó realmente a los escoceses, por su euforia y su desmesura, claro, pero también por su gusto por la interpretación manual a la antigua. Alex: “Mientras que los Estados Unidos descubre treinta años después la electrónica que se creó en su propio territorio, en Detroit o Chicago, Daft Punk invita a Nile Rodgers. Nosotros siempre hicimos eso: música para bailar, pero con la energía y la humanidad de una banda física”. El baterista Paul Thompson, lacónico, resume: “Los únicos géneros que siento físicamente son el house y el rock’n’roll. Nuestra idea fue siempre mezclar ambas cosas de forma natural. No es un tema de herramientas, sino de feeling”.

El ensayo, expeditivo, termina lleno de enseñanzas. Con cada canción tocada, la banda intenta nuevos arreglos, a veces espectaculares. Una vez terminado el trabajo, Nick, el guitarrista y tecladista, se instala en el piano de cola y ensaya las partituras del último disco de Beck, que se editó solo de esa forma: como un libro de partituras. Los integrantes de Franz Ferdinand le darán cuerpo próximamente en Londres, acompañados, obviamente, por el californiano en la voz. Una vez que termina el ejercicio, Nick desgrana una melodía melancólica, a lo Erik Satie. El baterista, Paul, que hojea un gran libro sobre los logos de las organizaciones terroristas que acaba de comprar, lo interrumpe:“¿De quién es?”, pregunta. “Mía, la compuse cuando era adolescente”, responde Nick. “¡No debías tener muchos amigos cuando eras adolescente!” Hoy tiene tres, volvieron juntos del infierno, triunfantes y regenerados. Los pensamientos se acomodaron, dijeron las palabras justas. Ya están listos para la acción.

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Franz Ferdinand

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Right Thoughts, Right Words, Right Action
(Domino)

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