Impresoras 3D y la fabricación aditiva

Los Inrockuptibles
Los Inrockuptibles
Published in
5 min readJul 27, 2015

Era una de esas noticias que circulan por la web y están redactadas de forma tal que incitan al clic. Generalmente, después viene una decepción, porque el único fin que persiguen la mayoría de estos contenidos virtuales es provocar el clic a toda costa. Como sea, el titular decía que con impresoras 3D iban a construir un puente. En Ámsterdam.

¿Lo qué? Clic, adentro. Al parecer la empresa holandesa MX3D había ganado la licitación para construir un puente de metal sobre un canal. La construcción no iba a requerir mano de obra, tan solo una impresora 3D de un lado y otra del lado opuesto del canal. Ellas harían su trabajo como dos arañas laboriosas tejiendo una red de metal, que luego de dos meses se encontrarían en el medio del puente flamante, sólido y duradero. Así al menos decía el texto de la noticia, que no aclaraba mucho, al contrario, atizaba la curiosidad; se ve que el redactor tuvo un rapto de lirismo y se dejó llevar por la imagen de las arañas en vez dedicar un par de párrafos a explicar mejor de qué se trataba el asunto y a ponerlo en contexto.

Como sea, que quede claro: esta máquina, estos robots, fabrican, crean, materializan: no imprimen. Hay un nombre más preciso aunque menos llamativo: fabricación aditiva o por adición. Con ese nombre no va a estar en boca de nadie. Pero evitemos “impresión 3D”, por favor, que suena a un tipo de ploteado especial ofrecido en un centro de copiado. Llamémoslo, por ahora, fabricación aditiva.

De entrada podría decirse que no ayuda llamarlas “impresoras”. El término remite a esas carcasas de escritorio en su versión láser o chorro a tinta, con sus tóner y sus cartuchos recargables, sus resmas tamaño carta, oficio y A4, y contribuye a la confusión. Y también la idea del “3D”, porque uno tiende a pensar que se trata de un simple avance de la impresora que todos conocemos, así como existe el cine 2D y 3D, que es más o menos el mismo pero con aditivos. Algún desprevenido que escucha “impresora 3D” puede pensar que tal vez sea un dispositivo que imprime sobre papel un texto que después, a simple vista o a través de anteojos especiales, cobra volumen y espacialidad, o, quién sabe, se mueve.

Pues bien: error. Nada más lejos. Aquello que se llama impresora 3D en realidad son robots que fabrican objetos siguiendo las instrucciones de un archivo ejecutado desde una computadora a la que están conectados. Las impresoras también son robots, es cierto, pero una especie puntual de robot. Hay rasgos de estos robots manufactureros on demand que remiten a la impresora, así como hay algo del dinosaurio en el ave: la idea del archivo madre que contiene toda la información codificada en ceros y unos, y también algo en el movimiento del brazo robótico, en el movimiento del cabezal que va construyendo objetos capa a capa, milímetro a milímetro, de forma incansable y precisa. Pero –diferencia abismal– si algo no hacen estos robots es imprimir. No, no y no, ¡por Gutenberg que no! Estos brazos robóticos no imprimen si no que van depositando una delgada capa de materia, en general algún tipo de plástico extra resistente símil ficha de Lego, que seca y endurece rápidamente. Una última similitud con las impresoras tiene que ver con que también manejan el concepto de resolución, de la cual va a depender la densidad del objeto y el grado de detalle.

Sus potencialidades verdaderamente revolucionarias vienen por el lado de la industria y la ciencia. Economistas e ingenieros industriales auguran que podría provocar un cambio similar al que significaron las pasadas revoluciones industriales.

Capa sobre capa, capa sobre capa, capa sobre capa: así va materializándose el objeto en cuestión, en un proceso que puede durar horas o días, según la complejidad del diseño, y que en algún punto se asemeja al modo en que una abeja construye, con su propia cera, la colmena, o las arañas construyen tela –no estaba tan errado, a fin de cuentas, el redactor de la web del diario líder. Como sea, que quede claro: esta máquina, estos robots, fabrican, crean, materializan: no imprimen. Hay un nombre más preciso aunque menos llamativo: fabricación aditiva o por adición. Con ese nombre no va a estar en boca de nadie. Pero evitemos “impresión 3D”, por favor, que suena a un tipo de ploteado especial ofrecido en un centro de copiado. Llamémoslo, por ahora, fabricación aditiva.

En diferentes versiones, la fabricación aditiva es una tecnología que ya existe desde los ochenta, utilizada sobre todo para la confección de prototipos. En los últimos años sus aplicaciones se multiplicaron, al tiempo que el costo de los equipos bajó muchísimo, lo que posibilita que hoy en día, técnicamente, estén al alcance de cualquiera. Incluso hay un proyecto, el RepRap, que generó distintos modelos que pueden autorreplicarse, o sea que, con las instrucciones adecuadas, este robot puede fabricar todos los componentes necesarios para obtener un equipo idéntico a sí mismo.

Hay sitios como thingiverse.com desde donde uno pude bajarse archivos para fabricar cualquier tipo de objetos, desde carcasas para el celular, herramientas, objetos para el hogar, juguetes, vasos, estantes, tornillos, en fin, casi cualquier objeto, por más compleja que sea su forma. Seguramente, tener el aparato en casa para hacer una jabonera personalizada o una carcasa de colores para el teléfono inteligente distinta mes a mes, para hacerse una herramienta o una maceta a medida, clavos o un sacacorchos, no tenga mucho sentido, más allá de los amantes del do-it-yourself. Puede ser divertido para jugar, sin duda, a replicar cualquier objeto pequeño o mediano, como hace veinte o treinta años la gente jugaba a poner las manos o partes del cuerpo adentro de la fotocopiadora en una oficina a ver qué salía.

Aquello que se llama impresora 3D en realidad son robots que fabrican objetos siguiendo las instrucciones de un archivo ejecutado desde una computadora a la que están conectados.

Tener un robot manufacturero personal es casi el sueño realizado del hombre industrial, el paroxismo de la reproductibilidad técnica, la posibilidad de tener en el escritorio una fábrica individual, una fotocopiadora o materializadora de objetos. Pero sus potencialidades verdaderamente revolucionarias vienen por el lado de la industria y la ciencia. Economistas e ingenieros industriales auguran que podría provocar un cambio similar al que significaron las pasadas revoluciones industriales. Se podrían producir insumos y productos in situ, evitando los costos de fletes y transportes, se podría ofrecer sin costo extra productos personalizados para cada cliente, con una flexibilidad ilimitada, sin necesidad de almacenar stock. Ni que hablar de la posibilidad de tener robots construyendo puentes o complejos de viviendas, volver a los tres meses y que ya esté listo, sin haber requerido casi mano de obra. En materia de ciencia, se habla de producir órganos y miembros corporales, y aunque el que lo explique sea un reconocido científico, llegados a ese punto todo ya empieza a devenir ciencia ficción.

Como sea, antes de que empiece a ocupar un lugar central en la vida moderna, tal vez lo más urgente sea encontrarle un nombre que le haga honor. Para empezar, dejar de llamarlas impresoras (sin dejar de reconocer que las impresoras, así como se las ve, son robots también ellas). Dejar de llamarlas impresoras, entonces, pero sobre todo dejar de decir que imprimen objetos. Animarse a decirlo. Fabrican, materializan: no imprimen. Estas máquinas crean.

--

--

Los Inrockuptibles
Los Inrockuptibles

El medio para los que hacen — Música, cine, libros, artes y más.