El teatro volvió a encender Rafaela

El pasado domingo finalizó la 14ª edición del Festival de Teatro de Rafaela y nuevamente fue un éxito de entradas agotadas y salas llenas, con una programación de gran calidad y variedad que se arriesgó a propuestas que levantaron polémica y censura desde el sector más conservador de su comunidad. Un repaso por los novedosos momentos escénicos que dejó el circuito más prestigioso del teatro independiente del país.

Los Inrockuptibles
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6 min readJul 25, 2018

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Por Gisella Ferraro

Hablar del Festival de Teatro de Rafaela es contar un fenómeno. Marca la historia que fue la propia ciudad la que pidió este espacio cuando en la Fiesta Nacional del Teatro, allá por 2004, agotó rápidamente localidades llegando al contundente número de espectadores de casi un cuarto de la población total. La anécdota se resignifica en los discursos oficiales de cada acto de apertura y en el de esta decimocuarta edición se la relacionó directamente con los modos de hacer políticas culturales.

El contexto actual de ajustes y recortes sobre estos aspectos esenciales para el desarrollo social habilita la mención de lo que se señaló como una manera particular de hacer política capaz de captar sensibilidades en la comunidad y traducirlas en acciones sostenidas. Sucede que el teatro no le llega a Rafaela como un capricho desde arriba, sino que viene de una tradición propia del hacer independiente que supo vincularse a instituciones para generar recursos y al mismo tiempo formar su propio público. Sobre esta base cultural opera el festival, yendo siempre un poco más allá en las propuestas que ofrece, sin ningún prejuicio sobre sus espectadores.

Esta edición 2018 nuevamente agotó localidades en los primeros días de venta para sus 32 espectáculos repartidos en 6 días, y ofreció géneros entre los que se encontraron la performance, el teatro para toda la familia, la danza experimental, el dramedy, la comedia feminista, el teatro físico, el clown y el circo, la comedia dramática, el musical, el teatro de objetos y el thriller psicológico.

Gustavo Garzón en 200 golpes de jamón serrano

En busca del lenguaje perdido

Varias de las propuestas del festival apuntaron a reflejar en escena una nueva sensibilidad de época. Desde Uruguay llegó Otros problemas de humanidad de Sebastián Calderón por el Grupo Kinderspiel/Manada y entró en diálogo simétrico con la propuesta de La Plata, ganadora de la última Fiesta Provincial, Montaraz, de Brian Kobla, en cuanto a desarticular esa violencia invisible que atraviesa nuestra realidad en momentos de crisis. Así es como en ambos casos el planteo se ubica puertas adentro, sin caer en el típico formato costumbrista. En el caso de Otros problemas… la tensión está puesta en torno a la convivencia de tres amigos que comparten casa mientras que en Montaraz está sobre cinco hermanas que se padecen. En ambas obras, todo está contado desde el nervio de esos vínculos cotidianos, en un permanente límite desquiciante que señala con toda incomodidad la condición de opresión por la que cada uno de los personajes está pasando en relación con los otros como sistema impuesto. El lenguaje utilizado en las dos puestas es el de una violencia coreografiada, con una tensión permanente, expuesta en el registro actoral que nos sacude fuerte la butaca desde su lógica en loop de búsqueda y ruptura sobre la escena.

Foto de Montaraz, de Brian Kobla

La escena es el montaje

En esta misma línea de quiebres y hallazgos, entran otros dos contrapuntos: 200 golpes de jamón serrano de la performer del off Marina Otero y el actor del on Gustavo Garzón, y Palíndroma de la bailarina y actriz Margarita Molfino y el director William Prociuck. En la primera se rompen las relaciones de poder con las que el sistema organiza el teatro comercial y el teatro independiente dentro del campo cultural en una poderosa venganza escénica. Y en la segunda, el cuerpo se desarma en procedimientos trazando su propia coreografía sobre el suelo con precisión cartográfica. En los dos casos hay una obsesión llevada a la máxima expresión para encontrar ese lenguaje propio en el relato de su proceso. Por un lado, en 200 golpes… está toda la explosión de angustia del ego fracasado en el reconocimiento por su creación contada desde la contraposición de una bailarina-actriz-directora-productora frustrada y de un famoso pasado de moda del on. El argumento pasa por mostrar descarnadamente el proceso en el escenario, en el que la enunciación de la acción y la acción misma crean ficción para salvar toda esa realidad decadente vomitada.

Por el otro lado, todo lo que en una obra resulta exceso de formas para encontrar salvación es en Palíndroma una ajustada síntesis que, al confiar plenamente en el lenguaje, ya no necesita del discurso. Acá la obsesión es con este recurso literario que da nombre a la obra y hasta tal extremo se profundiza la condición que lo define que las palabras desaparecen por completo. Queda entonces el movimiento cargado de sentido entre la precisión del cuerpo, la música y las luces creando una ilusión cinematográfica que por momentos hacen de la escena un ritual hipnótico.

Foto de la obra Palíndroma, de Margarita Molfino

La realidad como riesgo

Más allá de los nuevos lenguajes y formas, los momentos de mayor provocación dentro del festival sucedieron cuando temas de la propia realidad brotaron despojadamente en escena. Se trata de argumentos que tienen que ver con el momento actual de lucha de las mujeres por el derecho a decidir sobre sus cuerpos, en el marco del tratamiento de la Ley por el Aborto Legal, Seguro y Gratuito en el Senado de la Nación. Ya antes de la conocida polémica por la presentación de Dios de Lisandro Rodríguez, noticias como las que señalaban el fenómeno de pañuelos verdes al cierre de casi todas las funciones habían provocado duras reacciones en redes sociales desde los sectores más conservadores de la ciudad.

Dios, la obra de Lisandro Rodríguez que generó polémica en la ciudad

El contexto en Rafaela es el de una sociedad en gran parte vinculada con los intereses de la Iglesia Católica, al punto que en 2015 se autoproclamó “ProVida” mediante una ordenanza municipal. Por este motivo, obras que exhibieron la insignia verde dentro de su propuesta escénica, como el caso de Los golpes de Clara de Carolina Guevara –comedia feminista que relata desde el humor la violencia cotidiana del patriarcado sobre las mujeres– fueron blanco de críticas por parte de la prensa local. Así, cuando llegó el momento de Dios –obra performática que deconstruye el rito de la misa en escena poniéndolo en diálogo con la censurada muestra de León Ferrari en 2004 e introduce también el emblemático símbolo de la lucha por el aborto– la alerta de censura ya se había encendido.

Pañuelos verdes en la obra Montaraz

Ya antes de la conocida polémica por la presentación de Dios de Lisandro Rodríguez, noticias como las que señalaban el fenómeno de pañuelos verdes al cierre de casi todas las funciones habían provocado duras reacciones en redes sociales desde los sectores más conservadores de la ciudad.

Definitivamente, un fenómeno completo. Una vez más el Festival de Teatro de Rafaela apostó a la novedad en todas sus formas desde una programación diversa que comenzó en la calle con su típico desfile inaugural a cargo del Colectivo de Artistas Rafaelinos y continuó en salas de teatro, espacios alternativos como uniones vecinales, carpa de circo para toda la familia y subsedes en localidades cercanas, siempre con localidades agotadas. El riesgo fue, con seguridad, la marca particular de esta edición y la sensación que queda es la de un teatro vivo, que se anima a la novedad para contener el síntoma de una época desde búsquedas bien diversas. Todos componentes del arte que históricamente han generado rechazo por parte de las instituciones que operan desde el control y este caso no fue la excepción. Como de alguna manera lo anunciaba su eslogan para este año, el festival encendió a Rafaela
–y quizá también al país– de teatro.

Foto de la obra Payasos muertos

Festival de Teatro de Rafaela, edición 2018

> www.rafaela.gob.ar/festivaldeteatro

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